Avances bioquímicos y yacimientos únicos
El 2020 deja tumbas egipcias, indios creek, vikingos o esclavos africanos en México
Desde luego, en la arqueología moderna no es oro todo lo que reluce. Más bien al contrario. La lista de “los diez mejores descubrimientos del 2020” que elabora anualmente la revista Archeology Magazine, del Archaeological Institute of America, una de las referencias del sector, incluye este año una mayoría de investigaciones alejadas del superlativo arqueológico. Ni son la pieza más antigua, ni la más grande, ni la más bella. Se trata en buena medida de investigaciones, con base en la química o la bioquímica, que sin embargo permiten un conocimiento mucho más preciso de algunas sociedades antiguas.
“No todos los hallazgos son ‘espectaculares’, pero siempre son espectacularmente interesantes y convincentes”, explica por correo electrónico a La Vanguardia el editor jefe de la publicación, Jarrett Lobell, responsable de la selección junto a otros cuatro editores. “Incluimos todo tipo de cosas y tenemos cuidado de representar diferentes períodos, culturas, partes del mundo y avances científicos. Por eso no los clasificamos en orden de importancia”, detalla.
Junto al supuesto santuario de Rómulo en Roma o la figurita en 3D más antigua de Asia, de 13.500 años, el instituto americano reconoce el hallazgo del teatro más antiguo de Londres, The Red Lion, o el yacimiento maya más grande y antiguo, Aguada Fénix. Pero destacan este año las de corte puramente técnico.
Las ciencias aliadas
Las obras del metro de México DF en 1980 sacaron a la luz lo que se describió como un “hospital” de era colonial; allí se descubrió una fosa común del siglo XVI. Tres de los cadáveres han sido analizados ahora por el Instituto Max Planck, que ha descubierto gracias al análisis de isótopos de sus dientes que procedían de África occidental. El análisis osteológico desveló que tuvieron una vida de durísimo trabajo físico, con maltrato y heridas.
La investigación “nos permite brindar detalles de sus vidas, más allá de lo que podríamos denominar ‘historia de masas’: no son solo ‘millones de africanos’, sino que todos y cada uno de ellos tenían historias, pasados, sufrieron de abusos, enfermaron, y todo ello queda registrado en sus huesos”, analiza en entrevista con La Vanguardia Rodrigo Barquera, uno de los directores del estudio.
“Es asombroso lo que podemos hacer con estas herramientas. A través del DNA podemos dar cierta identidad biológica y genética no sólo a los restos óseos humanos sino a sus patógenos acompañantes, lo que permite entender la historia evolutiva y epidemiológica de la especie humana en distintos puntos, pero también ver que seguimos cometiendo los mismos errores del pasado en varios aspectos. Hoy tenemos pandemias virales y de racismo que nos hacen pensar que en 500 años, poco hemos aprendido como sociedad”.
Para su fortuna, al biogeoquímico Richard Evershed, de la Universidad de Bristol, también le atrapó el avance de la ciencia. Estudia desde 1990 las cerámicas arqueológicas; tradicionalmente, éstas se han fechado analizando la técnica y la estética, pero la bioquímica ya permite fechar directamente por radiocarbono los residuos de leche, carne o queso. “Te da un nuevo punto de anclaje”, dijo Evershed a Archaelogy Magazine.
Vikingos no tan rubios
Otro de los proyectos reconocidos entre los diez mejores del 2020 va de vikingos: el mayor estudio de ADN de ese pueblo realizado hasta hoy. La conclusión, resumiendo mucho: no todos eran rubios, y ni siquiera todos eran escandinavos.
Es decir, la era vikinga nació en el norte de Europa, pero el análisis de 442 cadáveres de 80 yacimientos diferentes realizado por los genetistas Rasmus Nielsen, de la Universidad de California, y Eske Willerslev, de la de Copenhague, desvela que desde mucho antes lo que hoy es Suecia, Dinamarca y Noruega había recibido fuerte influencia genética desde el sur y el este de Europa e incluso del oeste de Asia. Por ejemplo, dos individuos enterrados en Escocia con ajuar funerario vikingo mostraron rastro genético de los pictos de Escocia e incluso de habitantes de la Irlanda de hoy.
Dos montículos con historia
El de James Osborne y Michele Massa, de la Universidad de Chicago, fue un hallazgo fascinante; tuvo lugar en el montículo de Türkmenkarahöyük, en el sur de Turquía. Una estela grabada en piedra hacia el siglo VIII a.c. que habla (en la rara lengua luvita) del prácticamente desconocido rey Hartapu. La estela establece que éste habría sido un rey neohitita, conquistador del rico reino de Frigia, en Anatolia central, derrotando a una coalición de trece reyes. Entre ellos, quizás al célebre Midas, aquel que convertía en oro cuanto tocaba…
“La arqueología –explica Massa en conversación por e-mail con La Vanguardia– es como hacer un rompecabezas, se acumulan pequeñas piezas hasta que hay una, clave, que permite entender las otras. Sabemos que el luvita se hablaba en Anatolia entre los años 2000 y 500 a.c., la época de los hititas. Estas inscripciones son muy raras, hay menos de 50 en toda Anatolia. En particular, este texto nos permite probar la existencia de un reino anterior desconocido, que reinó Hartapu hacia el 700 a.c., con Türkmen-karahöyük como su capital. En la inscripción, Hartapu se jacta de haber conquistado Mushka, o Frigia. Hartapu es aproximadamente contemporáneo de Midas, por lo que pudo derrotarle a él o a uno de sus antepasados”.
También reescribe un episodio histórico el yacimiento de Dyar Mound, en Georgia (EE.UU.). Es una estructura de tierra de tres pisos cuyos restos han sido analizados recientemente por un equipo de la Universidad de Washington en St. Louis dirigido por Jacob Holland-lulewicz. Como en otros casos, conservar los restos varias dé