La Vanguardia

Volver a empezar

- Antoni Puigverd

Según cuenta Virgilio, Eneas y sus compañeros, fugitivos de la Troya vencida, han pasado siete años de calamitosa navegación. Buscan un lugar en el que reconstrui­r la patria perdida. Llegados a Sicilia, zarpan con las naves hacia las costas de Italia, pero una tormenta los empuja hasta las del norte de África. Consiguen resguardar­se en una bahía tranquila. Encuentran agua dulce y buena caza. Mientras asan la carne de ciervo y beben el vino siciliano de un amigo, escuchan las palabras de Eneas: “Recobrad el ánimo y deponed ese triste temor, que quizá hasta esto recordarem­os un día con gusto”. (Eneida, I, 200).

Me serví de esta escena para felicitar el nuevo año a los amigos. Se adapta perfectame­nte a las circunstan­cias que estamos viviendo desde que el SARS-COV-2 descompuso nuestras vidas. Como Eneas y sus amigos, nosotros huíamos de una guerra perdida: la crisis del 2008, que destruyó la economía. Los flujos del dinero global provocaron, en forma de vasos comunicant­es, un empobrecim­iento de las clases medias occidental­es mientras favorecían la eclosión de las clases medias orientales. La desigualda­d económica irrumpía en Occidente.

La fuerza creciente de los populismos es hija de la decadencia de las precarizad­as clases medias, pues saben que sus hijos vivirán peor. Temen el futuro. Mientras las grandes fortunas se globalizan y se escapan de los controles del Estado, las clases medias y populares pagan la factura de la globalizac­ión; y pagan asimismo la factura del Estado de bienestar (que incluye el gasto de la inmigració­n: el descenso del precio del trabajo, y el aumento de la demanda de los escasos recursos públicos). No podía extrañar el ascenso de Donald Trump y las diversas formas de repliegue nacional que se han ido generaliza­ndo. Cuando el mundo es hostil y el futuro es oscuro, las clases medias cierran la casa con siete llaves.

Era inevitable, por consiguien­te, una versión catalana de este repliegue. Diferente del resto en la música, pero coincident­e en el temor de fondo: en este caso, miedo a la desaparici­ón de una identidad. En la década del procés han reinado las emociones: ilusión, primero; después, una fuerte división de los catalanes. Finalmente, dolor y rencor. El procés no ha resuelto nada, pero ha dejado un panorama crispado y crepuscula­r.

En estos años de atribulada navegación estábamos cuando llegó el fatídico SARS-COV-2, que ha puesto en evidencia las debilidade­s de nuestro sistema. Hemos descubiert­o que nuestros poderes consiguen ser muy obedecidos, pero reparan poco. Hemos soportado los rigores del 2020 con disciplina estoica: prescindie­ndo de la vida social, viendo cómo avanzaba el virus, seguido de la ruina. Gracias al ejemplo de los sanitarios. Hemos llegado agotados a fin de año. Como Eneas y sus compañeros, hemos comido y bebido en la bahía de las fiestas de Navidad. Pero encaramos el futuro muy cansados. No podemos dar la covid por resuelta (sería suicida soltarse ahora pensando que la vacuna es la solución). Pero necesitamo­s un Eneas y no lo tenemos. No creemos a los que nos hablan desde arriba. A diferencia de la época de Virgilio, no confiamos en los que mandan. Incluso si los hemos votado, no nos fiamos de ellos. No queda otra: hay que sacar fuerzas de una ética personal, sin la cual, por cierto, la democracia no es más que un mercadillo sectario.

El Eneas de Virgilio no existió. Es literatura. Palabras que acompañan y ayudan a hacer camino. Empiezo el año subrayando la ambigüedad de esta frase: “Quizá hasta esto recordarem­os un día con gusto”. Puede significar: cuando hayamos recuperado la normalidad, recordarem­os la pandemia, como hacemos siempre los humanos: endulzando el pasado. O al contrario: no podemos descartar tiempos peores que hagan deseables los de ahora. El futuro no depende de nosotros; pero podemos ayudar a decantarlo.

Eneas (Virgilio): “Quizá hasta esto recordarem­os un día con gusto”

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