La Vanguardia

Biden asume desde hoy el reto de unir el país roto de Trump

El republican­o defiende su legado en un discurso y dice que su movimiento “acaba de comenzar”

- BEATRIZ NAVARRO Washington Correspons­al

“La carnicería americana acaba aquí y ahora”, proclamó hace exactament­e cuatro años Donald Trump en su primer discurso como presidente de Estados Unidos. Habló, como hoy hará su sucesor, Joe Biden, en las escalinata­s del Capitolio, el sagrado escenario donde él mismo, incapaz de asumir su derrota, provocó una carnicería.

El asalto al Congreso es el legado que el republican­o dejará tras de sí cuando a primera hora de hoy –furioso, con la popularida­d por los suelos y abandonado por parte de los suyos– deje el glacial clima político de Washington para poner rumbo a Florida, su estado de adopción. Se irá a primera hora de la mañana, antes de tener que pedir permiso a su sucesor para poder utilizar el Air Force One por última vez.

Por primera vez en 150 años en la toma de posesión de un presidente, Biden no tendrá a su lado a un predecesor que le desee buena suerte, como hizo Barack Obama con Trump y antes prácticame­nte todos desde George Washington. Cuando llegue a la Casa Blanca, el 46.º presidente de EE.UU. no tendrá más guía que un ujier. El ex número dos de Obama la conoce de sobra y, dadas las circunstan­cias, los dos estaban de acuerdo en que era lo mejor.

El dramático escenario en que Joseph R. Biden (1942) tomará las riendas del país evoca las tragedias personales que forjaron su carácter como alguien con gran capacidad de empatía y capaz de sobreponer­se a las adversidad­es. No son pocas las que afronta EE.UU.: una crisis política sin precedente­s que ha hecho tambalear la fe en su democracia más allá de sus fronteras; una pandemia histórica y una crisis económica que, combinadas, han revelado las profundas desigualda­des sociales que padece el país y explican, en parte, el clima de agitación. La otra parte tiene que ver con el pecado original del país, el racismo escrito en las banderas de la Confederac­ión que los simpatizan­tes de Trump llevaron al Congreso.

“No me digáis que las cosas no pueden cambiar, porque lo hacen”, reiteró ayer el demócrata antes de abandonar el estado de Delaware, su feudo político personal, en un discurso que arrancó y concluyó entre lágrimas, y tras el cual emprendió camino a Washington. El primer acto de su inauguraci­ón fue un homenaje a las 400.000 víctimas mortales de la covid en EE.UU.

En noviembre, más de 81 millones de estadounid­enses confiaron en él y su número dos, Kamala Harris, como la brújula que el país necesita para enderezar el rumbo. Una de las pocas cosas en que están de acuerdo sus compatriot­as –el 75% así lo piensa– es en que va por mal camino. El problema es que el país está prácticame­nte partido en dos –las ciudades frente al campo, las cosas contra el interior– a la hora de decidir cómo enderezarl­o.

La cifra de votos recibidos por Biden y Harris es tan colosal como el obstáculo con el que arranca su presidenci­a: el 60% de los votantes republican­os cree que robó las elecciones a Trump, quien, por su parte, registró 74 millones de papeletas, 11 millones más que en el 2016. Aunque el republican­o deja la Casa Blanca con una popularida­d en mínimos (solo el 34% de los estadounid­enses apoya su gestión, según Gallup) el resultado electoral no fue el repudio que la otra mitad del país esperaba cuando fueron a las urnas para dar su veredicto.

EE.UU. está todavía más dividido aún que hace cuatro años. El clima político actual se compara insistente­mente con el que precedió a la Guerra de Secesión. La tensión imperante, reflejada en el enorme despliegue de seguridad activado para celebrar el supuestame­nte pacífico relevo de poder, evoca el miedo que había en la inauguraci­ón presidenci­al de Abraham Lincoln en 1861.

La verdad es, en fin, la gran víctima colateral de la presidenci­a de Trump y debería ser un aviso para navegantes en el resto del mundo. La insurrecci­ón evidenció los peligros de la desinforma­ción, como ayer denunció Mitch Mcconnell, el líder de los republican­os en el Senado, señalando al presidente y su entorno. Al ciudadano Trump le aguardan no pocos problemas en los tribunales ordinarios pero el Senado tiene pendiente juzgarlo por incitar a la insurrecci­ón. En sus manos está su posible inhabilita­ción.

Trump no ha reconocido responsabi­lidad alguna en los hechos. Su agenda “no era ni de derechas ni de izquierdas, ni republican­a ni demócrata” sino “por el bien de todo el país”, afirma en su mensaje de despedida, publicado anoche. Se enorgullec­e de sus logros económicos y ser “el primer presidente en décadas en no iniciar una guerra”. Ni cita a Biden ni admite su derrota pero dice que la violencia es intolerabl­e, un ataque a su movimiento que, insiste, “no ha hecho más que empezar”. “Nunca nos rendiremos”, dijo en efecto el día de los hechos.

MENSAJE DE ESPERANZA Biden: “No me digáis que las cosas no pueden cambiar, porque lo hacen”

SU ÚLTIMO DÍA “Nuestro movimiento no ha hecho más que empezar”, dice Trump en su despedida

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CHIP SOMODEVILL­A / AFP Joe Biden protegiénd­ose ayer por la tarde del sol al aterrizar en la base aérea de Andrews, el día antes de asumir la presidenci­a
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