Rebelo, ampáranos
Después de los idus de marzo del 2004, circuló el rumor de que José María Aznar se había propuesto suspender las elecciones generales al desvanecerse la autoría de ETA de los atentados de Madrid. Fueron cuatro días terribles. España no había vivido una tensión similar desde la Guerra Civil. La rumorología señalaba que el rey Juan Carlos se había negado a respaldar el aplazamiento de los comicios, sugerido por el ministro del Interior, Ángel Acebes.
Unos meses después, Aznar desmintió tajantemente en sede parlamentaria que hubiese llegado a plantear al jefe del Estado la suspensión del 14-M. Imaginemos que esa medida se hubiese llevado a cabo mediante la implantación del estado de excepción, dada la gravedad de los atentados, que dejaron cerca de doscientos muertos y más de dos mil heridos. España se habría asomado al abismo.
Las elecciones se celebraron, el Gobierno cambió de signo y la herida que de aquellos días terribles aún es visible. Después de Estados Unidos, España es hoy en día uno de los países con más agresividad verbal en el debate público. Para comprobarlo basta con seguir las sesiones de control de los miércoles en el Congreso de los Diputados. No son pocos los embajadores extranjeros que quedan asombrados ante la violencia verbal de la política española. España es también uno de los pocos países del mundo, quizás el único, en el que ha habido una feroz campaña de negación de un atentado yihadista. El cuento de que había sido ETA duró meses. Ahí están las hemerotecas.
Imaginemos que Donald Trump hubiese intentado suspender las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Era perfectamente capaz de hacerlo. Los gritos de protesta se habrían oído hasta en el planeta Marte. No lo hizo porque se había embarcado en el relato negacionista de la gravedad de la epidemia y estaba firmemente convencido de su victoria.
En Portugal van a votar este próximo fin de semana para elegir al presidente de la República. Se ha escrito que no les queda más remedio, puesto que la Constitución portuguesa de 1976 prohibe aplazar elecciones. No es del todo exacto. En Portugal se planteó hace meses la posibilidad de efectuar una reforma exprés de la constitución para postergar las elecciones presidenciales. Lo propuso el líder de la oposición, Rui Rio, del PSD (centroderecha) y socialistas y comunistas se opusieron al considerar que ese paso era peligroso. Cuidado con suspender elecciones. Se planteó entonces una reforma de la ley para facilitar el voto a enfermos y personas en cuarentena. La aprobaron sin grandes enfrentamientos, bajo el amparo del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, fabricante de consensos y seguro ganador de la reelección.
En nuestro país se podría haber reformado la legislación electoral para facilitar nuevas modalidades de voto. No se ha hecho. En Catalunya, el consenso está roto, y en la leonera del Congreso de los Diputados es imposible imaginar una modificación de ese calibre. Suspender unas elecciones es un asunto muy serio. Seguimos pagando las iras del 2004.