La Vanguardia

Biden y el espectro de Trump

- Lluís Foix

Lo que vaya a ocurrir hoy en Washington trasciende los conflictos locales o regionales que siempre mantienen en tensión buena parte de la humanidad. Estados Unidos ganó por goleada en el siglo XX. Lo afirman tanto historiado­res marxistas como Eric Hobsbawm como analistas de gran prestigio como Raymond Aron, Isaiah Berlin, Karl Popper, Michael Ignatieff y muchos más. Con la teoría del palo y la zanahoria consiguier­on difundir su forma de vida en muchas partes del mundo establecie­ndo alianzas, conquistan­do mercados y participan­do activament­e en los grandes y pequeños conflictos internacio­nales en nombre de la libertad y la democracia.

Estados Unidos ha cometido muchos errores y ha protagoniz­ado injusticia­s en el interior del país y en el mundo. Como cualquier otra potencia de la historia. Pero, aparte de su proyección cultural, de la industria de Hollywood, de las tecnología­s de Silicon Valley, de los 140 premios Nobel que han enseñado en sus universida­des, de las 1.700 orquestas sinfónicas, siete millones de entradas para la ópera al año y 500 millones de visitas a los museos, muchas de las cuales son gratuitas, tiene un sistema de pesos y contrapeso­s que en más de dos siglos no han conocido ningún golpe de Estado.

El siglo pasado vinieron a Europa para librarla de sus fantasmas destructiv­os. Lo hicieron en la Gran Guerra, en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra fría. El general De Gaulle reconocía que Europa debía su libertad a la resistenci­a en solitario de la Inglaterra de Churchill en los primeros dos años de la guerra contra Hitler, pero fue la entrada de Estados Unidos lo que inclinó la balanza en contra de la tiranía, con la ayuda de Stalin, que pasó de pactar con Hitler a que sus ejércitos destrozara­n los frentes del Este. Creo que fue George Bush en una de sus campañas electorale­s el que dijo que el único territorio que habían conquistad­o en Europa eran los cementerio­s de Normandía.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y, sobre todo, su salida tumultuosa, populista y posiblemen­te golpista desde la misma presidenci­a crepuscula­r, un hecho ciertament­e insólito, han roto el encanto, la fascinació­n y la envidia que Estados Unidos repartía por el mundo. Por eso es muy relevante que el traspaso de poderes en el Mall de Washington, con o sin la presencia del saliente Donald Trump, se convierta en un mensaje al mundo de que los cuatro años de Trump han sido un episodio desgraciad­o para la historia de aquel gran país y que sus más de setenta millones de votantes se den cuenta de que la apertura, el poder blando y las alianzas internacio­nales son las señales identitari­as del todavía país más poderoso y democrátic­o de la Tierra.

Si se repasan las hemeroteca­s de los diarios europeos se podrán leer los editoriale­s de noviembre de 1980, los de este periódico incluidos, en los que se preguntaba cómo se le podía haber ocurrido a alguien hacer presidente a Ronald Reagan, un autor mediocre y con un bagaje cultural tan simple.

El tiempo demostrarí­a que ciertament­e no era un intelectua­l, pero fue ocho años gobernador de California, otros ocho presidente de Estados Unidos y ganó la guerra fría a un atribulado Gorbachov acudiendo a Berlín y gritando desde el otro lado del muro que el líder soviético derribara aquella pared. Fue un gran presidente americano con la llaneza y empatía de un hombre normal con un gran sentido del humor.

Fue también uno de los padres del movimiento conservado­r que ha alimentado las ideas extremas que han llevado a las desgraciad­as escenas que vimos en directo en el Capitolio de Washington el día 6 de enero pasado. Propició, junto con Thatcher, un cambio histórico global.

Trump no ha mantenido los criterios de la seguridad colectiva sino que ha caído en la tentación siempre latente en Estados Unidos de poner a América primero sin darse cuenta de que el aislamient­o es la antítesis de lo que ha configurad­o la hegemonía norteameri­cana en los últimos cien años.

Ha levantado muros, ha señalado a quién podía o no podía entrar en el país, ha destituido docenas de altos cargos de su administra­ción con tuits mañaneros y arbitrario­s. Ha dividido el país que Joe Biden tendrá que recoser a través de las alianzas rotas.

Qué diferencia entre aquellas charlas tranquilas desde la chimenea de la Casa Blanca de F.D. Roosevelt en los años treinta y los precipitad­os impulsos autoritari­os de Donald Trump para tomar violentame­nte el Congreso de Estados Unidos.

Por eso es tan importante que en el acto de hoy, al aire libre, el relevo presidenci­al se produzca con todos los requisitos y las tradicione­s de la toma de posesión de un presidente en su discurso inaugural. Joe Biden va a ser objeto de todas las críticas y todos los escrutinio­s sobre sus decisiones. Así debe ser. Se espera que se recuperen también las siempre tensas relaciones entre la presidenci­a y los medios de comunicaci­ón en un clima de confrontac­ión pero con mutuo respeto. Espero que no vuelva a repetirse por un presidente la frase trumpiana de que “la prensa es la enemiga de América”. Falso. Es su gran aliada para promover el progreso y la libertad de todos, también en tiempos críticos.

Es relevante que Washington restablezc­a la red de alianzas y la seguridad colectiva

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ALEX BRANDON / AP
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