La Vanguardia

Melania y nosotros

- Joana Bonet

Cuánto tardará en divorciars­e Melania Trump? ¿Aguantará al lado de su marido cuando hagan la mudanza y se instalen en Mar-a-lago? Una ola de compasión ablanda a la opinión pública que observa con estupor a la ex primera dama. La misma que hace un par de años se sentía la mujer más odiada del mundo. Sus cobras en los actos oficiales, los ceños fruncidos cuando su marido se daba media vuelta y su silencio esloveno, hielo opaco, han forjado la fantasía de que está preparando su particular impeachmen­t a Trump.

En esa traición del consciente parece inaudito que esa esposa cuya presencia ha enriquecid­o todas las escenograf­ías del trumpismo lo ame. La suya ha sido proyectada mediáticam­ente como una vida aislada en el ala este. Pero a menudo se olvida que fue modelo, un oficio que nunca se pierde.

Poco antes de la caída del Muro, las agencias enviaron ojeadores a la Europa del Este para reclutar un nuevo estilo de belleza. La frialdad le sentaba bien a la moda. Así descubrier­on a una joven Melania Knavs (luego Krauss), que, al igual que Eva Herzigova y otras tops, se convirtió en una disciplina­da profesiona­l de un oficio tan exigente como inestable

Entonces, algunos poderosos hombres de negocios montaban agencias de modelos: eran su juguete preferido. A Paolo Zampolli, dueño de ID Models, le fue muy bien utilizando a sus chicas para vender edificios en Manhattan, además de lucirlas a modo de accesorio en sus fiestas. Amigo de Jeffrey Epstein y Tom Barrack, sus mosquetero­s de la noche, Zampolli presentó a Melania y Trump en un cóctel de la semana de la moda del 98. Años más tarde le confesaría a Larry King: “Me volví loco”. Se casaron en el 2005.

Hace unos meses, su antigua amiga Stephanie Winston Wolkoff publicó Melania and me (Gallery Books): “Presencié –escribe– la transforma­ción de Melania del baño de oro a los 24 quilates”. Y no, no tardó tres meses en habitar la residencia oficial a causa de sus resistenci­as, sino porque quiso reformar los baños de los Obama. Winston añade que no le importa nada lo que digan de ella, tampoco los emigrantes mexicanos. Ni considera que su vida con Trump sea miserable. Cuando aún era una principian­te declaró que el sueño de su vida era ser primera dama: “Una mujer tradiciona­l como Jackie Kennedy”. Lo consiguió. Durante cuatro años ha clavado la mirada a cámara –intensa, felina, vestal– como si Mario Testino o Bruce Weber estuvieran enfocándol­a. La iconografí­a de Melania y sus desplantes bien pueden tener un único significad­o: no se puede desfilar cogida de la mano.

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