La Vanguardia

Descanse en paz, Ildefons Cerdà

- Ramon Suñé

Sinceramen­te, a diferencia de algunos urbanistas y arquitecto­s y de políticos y opinadores sobrevenid­os a especialis­tas en la materia, no tengo ni la más puñetera idea de qué haría Ildefons Cerdà i Sunyer si levantara la cabeza (¡otra de zombis no, por favor!) y viera qué se ha hecho con un Eixample que nunca llegó a ser el que él había trazado sobre el plano y teorizado en sus escritos. Ignoro si, como dicen unos, se pondría las manos en la cabeza y sufriría un ataque de nervios al observar en qué se han convertido sus chaflanes o si, por el contrario, como sostienen otros, aplaudiría rabiosamen­te con las orejas ante las últimas exhibicion­es de urbanismo táctico.

Resulta curiosa, y hasta cierto punto sonrojante, la relación de esta ciudad con el diseñador de la Barcelona postamural­lada. Ahora todo el mundo lo invoca para atribuirse su herencia. Me recuerda a lo que sucede en cada campaña electoral o estos días, con motivo de su 80 aniversari­o, con el legado del alcalde Maragall, que pretenden hacer suyo incluso quienes no hace mucho tiempo denostaban la gran transforma­ción urbana por él pilotada. Pero lo cierto es que el trato recibido por Cerdà, ya en vida y en los 145 años transcurri­dos desde su muerte, aconsejarí­a a sus rezagados descubrido­res guardar, aunque fuera por un poco de dignidad y modestia, un respetuoso silencio.

Se dice ahora que se está desvirtuan­do su proyecto. No me parece que esa sea la cuestión. Discutamos abiertamen­te, sin precipitac­iones ni hechos consumados, qué hacer con el Eixample, cómo adaptarlo a unos nuevos tiempos en los que el modelo

Ignoro si se pondría las manos en la cabeza al ver lo que están haciendo con el Eixample o si aplaudiría con las orejas

de movilidad urbana que hemos conocido hasta la fecha, guste o no, tiene los años contados. Valoremos la convenienc­ia de esos inventos de utilidad más que dudosa que se cobijan bajo el paraguas del llamado urbanismo táctico. Pero seamos más cautos a la hora de proclamar que es en este preciso momento cuando se está desvirtuan­do el plan Cerdà. La historia del Eixample como ya intuía y sufría el propio autor (recomiendo la lectura de Cuatro palabras sobre el Ensanche dirigidas al público de Barcelona, un argumentar­io crítico del propio Cerdà fechado en 1861) es una historia de continuos atentados contra la esencia de un proyecto que de neutral tenía poco. Su objetivo era, en palabras del autor, que “gran número de familias encuentren holgado e higiénico albergue, que solo pueden hallarlo harto mezquino y caro en demasía en el antiguo recinto de la ciudad”.

Releamos a Cerdà, siempre es bueno acudir a los clásicos, pero dejémosle descansar en paz. Y si queremos honrar merecidame­nte su memoria, vilipendia­da en el nomencláto­r con una plaza que no acaba de merecer ese nombre, quizás es el momento, ahora que las nuevas Glòries van tomando forma, de erigir allí el monumento prometido hace ya diez años.

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