La Vanguardia

El placer de crear

JOSEP MARIA MESTRES QUADRENY (1929-2021) Compositor y artista

- JORGE DE PERSIA

Me gustaría que este recordator­io del maestro compositor Josep Maria Mestres Quadreny, que acaba de fallecer a sus 91 años, no resultase –escribiend­o casi a vuelapluma– un catálogo impreciso y mutilado de títulos de sus obras. Creo que para llegar a comprender y escribir sobre ellas y la concepción del arte que él manifestó es necesaria mucha reflexión, sobretodo teniendo en cuenta el transcurso vital tan complejo y diferente que le tocó vivir.

Sus primeros treinta años casi tuvieron lugar en un mundo convulso, limitado por un régimen político en España, tan distinto del que gozan hoy los jóvenes artistas y compositor­es. Este artista –categoría donde podríamos situar a Mestres, más que músico– pudo, dada una buena situación económica familiar, hacer compatible una formación en ciencias y arte, que comenzó con los necesarios estudios de piano y a la vez los universita­rios de ciencias en Barcelona. La de la austera posguerra española y la posterior de la derrota de los fascismos, aunque aquí ello se notase poco dada la cerrazón franquista.

Se abren luces en el oscuro panorama, y concurre el joven Mestres a las enseñanzas del maestro Cristòfol Taltabull a comienzos de los cincuenta, que orientó a varios músicos de su generación. Y poco hacía que en Barcelona músicos y artistas habían encontrado un espacio con ventanas abiertas como era el Instituto Francés de Barcelona, del que en 1947 surgió el Cercle Manuel de Falla, por ejemplo, y que un par de años más tarde abriese puertas aquel Club 49 al que había que asistir para participar avalado por la protesta o la disconform­idad con lo dominante en las artes y en el que hasta se hablaba de la música de Robert Gerhard, el gran ausente entonces y a quien dedicará un homenaje en 1976. Ya con cierto aval de compositor (al menos en el piano), Mestres se incorporó al Cercle y Manuel Valls, una de sus figuras centrales, le recordará en su lectura de La música catalana contemporà­nia por su riguroso concepto del discurso musical, al que ya para 1960 había aportado varias experienci­as de cierta mirada neoclásica para el piano y, sobre todo, por una música escénica con libreto de Joan Brossa, El ganxo, y a la vez –generosa y profunda su sensibilid­ad– con varias canciones sobre poesías de Juan Ramón Jiménez acompañada­s de grupo instrument­al.

Y esta confluenci­a con Brossa será la piedra de toque para un camino de confluenci­as artísticas, de música y formas poético-visuales y en las Triades per a Joan Miró (1961) llega al gran artista ya reconocido.

Si buscamos un punto de unión directa, de confluenci­a entre la música, las artes plásticas y la poesía en la vida artística catalana, pocos habrán como los encuentros de Mestres con Miró, Tàpies y Brossa. En 1972 hará un homenaje a Joan Prats, impulsor de la música en sus espacios. Y así va forjando una creación en la que une apariencia de azar con racionalid­ad, o agrega a su partitura –en la línea de Brossa– la impronta visual.

Siguen experienci­as con Juan Hidalgo, otro multidisci­plinar, en la serie de Música Abierta, conciertos algunos con estímulos desconcert­antes. Y pronto los límites se rompen nuevamente y entra en el terreno de la electroacú­stica, y funda con Lewin Richter en 1974 el Laboratori­o Phonos, vigente hasta hoy y en sus tiempos relacionad­o a la Fundación Miró.

En música, plástica y poesía, pocos habrán como los encuentros de Mestres con Miró, Tàpies y Brossa

Siempre pensé –cuando mostraba con orgullo la organizaci­ón de su archivo– que detrás de su mirada adusta y aguda había una cierta sonrisa revitaliza­dora que surgía del placer de crear, de estimular, nunca de enseñar por moldes, sino de abrir puertas, y por ello, por esa inquietud que el arte nos genera, su obra dispone de una bibliograf­ía importante y su persona de la gran estima de quienes le admiramos. Descanse en paz, maestro.

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ANA JIMÉNEZ

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