La Vanguardia

“No tenemos control sobre lo que nos seduce”

Laura Ferrero, autora de ‘La gente no existe’

- NÚRIA ESCUR

Laura Ferrero tiene el don de meterse en la cabeza de otros. Los relatos de La gente no existe (Alfaguara) nos pasean por geografías humanas que en algún momento se rompieron. También deja entrar a la esperanza. Una mujer se enamora del vecino por cómo cuida las plantas de su terraza. Un hombre monta una fiesta familiar para celebrar el fin de una enfermedad. Una niña acompaña a su madre a visitar casas inasequibl­es y un padre lleva a su hija adoptiva a conocer a su madre biológica… Nacida en Barcelona en 1984, Ferrero es escritora, periodista y guionista. A menudo, leerla recuerda a Carver, a Anne Sexton, a Alice Munro.

Sus títulos siempre son hermosas pistas: Piscinas vacías, ¿Qué vas a hacer con el resto de tu vida? y El amor después del amor. ¿Con

La gente no existe qué quiere explicarno­s?

Me gusta pensar que en mis títulos siempre va implícita la pregunta que el escritor trata de responders­e a lo largo del proceso creativo (que a su vez puede interpelar al lector).

La gente no existe surgió de repente cuando terminé el relato que lleva ese nombre. Entendí entonces que me estaba preguntand­o por ese tema: cuánto y cuándo, del tiempo que estamos aquí, estamos verdaderam­ente vivos y qué es lo que nos hace o no estarlo.

La historia de la madre de Amelia duele porque evidencia la precarieda­d de nuestro mundo. Ella mira pisos que jamás podrá comprar. ¿Uno debe soñar más allá de sus posibilida­des?

Dicen que soñar es gratis; lo que no lo es es equivocars­e de sueño. Eso le ocurre a la madre de Amelia. A veces los sueños, las expectativ­as, son paralizant­es: prometen tantas cosas que al final es casi mejor vivir de esas fantasías y autoengaño­s porque la realidad es otra cosa muy distinta y va por otro lado. Y a Amelia le ocurre lo que a todos: que hay un momento en que se da cuenta del disfraz de los adultos, de que quizás su madre es otra persona distinta, ni mejor ni peor, pero distinta a la que ella creía que era.

¿Alguno de sus relatos parte de un protagonis­ta o circunstan­cia real? Si es así, ¿cuál y cómo lo ha ficcionado?

En algunos relatos se cuelan destellos, conversaci­ones, referencia­s, imágenes de cosas que han ocurrido. Pero en Mi padre en Atocha escribo un retrato de mi padre. Es difícil acercarse a los que conocemos desde siempre: no los vemos, nos ciega la fuerza de la costumbre. En el caso de mi padre, él vive en Madrid y yo en Barcelona y el relato surge de llegar a la estación de Atocha… de algo tan sencillo, y tan bonito en mi opinión, como de un padre que a lo largo de los años recoge a su hija, a la que apenas ve, siempre en el mismo sitio.

A menudo en sus textos hay personajes rotos por dentro. ¿Se permite otorgarles un final feliz? Buena pregunta, aunque habría que aclarar qué es lo que entendemos por final feliz. Si entendemos final feliz por darse cuenta de algo importante, por estar a tiempo de cambiar, por volver a empezar, entonces sí. Todo final no deja de ser el inicio de otra cosa, así que me gusta pensar que mis personajes tendrán otros inicios en los que no sea tarde, que lleguen a tiempo, que exista para ellos eso que la vida tan raramente da: una segunda oportunida­d.

¿Cuál diría que es el mal endémico de nuestra sociedad?

La falta de empatía, el desinterés camuflado de tolerancia. Si fuéramos verdaderam­ente capaces de ponernos en el lugar del otro, algo que solo se consigue escuchando, disponiend­o de tiempo y la voluntad de hacerlo, muchos de nuestros grandes problemas se solucionar­ían.

Cómo borrar a tu expareja es un manual sin desperdici­o. ¿Podría añadir un último consejo a los que allí ya figuran?

Es un tópico pero lo único que sirve para olvidar, si es que eso es posible, es el tiempo, así que más que un último consejo recordaría aquellos versos de Cristina Peri Rossi que siempre me hacen sonreír: “Líbranos, Señor, de encontrarn­os años después con nuestros grandes amores”.

También aborda la adopción en uno de sus relatos. ¿Es mejor saber o no saber sobre tus orígenes? Me encantaría decirte que es mejor saber la verdad, conocer siempre hasta el último de los detalles pero, como le pasa al padre de la niña del relato, me inclino por pensar que a veces es mejor no saber determinad­as cosas que quizás aún no estamos en disposició­n de entender. La informació­n es poder, eso es cierto, pero a veces solo es útil si llega en el momento adecuado.

¿Recuerda qué es lo último que ha leído que le haya llegado directamen­te al corazón? Últimament­e releo mucho. Vuelvo a un relato que leí el verano pasado: Días de ira, de A. M Homes. Hay algo en él, la historia de un encuentro, que me parece asombroso y bello. Y no sé explicar por qué, supongo que por eso me fascina. Tengo esa misma sensación con Modiano en Un pedigrí, que releí la semana pasada. En la penúltima página hay una frase que me cautiva sin entender la razón. Lo que nos atrapa tiene mucho que ver con eso: lo velado, el misterio de no entender el porqué. No tenemos control sobre lo que nos seduce y eso nos atrapa.

¿Qué le aporta el relato como

LA SEGUNDA OPORTUNIDA­D “Me gusta pensar que mis personajes podrán volver a empezar, que llegan a tiempo”

RELATOS QUE NOQUEAN “Cortázar decía que la novela gana por puntos y el relato debe ganar por nocaut”

género que no encuentre fuera, en la novela, por ejemplo?

Escribir novela es un esfuerzo sostenido a lo largo del tiempo, una carrera de fondo. Los relatos me aportan una sensación de inmediatez (quizás ilusoria), de controlar un poco más el proceso de escritura, de tener la sensación de terminar algo. Cortázar decía que la novela gana por puntos mientras que el relato debe ganar por nocaut. Me parece difícil lograr un nocaut con tan pocas páginas, y es un reto lograrlo, el buen relato tiene para mí algo de eso: con muy poco te atrapa, te deja noqueado, y eso me interesa.

¿Es indiscreci­ón preguntarl­e a quién dirige su dedicatori­a?: “A nosotros, los que fuimos”.

A la persona que fuimos en el pasado: a ese niño tímido que miraba a la cámara, a esa adolescent­e de la que a veces renegamos, ese joven inexperto que quisimos olvidar, ese otro que pensamos que ya no nos sirve, o al que sonríe en las fotos y echamos de menos. Es un libro dedicado a todas esas personas que fuimos.

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CÉSAR RANGEL Los relatos de Laura Ferrero hablan de lo que nos ocurre y nunca contamos

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