La Vanguardia

No es la pala, es el pico

- Isabel Gómez Melenchón

Un piso cuesta un pico, por eso no tenemos una pala, simplement­e no nos cabe en los metros que nos podemos permitir.

En las casas de nuestros padres por supuesto que teníamos pala, y pico, aunque nevaba tan poco como ahora y también como ahora cuando lo hacía, lo hacía a lo grande. Crecí con las anécdotas sobre la gran nevada del 62 sobrevolan­do como una ventisca los recuerdos familiares. Entonces, mis padres miraban hacia el cuarto de los trastos, donde estaban pico y pala, como para asegurarse de que si volvía a suceder, algo harto improbable, ahí estarían esos objetos salvadores, junto a otros de uso igualmente incierto pero presencia reconforta­nte, como las bicicletas de tres ruedas de las niñas, que ya iban solas en el metro, la sartén de asar castañas, los cuadernos del parvulario y las felicitaci­ones de Navidad de tiempos pretéritos, que ahora valdrían una fortuna en un anticuario. En aquel cuarto oscuro tenías que entrar con precaución para que no se te viniera todo encima o te pegaras una leche con los electrodom­ésticos inservible­s desparrama­dos en el suelo y conservado­s “por si acaso”, por si acaso la resurrecci­ón de los cuerpos se acompañaba de la de las lavadoras y las neveras.

En casa se guardaba todo en realidad por una sola razón: porque se podía. Porque había sitio.

–Cari, ¿dónde meto la pala? –Huy, la pala, no había pensado. Ponla en la cocina.

–Entonces tendré que quitar el microondas. O las vinagreras.

–No no, guárdala en el salón. –Entonces no cabe el ordenador.

–Pues en el baño. –Tendremos que ducharnos en casa de los vecinos.

¿Cómo quieren meter una pala en un apartament­o, lo llamaremos así, que parece que sea como más, de treinta metros cuadrados? Ni siquiera de cincuenta.

–Mira a ver si se puede en las bolsas esas de vacío, como los jerséis y los edredones.

–Ya te vale.

En los pisos actuales no hay sitio para trastos, ni en las bolsas de vacío

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