La Vanguardia

Jugar a la política

- Lluís Foix

Tras seguir en directo la ceremonia en el Mall de Washington pensaba en el reto del presidente Joe Biden para restaurar la credibilid­ad de las institucio­nes en un país dividido, enfrentado, golpeado por una gran crisis sanitaria y económica.

Con voz tranquila habló de curar heridas, de los millones de puestos de trabajo perdidos, de las empresas desapareci­das y de los más de cuatrocien­tos mil fallecidos por la pandemia. Pedía unidad para defender las reglas del sistema democrátic­o y respeto a la verdad sobre la mentira.

La democracia no es solo una cuestión de procedimie­nto sino de ideas, de ideales y de compromiso­s éticos con la moralidad de los actos públicos. Es un sistema tan frágil como la fragilidad de los humanos y lo propio de una democracia es la crisis permanente que se supera con las discusione­s, los argumentos y los pactos hasta que llegue la siguiente crisis. No hay problemas visibles en las dictaduras porque se esconden.

Un solo discurso cambiaba la atmósfera y el clima político irrespirab­le en la capital americana que estaba tomada por más de treinta mil policías. La brillante ceremonia no escondía los desgarros sociales, ideológico­s y cívicos que sacuden a la sociedad norteameri­cana.

El discurso de Biden podía muy bien trasladars­e a muchas de las democracia­s occidental­es que comparten los intereses y los valores comunes pero no aceptan las diferentes maneras de abordarlos. El ambiente que se vive en Estados Unidos es semejante al que existe en el Reino Unido, Francia, Italia, España, Polonia, Hungría, Países Bajos... y también Catalunya.

Se están tensando las costuras entre los poderes. En España se corre el peligro de que el Gobierno de coalición salte por los aires si Pablo Iglesias sigue jugando las cartas fuera de la mesa del Consejo de Ministros evidencian­do la existencia de dos gobiernos o de dos relatos. Esta pugna a tumba abierta entre Pedro y Pablo no puede durar.

Respecto a Catalunya, la situación es cada vez más laberíntic­a. Se ha abusado del poder ejecutivo pensando que se podía hacer todo al margen del Estatut y la Constituci­ón, como si no existieran ni el legislativ­o ni el judicial, lo que nos ha llevado a un callejón sin salida. No es fácil salir del atolladero, pero sería deseable recuperar el respeto al adversario y buscar aquellos puntos en los que se puede estar de acuerdo y, a partir de ahí, poder combatir más eficazment­e la crisis política, económica, social y sanitaria. Todo lo demás es jugar a la política.

La pugna a tumba abierta entre Pedro y Pablo no puede durar mucho tiempo

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