El lado malo de la vía visto con la lupa de un niño
Deepa Anappara suma 22 traducciones para ‘Los detectives de la linea morada’, la novedad india de más proyección de los últimos años
La pobreza de India inspira más conmiseración que recreaciones. Raras veces es tratada por su cine y las obras de ficción que dan el salto internacional casi siempre tienen su trampolín en Londres y casi nunca son del agrado indio.
Léase Q&A (Slumdog millionaire) de Vikas Swarup, El Tigre blanco, de Aravind Adiga, o Cómo hacerse asquerosamente millonario en el Asia emergente, del pakistaní Mohsin Hamid. Visiones desde arriba, no exentas de humor y empatía, sobre las partes blandas del subcontinente que la mayoría prefiere no ver, ni oler.
Los detectives de la línea morada (Destino), la fulgurante propuesta de Deepa Anappara, es distinta. Porque el bagaje de esta experiodista –que atiende al teléfono desde Essex– le evita el paternalismo. Y el resultado es tan trepidante que no parece una ópera prima (tiene tres inéditos).
Anappara pisó las calles menos recomendables de Bombay y Delhi como reportera. Y en su reencarnación como novelista lo regurgita en un retrato de la India invisibilizada que es un puñetazo envuelto en guante de seda.
El tema no podría ser más escabroso. La desaparición de miles de niños, cada año, por motivos que no revelaremos, para no estropear el suspense. Pero la información sobre el lado oscuro está dosificada de forma desarmante.
No en vano, responde a la mirada de un niño del mismo barrio imaginario de chabolas amenazado por el fenómeno y por la piqueta. Jai se toma la resolución de los casos como un juego detectivesco, como su programa favorito, Police Patrol. Los yins, los genios del título original, aportan el toque de realismo mágico.
Como periodista, firmaba Deepa A., ocultando su apellido como se hace en el sur, algo que luego vio que “iba bien para moverse sin que supieran la casta”. Los años de alejamiento –desde 2008– le han dado la perspectiva para juzgar a su país, sin rencor.
No se habría ido, dice, “si hubiera encontrado un curso de escritura creativa”. “Pero mantengo el pasaporte indio y volveré –cuando termine el doctorado– por responsabilidad familiar”.
Los sureños tienen un gran peso en la prensa india en inglés, sin dejar de ser periféricos. “Crecí en Palakkad, en Kerala, que es una especie de sociedad socialista. Soy hija de profesores y sé lo que son las estrecheces. Convertirme en escritora era inimaginable”.
Modesta, su lista de agradecimientos parece el de una superproducción. Y no le duelen prendas en reconocer influencias, entre ellas Leaving Atlanta , de la afroamericana Tayari Jones. Un retrato de la oleada de asesinatos de niños negros en 1980.
Aquello quedó impune, más o menos como el pogromo de musulmanes cuyos rescoldos cubrió hace más de quince años. El gobernante del Guyarat de aquel entonces, Narendra Modi, rige ahora los destinos de India. ”Palpé tanto odio hacia los musulmanes que lo vi venir”.
Anappara se extiende sobre “la deshumanización” del presente, incluso de “gente liberal en otras cosas”. “Los indios asentados en el Reino Unido financiaron a Modi y él ha dado carta de naturaleza a sus miedos y prejuicios”.
Como en aquellas películas italianas en que no faltaba el cura y el alcalde, en su India de barrio no faltan el demagogo antimusulmán, el gurú fraudulento y el policía corrupto. “No puedo ser optimista cuando los periodistas tienen miedo a criticar al gobierno, que les detiene por un tuit”.
Aunque Anappara no explicita la ciudad de la obra, la más reconocible es Delhi. Hay ecos de la infame violación en grupo en uno de sus autobuses, con resultado de muerte. De su principal estación de trenes, con su barrio mochilero de Paharganj. O de la desconcertante GB Road –tiendas de repuestos por la mañana, burdeles jaula desde el atardecer. Así como de las ciudades satélites de la nueva clase media, atrincherada pero lo bastante cerca de los suburbios de barracas que les brindan vigilantes o limpiadoras.
Pero también se huelen las especias y fritangas, así como perfumes que echan de espaldas. El colorido sin igual de India y la lucha por la vida de sus gentes.
Por último, todo autor en inglés se enfrenta al reto de hacer creíbles diálogos que en la vida real se desarrollan indefectiblemente en lenguas indias. Anappara opta por una cierta prosodia y por salpimentar con el hindi que hasta la clase media emplea en inglés. Como ya hizo Salman Rushdie en Hijos de la Medianoche.
El glosario ayuda, pese a algún desliz. Aunque la traducción no aprovecha para devolver la naturalidad a estos diálogos de parias, haciéndolos aún más envarados.