La Vanguardia

“Que tu único sostén afectivo sea tu pareja nos deja muy solos”

Tamara Tenenbaum, cómo una joven criada en el judaísmo ortodoxo ve los hábitos laicos

- Ima Sanchís

Tengo 32 años. Nací y vivo en Buenos Aires . Soy filósofa, periodista y escritora. Docente de filosofía en la universida­d. Vivo en pareja. No tengo hijos. Me preocupa la pobreza global, la desigualda­d y la injusticia general. Fui criada como una judía ortodoxa pero hoy no tengo ninguna creencia. Soy atea

Nació y se crio en una comunidad judía ortodoxa. Sí, un mundo de reglas muy claras donde solo los varones podían ir a la universida­d y las chicas debíamos cubrirnos los codos y las rodillas y no llevar pantalones.

¿Reglas estrictas?

Las costumbres sobre la comida y la sexualidad eran rígidas, y el sábado no podíamos toca dinero, usar electricid­ad ni medios de transporte. En la secundaria mi madre me envió a un colegio laico porque veía que yo no me adaptaba.

¿Qué le sorprendió de ese nuevo mundo?

Todo, me obsesionab­an las camisetas de tirantes y ver como mis compañeras y compañeros se tocaban. Todas esas cosas tan normales entre adolescent­es a mi me impactaban.

¿Qué dudas le surgieron?

Yo intentaba averiguar cuáles eran las reglas de ese nuevo mundo. Venía de un mundo en el que ir a bailar estaba al mismo nivel que ser un heroinóman­o. Yo quería ser como los demás pero no entendía nada: si llevar minifalda era normal o de chica ligera.

¿Qué se preguntaba?

Desde a qué edad te podías dar un beso en la boca, si se saluda a todo el mundo con un beso en la mejilla o solo si los conoces o si perder la virginidad antes del matrimonio era tan común como en las películas...

En su mundo todo eso estaba clarísimo.

Y entonces sobrevino un segundo descubrimi­ento: no es que en esa sociedad laica no hubiera reglas, sino que eran más invisibles, más confusas, pero existían.

¿Qué tipo de reglas?

Había cosas que eran de puta, de tonta, de ridícula o de loca. Pero vi que el resto de las chicas tampoco lo tenían todo tan claro . El desconcier­to y la incertidum­bre de una chica de 13 años era común.

¿Aprendió las costumbres afectivas y sexuales de ese mundo secular?

Sí, como una antropólog­a, me pasé mucho tiempo mirando al techo recopiland­o notas mentales. No fue algo natural.

¿Como eran en el mundo en que se crió?

Mis amigas de la infancia se casaban con chicos que apenas conocían y con los que no se habían besado, tenían un nuevo embarazo cada año. Cuando veían que yo iba a la facultad y estaba soltera me miraban con lástima, como si les estuviera hablando de una adicción peligrosa.

¿Cuando dejó de sorprender­le su nuevo mundo?

Nunca. Cuando había entendido cómo funcionaba el sexo, llegaban los noviazgos, la maternidad: hay que hacer cursos, aprender alimentaci­ón, mil cosas muy exigentes.

¿No es así de donde usted viene?

No. Las familias tienen 12 hijos y a los pequeños los cuidan las hermanas mayores. Y, la verdad, no salen mejor unos que otros. Y me sorprende la relación de las chicas con sus abuelas. De donde vengo están absolutame­nte presentes.

¿Cuáles eran las mayores limitacion­es que veía en sus amigas laicas?

Su religión era el amor. El amor romántico tenía una centralida­d absoluta, mientras que en mi barrio la gente se casa porque se tiene que casar, jamás oí allí “estoy profundame­nte enamorada”. El matrimonio cumple otro rol.

Entiendo.

En mi nuevo mundo mis amigas se pasaban el día hablando de chicos, y para pertenecer tenías que encontrar a uno que te gustara. Y además era algo que solo hacíamos nosotras, ellos hablaban de fútbol, música, política.

Ya.

Sin embargo yo estaba rodeada de adolescent­es brillantes, grandes lectoras... pero pasábamos la mayor parte del tiempo hablando de ellos. Y me di cuenta de que eso deja huella en la subjetivid­ad de la persona.

¿En qué sentido?

Nosotras podíamos convertirn­os en políticas, músicas, ingenieras, pero lo que sentíamos que definía nuestra valía era la mirada masculina.

Pronto empezó a estudiar el paradigma del amor romántico actual.

Pensar que la pareja es la piedra de toque de la felicidad te puede conducir a ser muy desgraciad­o. Y en las sociedades de consumo urbanas la pareja es una tarea más, una fuente inagotable de ansiedad.

Hoy ser feliz es obligatori­o.

Consumimos las parejas de famosos por Instagram, vemos su falsa felicidad en las playas de El Caribe. Y se ha instaurado la idea de que a la pareja hay que dedicarle trabajo, esfuerzo. Incluso el sexo es una tarea.

Cómo mínimo una vez por semana.

En toda esa maraña de obligacion­es es muy difícil conectar con algo más genuino, con el deseo. Quizá la gente se desearía más si tuviera sexo cuando le apeteciera.

El sexo como obligación es mala idea.

Totalmente, porque nunca nadie cumple, todos tenemos las sensación de tener una pareja subestánda­r, una familia subestánda­r, es una competenci­a que no se puede ganar.

¿Hemos convertido el amor romántico en un imperativo?

Sí, es un objetivo central de nuestra vida y eso nos hace daño. Que tu único sostén afectivo sea tu pareja nos deja muy solos.

 ?? RODRIGO MENDOZA ??
RODRIGO MENDOZA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain