Antonio Lozano
Escritor
El periodista y editor destila sus 25 años como experto en literatura policiaca en Lo leo muy negro, libro que no solo repasa los autores y personajes más célebres sino que además se interroga por aquello que nos fascina de los relatos criminales.
Por qué nos fascina el crimen? ¿Estamos dispuestos a conocer nuestro lado oscuro? Esas son algunas de las preguntas que trata de responder el periodista y editor Antonio Lozano (Barcelona, 1974) en Lo leo muy negro (Destino), un ensayo sobre el género policiaco que va más allá de repasar los principales autores y personajes, pues además intenta analizar lo que los relatos criminales explican de la sociedad que los acoge, así como los vasos comunicantes entre realidad y ficción, los hallazgos del mundo audiovisual y las trampas o vicios de este tipo de ficciones.
El volumen –que se presenta en el festival Bcnegra mañana domingo, a las 16 h, en conversación del autor con el crítico J.ernesto Ayaladip– es fruto de los 25 años que lleva Lozano investigando el género, ya sea como periodista –es colaborador de La Vanguardia–, organizador de festivales y mesas redondas, o editor (dirige la Serie Negra de RBA) e incluye, a modo de bonus, anécdotas suyas junto a autores como James Ellroy, quien le hizo la vida imposible en una entrevista (luego se disculpó echándole las culpas “a una mujer que me daba muy mala vida”) o Sue Grafton, quien en un acto público en Barcelona le pasó una tarjetita “con las preguntas que le gustaría que le hiciera, y hay que reconocer que sus respuestas, ya ensayadas, eran brillantes, hasta fingía sorpresa al escucharlas”.
“La ficción literaria –prosigue– ha cogido la realidad y la ha moldeado a su antojo. Hasta el punto de que la policía se queja que, de tanto ver CSI, la gente ha aprendido a borrar sus huellas. Olivier Norek, también policía, me contaba que cuando llegaba a registrar casas de sospechosos, estos, orgullosos, le exigían una orden judicial de registro como en las películas, cuando en la legislación francesa no es necesario”.
Los crímenes reales no son como en la ficción porque “los libros y series tienen que hacer interesante una labor policial que, en el día a día, es aburrida, de oficinista, de seguimientos anodinos. Los crímenes suelen ser chapuceros, se hacen de cualquier manera, pero el prototipo de la ficción es una mente criminal astuta que lanza un desafío al detective. La realidad es más tosca y brutal”. El mismo asesino en serie, cuando los hay, “no es tan planificador y culto como en Seven o El silencio de los corderos, en realidad son gente con vidas tristes, grises, poco atractivos, ni se disfrazan ni dejan pistas falsas”.
Repasando arquetipos, admite que “el entretenimiento de ficción busca definir a los malos. Y se ha hecho de forma xenófoba, señalando al foráneo, por ejemplo los chinos, descritos como proclives al crimen y fumadores de opio”. Hoy, “nos hemos ido al otro extremo y parece que no te puedas meter con nadie”.
Además de Capote, Chandler, Hammett... reivindica nombres menos conocidos como Charles Willeford (1919-1988), “autor de una de mis obras predilectas, Miami blues”. Por lo general, cree que “a la novela negra le falta sentido del humor, hay pocas muy divertidas y Willeford lo conseguía con su detective inútil, que lleva dentadura postiza, no consigue pagar la manutención de sus hijos, lleva un coche destartalado, y el psicópata al que persigue hace con él lo que quiere”.
Hay, ejem, algún capítulo que podría resultar polémico, como la receta del crimen perfecto, esto es, cómo asesinar a alguien sin dejar rastro (otro, de consejos técnicos para atracar un banco). “Lo del asesinato –dice, eludiendo responsabilidades– no es mío, es la receta de Scott Turow en su novela Inocente, una combinación de alimentos y medicamentos determinada, en su justa medida, pues si te pasas o no llegas, no funciona o deja rastro. Aunque, como han pasado diez años desde su publicación, a lo mejor la ciencia ha avanzado y ahora ya se podría detectar, lo advierto por si acaso”.
Los detectives, cuenta, suelen ser contratados para certificar infidelidades pero también para cometidos tan extraños como el que les encargó la Biblioteca de Nueva York en los años 50 y 60. “Lo explicó Gay Talese, una cuadrilla de siete detectives con placa se dedicaba exclusivamente a rastrear los casos de gen
Un capítulo da la receta del crimen perfecto, y otro, consejos para atracar bancos
“Hemos traducido a todos los suecos que escribían policiaco después de Larsson”
te que no había devuelto un libro a la biblioteca en mucho tiempo. Había miles de volúmenes desaparecidos, la mayoría por olvido pero también un buen número se los llevaban yonquis que falsificaban carnets para vender los libros a tiendas de segunda mano y así pagarse su dosis”.
Aparece incluso Borges, que “dirigió con Bioy Casares la colección El Séptimo Círculo en Emecé. Detestaba la sangre, lo que a él le gustaba era el desafío intelectual. Así, su colección es de autores ingleses, los estadounidenses le parecían brutos, él prefería Chesterton a Chandler. En cambio, Ricardo Piglia dirigió Serie Negra e hizo lo contrario, se abrió a EE.UU. pues era un enamorado de la escuela de los puños, la sangre y la calle”.
El aficionado disfrutará asimismo con la pequeña selección de mejores inicios de novela (y peores: “La lluvia llovía”), así como de diálogos. En general, Lozano cree que la figura del detective clásico –el modelo de Hammett o Chandler, “alcoholizado, con traumas, que busca una redención imposible, perseguido por sus fantasmas”– sigue vigente con pequeñas modificaciones “como Pynchon, que le hace fumar marihuana”. En los últimos años “hay un énfasis en los personajes femeninos, superando los arquetipos machistas de malvada o femme fatale, y suben los narradores poco fiables, por enfermedad mental u ofuscación. Se abusa de la figura de la mujer alterada, como paranoica, que cree que no se puede fiar de nadie”. Buscando las taras actuales del género, critica también “el exceso de giros argumentales, de golpes repentinos de efecto, parece que no baste uno ni dos ni tres ni cuatro...” (no da ejemplos, pero se sonríe cuando le citamos la última novela de Joël Dicker). Más: “Hemos traducido prácticamente a todos los suecos que escribían policiaco después de Stieg Larsson”. También critica que “por las trampas del marketing, etiquetamos como novela negra todo lo que tenga un muerto aunque no haya caso ni investigación”.