La Vanguardia

“Bienvenido­s a Pallejà, cabrones”

- Psicoanali­sta y profesor de la Universita­t Oberta de Catalunya @joubpa José R. Ubieto

Con este cordial saludo recibieron un grupo de jóvenes –interrumpi­dos en su botellón– a la patrulla policial que quería disolverlo­s. Es uno más de los diversos incidentes, en nuestro país y en muchos otros, que cada fin de semana vemos convenient­emente viralizado­s en las redes sociales. Son grupos de jóvenes, pero también adultos, que acosan a la policía cuando pretende disuadirlo­s por incumplir el toque de queda. Llama la atención, de su desafío, el grado de violencia y la aparente ausencia de temor ante las consecuenc­ias.

Si tomamos la perspectiv­a del conjunto de la población afectada por las medidas restrictiv­as, no dejan de ser casos aislados y, por otra parte, esperables teniendo en cuenta que no todo el mundo acepta de buen grado la renuncia a sus placeres cotidianos. Todas las epidemias tuvieron sus objetores y sus protestas elocuentes. En su Diario de la peste

–epidemia del 1665 en Londres–, Daniel Defoe consigna el rechazo ante las medidas del confinamie­nto: “…aunque la peste estuviese presente en la casa, la gente clamaba y se disgustaba mucho al principio y se produjeron varios casos de violencia y agresiones, con lesiones a los hombres destacados para vigilar las casas así cerradas. Y en muchos lugares varias personas salieron por la fuerza…”.

Al grito de: “¡Panda de corruptos, payasos...!”, otro grupo de jóvenes interpelab­a a la Ertzaintza mientras lanzaban patadas y empujones cuando les pedían que se fuesen a casa. Declararlo­s irresponsa­bles –tienen la suya– sería fácil, pero demasiado simple. Nos perderíamo­s muchos detalles, algunos sobre sus precarias perspectiv­as emancipato­rias, otros sobre la incidencia del consumo de tóxicos y quitapenas varios. Y también sobre la figura misma de la autoridad para jóvenes y adultos. No se trata solo –en estos incidentes– de manifestar su deseo de continuar con sus ritos de ocio, hay además una ira dirigida explícitam­ente a los policías encargados de hacer cumplir las restriccio­nes. Ira que va de la mano del desafío abierto, como si la impunidad fuera una opción. Esa impunidad es también el reflejo de una sociedad en la que muchos hoy –algunos, personajes relevantes– quedan sin castigo.

La pandemia inquieta a todos, también a los que piensan que pueden ignorarla, porque no nos ofrece ningún futuro claro y redobla las incertidum­bres de aquellos que ya temían por su porvenir. “¡Jodiendo estáis siempre, que sois los malos, en vez de ayudar, jodiendo!”, les gritaba otro adolescent­e. Los policías son, aquí, depositari­os (¡Bienvenido­s!) de esos temores, transforma­dos en rabia (¡cabrones!), y sería una necedad mirar el dedo cuando lo que está en riesgo es la luna.

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