La Vanguardia

Los políticos que hacen trampas

- Susana Quadrado

Hay que vivir muy fuera de la realidad para ejercer un cargo y pensar que vacunarse por la cara es correcto

Es este un artículo de los que se escriben rápido. Ahonda en lo de siempre, por desgracia, en el desprestig­io de la política. Ya puede venir el CIS a confirmarl­o, que solo hace falta leer cada día el periódico o poner la radio. Cuando crees haberlo visto todo, ocurre algo que lo supera. Y así vamos de una decepción a otra hasta la abstención final.

Arranco con el consejero de Salud de Murcia, el primero de la semana al que dimitieron por saltarse la cola de la vacunación. Con él y con los 400 y pico altos cargos y funcionari­os del Servicio de Salud que le siguieron pero que no han cesado por desvergüen­za... o porque el paro en Murcia, con apenas millón y medio de habitantes, se dispararía.

Está claro que el consejero Manuel Villegas (PP) no quería dejar su despacho pero todo se puso muy feo, bendita presión social, y no le quedó otra. Dimitía por la tarde por las mismas razones por las que no dimitía por la mañana. El colmo del paroxismo.

El problema no tiene moral, corroe a todos los partidos y además constata un enorme agujero en el control del protocolo. No solo pasa en Murcia, también en municipios de Valencia, Alicante, Córdoba, Bilbao, Zaragoza, Valladolid o Ceuta, que se sepa. Una ya ha perdido la cuenta. Luego están los ediles, como el de La Nucía o el de Riudoms, pillados tirando de la excusa de que la dosis que se han hecho suya iban a tirarla a la basura y dios nos libre. Solo nos faltaba para cantar bingo el jefe del Estado Mayor, que se autoinvitó a un chupito helado de Pfizer por su condición de señor de la guerra en una versión marrullera del dicho de que el capitán es el último que abandona el barco.

Hay que vivir muy fuera de la realidad para ejercer un cargo político y pensar que vacunarse porque tú lo vales es correcto. Supone no entender lo que significa el servicio público ni lo que dice el protocolo de vacunación al que todo quisque está sometido. Eso, o supone mofarse de ambas obligacion­es, que es peor. Cuando se renuncia a lo esencial, salen tipos y tipas con el privilegio y el cuajo de burlarse del resto.

Quizá sí que el chanchullo sea algo intrínseco a cualquier administra­ción pública por ser inherente al poder. Llámenme ingenua, pero servidora se resiste a asumir esta premisa aun a costa de acumular decepcione­s y cabreos. Se trata de poder, en efecto. No ya el poder vacunarte antes que los demás, sino el poder de que los demás, que lo necesitan más, no lo vayan a poder hacer aún por tu culpa. Una actitud que alude al aprovecham­iento ilegítimo y dice mucho sobre cómo representa­s a los ciudadanos a los que todo les debes y de la impunidad que crees tener sobre ellos. Dejo que usted, lector, juzgue si eso le otorga al jeta de turno la doble condición de mal político y, a la vez, mala persona o no. El signo de los nuevos tiempos no se observa en España. “No tenemos que dar ejemplo de nuestro poder sino el poder de nuestro ejemplo”, por parafrasea­r a Biden.

Cuesta verlo, sin embargo quizá estas historias de corrupción personal tengan su lado positivo. Un médico sostenía este jueves que la astucia de estos personajes podía convertirs­e en un buen argumento contra el negacionis­mo. “La mejor prueba de que la vacuna es segura –escribía este doctor en un tuit– es la cantidad de políticos que corren a ponérsela”.

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