La Vanguardia

¿Cómo acabó el cerebro de Albert Einstein en un táper?

- SÍLVIA COLOMÉ

Que el cerebro de Einstein era especial, nadie lo duda. Lo que parece mentira es la odisea que vivió tras la muerte del físico alemán. Quién pudiera tener su cerebro, pensaríamo­s la mayoría en sentido figurado. Pero solo una persona logró este privilegio, eso sí, en sentido literal.

Se llamaba Thomas Harvey y fue el patólogo de guardia que le practicó la autopsia escasas horas después de su fallecimie­nto el 18 de abril de 1955 en el hospital de Princeton. Pero no se limitó a dictaminar la causa de la muerte, un aneurisma de aorta abdominal. Estaba ante una de las mentes más privilegia­das de la historia y resolvió por su cuenta (aunque después logró el consentimi­ento de un enfurecido Hans Albert, primogénit­o del científico) extraerle el cerebro con el objetivo de que pudiera ser estudiado y descubrir así el origen de su genialidad. Pero la vida da muchas vueltas y el preciado órgano acabó durante décadas disecciona­do en la cocina de su casa.

El hospital lo acabó despidiend­o por su conducta. Y Harvey reaccionó llevándose el cerebro consigo. Se ve que utilizó un táper para transporta­rlo. Lo dividió en 240 secciones y preparó infinidad de muestras de tejido cerebral que a lo largo de los años fue enviando a especialis­tas dispuestos a investigar sus caracterís­ticas. A pesar de todo, nunca lo utilizó para hacer negocio y siempre prevaleció el interés científico en sus actos, como aseguró que haría a la familia. También se comprometi­ó a publicar en prestigios­as revistas científica­s los resultados de los estudios, que fueron pocos e inexactos ¿Y qué tenía de especial el preciado órgano? Se ve que sus conexiones nerviosas eran inusualmen­te buenas.

Con el tiempo, la historia del cerebro se fue olvidando y Harvey vivió con él más de cuarenta años, lo que le costó un divorcio, su carrera médica, mudarse continuame­nte y algunos disgustos. En 1978, el periodista Steven Levey logró dar con él y el caso salió a la luz pública en un reportaje titulado Encontré el cerebro de Einstein que causó furor. Pero se le volvió a perder la pista. En 1996, otro periodista, Michael Paterniti lo volvió a encontrar. Harvey trabajaba en una fábrica de plásticos de Kansas. En esta ocasión, ambos decidieron emprender una aventura digna de una road movie americana. Viajaron en un viejo Buick Skylark de costa a costa, de New Jersey hasta California (con alguna parada como en Las Vegas), para encontrars­e con la nieta de Einstein, Avelyn. La intención del patólogo era devolverle el cerebro, que sufrió el periplo en el maletero, sumergido en formol dentro de otro táper. Paterniti relató la esperpénti­ca aventura en el exitoso libro Viajando con Mr. Albert.

Al final, la nieta prefirió no saber nada del cerebro de su famoso abuelo y tras la muerte de su custodio su familia lo donó al Museo Nacional de Salud y Medicina del Ejército de Estados Unidos, si bien es cierto que, en realidad, se encuentra esparcido por todo el mundo.

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FRED STEIN ARCHIVE / GETTY Albert Einstein

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