La Vanguardia

Amador te está vigilando

“El juez de atletismo necesita serenidad, aplomo, no todos valen”, dice Ricardo Amador

- Sergio Heredia

La justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera

Horacio

Recuerdo aquellas mañanas de atletismo en el Serrahima, en Montjuïc, en los años 80. Éramos críos de quince años. Nuestras piernas eran patillas. Sudábamos testostero­na. Voceaban nuestro nombre y Francesc Castelló, el juez, nos alineaba en la salida de los 1.000 m.

Castelló era quisquillo­so.

Nos miraba los pies. Decía:

–¡Tú, el del Barça, pies detrás de la raya! U obedecías o te echaban de la carrera. A Castelló le importaba poco o nada si eras bueno o malo.

Si tenía que abroncarte, te abroncaba. Si tenía que echarte, adiós.

Luego corrías y quince jueces, aupados a una escalera junto a la línea de meta, paraban los cronos, contrastab­an los tiempos entre sí y firmaban las marcas.

A veces salía un récord de algo, de Catalunya, de lo que fuera. Se anunciaba por megafonía (“el atleta X ha batido el récord de Catalunya de 1.000 m en la categoría cadete”, decían los altavoces). Lo escuchaban cien o doscientas personas, las que hubiera en el recinto. El sonido era malo, no se entendía. Apenas nadie se enteraba. Y eso era todo. ¿Videofinis­h?

¡Anda ya!

(...)

–Ahora lo que no hay son jueces tomando tiempos –me dice Ricardo Amador (69)–: en la mayoría de reuniones, todo lo hace el cronometra­je electrónic­o.

–¿...?

El juez dispara y la pistola está conectada al dispositiv­o electrónic­o. No hay subjetivid­ad en las salidas nulas, como en el VAR o el ojo de halcón. La nula es un chivatazo electrónic­o: te has movido antes del pistoletaz­o.

Ricardo Amador ha vivido estos cambios, la evolución del atletismo, desde los tiempos del artesano Castelló hasta la época actual.

Ricardo Amador es juez de atletismo por vocación. Ha presidido el Comité de Jueces de la Federació Catalana durante 24 años. Acaba de dejar el cargo.

–¿Ha vivido de esto?

–Bueno, pagan 35 euros por actuación, así que...

–A trabajar.

–Tuve una tienda de muebles en Sitges, y también fui comercial en empresas de papelería.

–Y el fin de semana...

–A hacer de juez en las pistas de atletismo.

El alma de Ricardo Amador era radicalmen­te distinta a la del juez Castelló. Si Amador estaba en el estadio, contemplán­dote en la línea de salida, nunca te enterabas.

Él se justifica. Me cuenta que el juez no es un protagonis­ta, sino una parte muy pequeña de una estructura que se apoya en el atleta.

Y yo necesito preguntarl­e porqué se hizo juez, y no atleta, o entrenador...

Me habla de su infancia en los Hogares Mundet, donde ingresó a los siete años.

–Vivíamos en Vilanova i la Geltrú. Mi madre estaba enferma, con Parkinson, y mi padre se pasaba el día trabajando. Por las mañanas, en la Pirelli. Y por las tardes vendía colonias que producía él mismo. No podía cuidarnos, ni a mi hermana ni a mí, así que nos internaron en Mundet. ¿Sabe? ¡Allí había una pista de atletismo!

Era una pista de ceniza de 300 m, con sus hoyos y sus cipreses en el perímetro. –Pobres, ustedes, allí internos –le digo. –Pues, no. Fui muy feliz. Era de los primeros de la clase, estudié Electricid­ad y hacíamos mucho deporte. Estaba Julio Álvarez.

En el mundillo del atletismo, Julio Álvarez llegó a dirigir a múltiples lanzadores: Encarna Gambús, Toni Fibla, Susana Regüela, Enric Bassols... También introdujo a Ricardo Amador en el atletismo.

Amador probó con la altura, pero no se veía, así que decidió colaborar a su manera. Se apuntó a un cursillo de jueces. Resulta que se le daba bien. Tanto, que en Barcelona’92 tuvo un papel de peso: Juez Jefe de Servicios Periférico­s. –¿...?

–Controlaba las cámaras de llamadas, mandaba a cien jueces. –Pero ¿qué necesita un juez? –Serenidad, aplomo. Tienes que ordenar la posición de salida con una voz suave e inteligibl­e: “¡A sus puestos! ¡Listos!”. La pistola no puede fallar... –¿Nunca se ha visto apurado? –En una jornada de Liga de División de Honor femenina, un juez le dio 7,40 m a una saltadora de longitud. No podía ser. ¡Era casi récord del mundo! El juez no quiso corregir la medición y tuvimos que ir a hablar con la atleta y su entrenador. Tuvimos que decirles que era un salto de 6,40 m.

–¿Y por qué no corrigió el juez? –Hay jueces soberbios que no reconocen sus errores.

–Y la atleta ¿no protestó?

–No le hizo gracia. Pero mandaba yo. –¿Siempre manda usted?

–Lo pasé mal en Barcelona’92. ¿Recuerda la carrera de 10.000 m?

El keniano Richard Chelimo y el marroquí Khalid Skah iban escapados. Doblaron a otro marroquí, Hamu Butayeb, que empezó a entorpecer­les el paso. Butayeb se entrometió y bloqueó a Chelimo, que perdió inercia y al final, la carrera: ganó Skah.

–Mientras aquello ocurría, los jueces bajaron a la pista a expulsar a Butayeb, que no se apartaba. Skah debía haber sido descalific­ado. Pero el rey de Marruecos intervino y aquello iba para conflicto diplomátic­o...

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LLIBERT TEIXIDÓ Ricardo Amador, con la amonestaci­ón para la marca atlética, hace una semana
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