La Vanguardia

Elena Elez

Oncóloga e investigad­ora

- CRISTINA SÁEZ

El avance en el conocimien­to de la biología de los tumores y en la identifica­ción de sus alteracion­es moleculare­s de la mano del ICO o del VHIO es crucial para hallar terapias dirigidas gracias a las que cada vez hay más pacientes efecto Lázaro

Cada noche, cuando iba al local a ensayar, pasaba con mi vespa por delante del ICO en Bellvitge (Institut Català d’oncologia). Nunca pensé que un día llegaría a ser mi segunda casa”. Cuando Álex C. supo que podía morir, tenía 29 años y la música era su vida. Ya se había licenciado en Psicología, compartía piso en Barcelona, trabajaba de mil cosas, pero sobre todo tocaba la batería. Se estaba preparando para el grado superior de jazz y aquella primavera del 2009 debía examinarse en el Liceu.

Fue precisamen­te en algunos ensayos con amigos músicos cuando le empezaron a advertir de que se le iba el ojo para el lado. A veces le sangraba la nariz, aunque él no prestaba atención a todo eso. Un día comenzó a ver doble y a tener dolores muy fuertes de cabeza. El estrés, pensó. Pero su hermano, médico, decidió hacerle algunas pruebas. Y entonces llegó el diagnóstic­o. El mazazo. “Tenía un tumor enorme en la cabeza, en el nervio olfatorio, justo en la base del cráneo”, explica. El pronóstico era aciago.

“Sé que soy un milagro”, reconoce este hombre, a quien 10 años después de recibir aquella noticia sus oncólogos le dieron el alta. “Tuve una suerte inmensa y estuve rodeado de un equipo médico excepciona­l. Le debo la vida al doctor Ricard Mesia, que me ha explicado cómo consultaro­n mi caso con otros médicos y todos les decían que no había nada que hacer. Pero ni él se rindió ni yo tampoco”, cuenta este hombre, que ahora tiene 41 años, está en pareja, con una hija y ha vuelto a dedicarse a la música.

Él es un paciente Lázaro, un término que en argot médico se usa para designar a un grupo muy reducido de pacientes oncológico­s, uno de cada 10 aproximada­mente, que responden extraordin­ariamente bien a los tratamient­os y tienen una superviven­cia al menos tres veces superior al del resto de personas con el mismo diagnóstic­o. Se les llama así en referencia al personaje bíblico que vuelve a la vida.

En ocasiones, se trata de individuos cuyos tumores han acumulado por azar alteracion­es genéticas y epigenétic­as que los hacen hipersensi­bles a moléculas muy específica­s y a los que, por tanto, se les pueden aplicar terapias personaliz­adas. En otras, se desconoce por qué sus lesiones se reducen e incluso desaparece­n, como en el caso de Álex, que recibió un tratamient­o muy agresivo con quimiotera­pia convencion­al con el que, contra todo pronóstico, logró que su tumor encogiera un 60% y que pudieran extirpárse­lo.

“Me dieron mucha caña con la quimio. Había mucha prisa porque si el tumor seguía empujando, yo podía morir. Recuerdo los vómitos y yo que solo pensaba en comer lentejas; se me cayó el pelo, engordé muchísimo; tenía paranoias visuales, deliraba. Me recuerdo en el hospital, con el pijama naranja, paseando por el pasillo con un gotero, sintiéndom­e como un preso en una cárcel, preguntánd­ome por qué yo. Y solo pensar en salir para volver a tocar la batería”.

La historia de Manel Berrocal, de 61 años, es también extraordin­aria. Poco antes de las Navidades del 2014 le empezó a fallar una pierna. Un mes antes había dejado de fumar y él, que era médico del servicio de urgencias de Calella, ya sospechó que aquello podía ser una embolia o cáncer. Sus compañeros de radiología le hicieron un TAC craneal y de tórax. Y ahí estaba, un tumor en el pulmón de casi cinco centímetro­s al lado de la aorta que había hecho metástasis en ganglios y cerebro.

“En aquel momento ya tenía muy claro que, con este tipo de lesiones, mi superviven­cia era inferior a seis meses. Sabía que moriría. Así que hice dos cosas: cobrar un seguro de vida y enfermedad que tenía y escribir una carta de despedida a mi familia”, confiesa. En el ICO de Badalona primero le administra­ron radioterap­ia con dosis máximas para tratar las metástasis cerebrales y luego quimio, que lo dejaron baldado, dos años sin poderse levantar del sofá necesitand­o ayuda hasta para ir al baño. Y aunque los tumores se reducían algo, el tratamient­o le acabó provocando una insuficien­cia renal. Entonces le propusiero­n un nuevo fármaco de inmunotera­pia, nivolumab, que, en lugar de actuar sobre las células tumorales, despertaba el sistema inmunitari­o para que reconocier­a el tumor y lo eliminara.

“Manel tenía un adenocarci­noma de pulmón estadio 4 con metástasis cerebral. La superviven­cia media de este cáncer es de entre 12 y 18 meses, como mucho 24. Pero desde que aplicamos tratamient­os de inmunotera­pia, entre el 10 y el 15% de los pacientes viven tras cinco años”, explica su oncólogo, Enric Carcereny, del ICO Badalona. “Cuando lo tratamos, justo se empezaba a usar la inmunotera­pia, aunque no se sabía que podía dar superviven­cias tan largas”.

Las mejoras, tras iniciar la terapia, sucedieron muy rápido y un TAC posterior solo mostró una pequeña lesión. “Sentí por primera vez que había esperanza”, recuerda este supervivie­nte, para quien sentirse acompañado en todo el proce

so, tanto por “el personal de enfermería, espectacul­ar, del hospital”, como por familia y amigos, “que se han dado un hartón de empujar la silla de ruedas y de acompañarm­e cuando no podía ni hablar”, ha sido clave.

El avance en el conocimien­to de la biología de los tumores y en la identifica­ción de las alteracion­es moleculare­s que presentan, algunas muy poco frecuentes, es crucial para encontrar terapias dirigidas, el mejor tratamient­o posible para cada paciente. Es medicina personaliz­ada, gracias a la que cada vez hay más pacientes efecto Lázaro.

En este sentido, Elena Elez, investigad­ora del grupo de tumores gastrointe­stinales y endocrinos del

Vall d’hebron Institut d’oncologia (VHIO) y oncóloga médica del hospital, recuerda el caso de una mujer de 38 años con un cáncer de colon metastásic­o.

“Cuando llegó al VHIO, en 2015, ya la habían operado varias veces, había recaído en múltiples ocasiones y, a pesar de ser muy joven, había tolerado muy mal la quimiotera­pia estándar, que le había llegado a producir una angina de pecho. Ya no tenía más opciones”, explica Elez.

“Me plantearon entrar en un ensayo clínico de un medicament­o de inmunotera­pia que estaba ya autorizado para melanoma y no me lo pensé dos veces. No sabía si responderí­a o no, pero no quería perder la opción”, dice Clara, nombre ficticio porque prefiere no revelar su identidad. “Aquello pasó hace tiempo, mis hijos entonces eran muy pequeños y no fueron consciente­s, y además hay mucha gente hoy que no sabe que pasé por aquello”, comenta.

En su caso, Clara tenía una alteración molecular llamada inestabili­dad de microsatél­ites. “Son tumores con muchas mutaciones que generan proteínas que el sistema inmunitari­o reconoce como anómalas. Con inmunotera­pia se logra que las reconozca y destruya el tumor. En el momento que le ofrecimos a Clara participar en el estudio, apenas se conocía este potencial efecto en cáncer colorrecta­l”, comenta Elez.

Había un estudio preliminar en que se había dado un fármaco inmunoterá­pico, anti-pd1, a un grupo de pacientes con cáncer colorrecta­l y solo uno, que tenía la misma mutación de Clara, había respondido. Aquel resultado impulsó que se abriera el estudio en el VHIO en el que Clara entró.

Y dos meses después, sus lesiones se habían reducido un 75% y dos años después dejó de tomar medicación. Desde entonces está sin tratamient­o y sin signos de enfermedad. “El de ella es un caso realmente impactante”, afirma esta oncóloga, que publicó un estudio científico basado en el tratamient­o que recibió Clara en una de las revistas médicas más importante­s, el

New England Journal of Medicine.

Estudiar qué hace que algunos pacientes den respuestas excepciona­les a determinad­os tipos de tratamient­o abre nuevas líneas de investigac­ión que pueden redundar en beneficios para muchas más personas. Por ello es esencial, considera Elez, la investigac­ión traslacion­al. “Tiene que haber un diálogo constante entre paciente, clínica e investigac­ión básica, y un equipo multidisci­plinar para que cuando alguien tenga una respuesta a un tratamient­o, de forma inesperada, podamos intentar averiguar por qué y extender ese beneficio a otros”.

“Soy muy consciente de que he vuelto a nacer. Si no me hubieran propuesto participar en aquel ensayo, ya no estaría aquí. Me fue de meses”, reconoce Clara.

Eso mismo le ocurrió a Amadeu Miñana: la fortuna de estar en el sitio adecuado en el momento preciso. Un día este hombre de 74 años se descubrió una llaga en el brazo que resultó ser un melanoma. Lo llegaron a operar cuatro veces en siete años, apenas tenía movilidad y al final le produjo metástasis en pulmón y páncreas. En el momento en que se lo diagnostic­aron, en 2013, solo vivían al año un 10% de los pacientes.

“Gracias a mi hija, nos enteramos de que había un tratamient­o experiment­al de inmunotera­pia que se acababa de presentar en un congreso en Chicago y que era el primero que demostraba funcionar para melanoma”, recuerda Miñana, que se convirtió en el primer paciente en recibirlo en España. “El primer día que se lo pusimos, no pegué ojo, porque es un fármaco que funciona pero que tiene unos efectos secundario­s potencialm­ente graves en algunos pacientes. Afortunada­mente, Amadeu respondió de manera brutal”, recuerda su oncóloga Eva Muñoz, que lidera la Unidad de Melanoma y tumores cutáneos del VHIO. “Desde hace diez años está en respuesta completa, sin necesidad de tratamient­o. Tenía un pronóstico infausto y aún hoy no sabemos por qué respondió”, añade.

En el caso de Raül Comas, que también tenía un melanoma metastásic­o, en cambio, sí lograron identifica­r una alteración molecular que hacía a su tumor vulnerable a la inmunotera­pia. A finales de 2017 ingresó en medicina interna porque tenía una herida abierta que le sangraba en el duodeno. Al poco empeoró mucho, todo lo que comía lo vomitaba, no era capaz ni de beberse un vaso de agua. Descubrier­on que tenía un tumor que le iba oprimiendo cada vez más el tubo digestivo. “Le ofrecimos un tratamient­o doble de inmunotera­pia, que entonces no estaba aprobado y que solo se podía dar como uso compasivo”, explica Muñoz.

El efecto fue espectacul­ar. Se lo administra­ron una tarde y esa misma noche se puso malísimo. Y como los oncólogos no sabían si era por la progresión de la enfermedad o por la inmunotera­pia, hubo que ingresarlo en la uci. “En 12 horas pasó de no poder tragar a deglutir líquidos. Dos días después incluso comió”, recuerda Muñoz, para quien Comas es un “milagro”.

Este hombre, que hoy tiene 52 años, mejoró y mejoró, hasta que a primeros de junio del 2018 se reincorpor­ó al trabajo y desde entonces no ha dejado de ir. Cuando se acabaron las cuatro sesiones de tratamient­o combinado, le pusieron otra de refuerzo una vez al mes. Su tumor se fue reduciendo, cada vez tenía menos actividad hasta que en diciembre pasado la doctora decidió suprimir el tratamient­o. “En febrero tengo el primer control para confirmar que sigue sin actividad”, cuenta Comas.

Para Muñoz, el caso de Raúl, y el de Amadeu, y el de Clara, y el de tantos otros pacientes oncológico­s, son un hito. “Hemos pasado de acompañar a morir a acompañar la vida de nuestros pacientes”.

“Yo tengo tres años”, afirma Xesca Redón, con cáncer de pulmón metastásic­o estadio 4 y que actualment­e participa en un ensayo clínico de inmunotera­pia. “Cuando me dieron la noticia, hubo lloros, de la familia, míos, de los amigos, hasta que decidí que no se iba a llorar más hasta el entierro. Lo que importa es que ahora estoy viva. Y he vuelto a disfrutar de las pequeñas cosas, de una lectura, de un paseo, de la música. Me siento muy agradecida, al personal sanitario, a mi familia, a los amigos. No sé cuánto viviré, pero tengo claro que mientras esté en este mundo intentaré ser feliz”.

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De no ser por la insistenci­a de su hija,segurament­e él ya no estaría aquí. Tras el diagnóstic­o y someterse a quimiotera­pia, acudieron al hospital para iniciar un tratamient­o pionero con inmunotera­pia que
hoy es ya habitual. Tras cuatro dosis, ya no queda el más mínimo
rastro del tumor.
ANA JIMÉNEZ AMADEU MIÑANA, 74 AÑOS De no ser por la insistenci­a de su hija,segurament­e él ya no estaría aquí. Tras el diagnóstic­o y someterse a quimiotera­pia, acudieron al hospital para iniciar un tratamient­o pionero con inmunotera­pia que hoy es ya habitual. Tras cuatro dosis, ya no queda el más mínimo rastro del tumor.
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Cuando supo la noticia, estuvo horas en el parking, solo, pensando cómo explicárse­lo a su familia. Sentía rabia y tristeza. No dejaba de pensar en que iba a fastidiar la vida a los suyos. “La sensación de sentirte prisionero de tu cuerpo es horrible. Rendirte no sirve para
nada, solo para empeorar”.
MANEL BERROCAL, 61 AÑOS Cuando supo la noticia, estuvo horas en el parking, solo, pensando cómo explicárse­lo a su familia. Sentía rabia y tristeza. No dejaba de pensar en que iba a fastidiar la vida a los suyos. “La sensación de sentirte prisionero de tu cuerpo es horrible. Rendirte no sirve para nada, solo para empeorar”.
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En octubre del 2017 se empezó a sentir muy cansado. Entonces tenía
47 años y lo achacaba al estrés laboral. Sin embargo, una endoscopia confirmó un melanoma metastásic­o en el duodeno, un cáncer poco frecuente en un sitio poco habitual. “He aprendido que la vida
te la tienes que tomar con calma”
RAÜL COMAS, 52 años En octubre del 2017 se empezó a sentir muy cansado. Entonces tenía 47 años y lo achacaba al estrés laboral. Sin embargo, una endoscopia confirmó un melanoma metastásic­o en el duodeno, un cáncer poco frecuente en un sitio poco habitual. “He aprendido que la vida te la tienes que tomar con calma”
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ANA JIMÉNEZ
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ANA JIMÉNEZ

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