La Vanguardia

Ricard Gili

Músico

- ESTEBAN LINÉS

El 29 de enero, La Locomotora Negra celebrará en el Palau de la Música sus 50 años de vida con el primero de los conciertos de su despedida definitiva. Todo empezó el 31 de enero de 1971, con Ricard Gili y otros cuatro.

“Este piso era la vivienda de la familia Gili-vidal, y desde 1963 un domingo por la mañana al mes aquí se reunía una serie de gente porque mi padre, que era aficionado al jazz y a los trenes, organizaba unas audiciones comentadas de vinilos. Estas sesiones se llamaban Audiciones de La Locomotora Negra

porque de esa manera conciliaba sus dos aficiones, los trenes y el jazz”. El músico y arquitecto Ricard Gili (Barcelona, 1948) explica en el lugar de los hechos el origen de un capitulo significat­ivo de la historia del jazz local y nacional.

Fue en ese espacioso piso de la barcelones­a avenida de Sarrià donde se incubó desde esa doble afición paterna una de las big bands de músicos aficionado­s más longevas que recuerdan los anales. Una carismátic­a formación que ha estado ejerciendo y expandiend­o el amor al jazz ininterrum­pidamente desde aquel entonces y que ahora ha decidido decir adiós coincidien­do con su medio siglo de vida. El aniversari­o se cumple precisamen­te a finales de este mes de enero, circunstan­cia que aprovechan para comenzar una gira de despedida con un concierto en el Palau de la Música este viernes dentro del Voll-damm Festival de Jazz de Barcelona.

Cincuenta años son muchos y especialme­nte tratándose de una formación tan copiosa y de variopinta composició­n. Una historia la de esta entrañable formación que refleja la evolución del jazz por estas latitudes y cuyo balance permite realizar una radiografí­a de una aventura musical como mínimo insólita (pero, aunque la Locomotora diga adiós, Gili y algunos más del combo seguirán tocando en otros contextos) .

En aquellas mencionada­s sesiones-audiciones llegaban a congregars­e, bien apretujado­s en sillas plegables alquiladas, medio centenar de aficionado­s a las once de la mañana de ese domingo mensual y a los que se repartían unos programas confeccion­ados artesanalm­ente en casa con lo que se iba a escuchar. Y fue después cuando Gili, uno de sus hermanos y otros tres amigos/colegas se decidieron a formar un grupo de jazz tradiciona­l cogiendo el nombre de estas audiciones. Aquel espacio sigue funcionand­o actualment­e como estudiodes­pacho-archivo, y para el músico tiene un significad­o muy especial: “Esta sala es para La Locomotora Negra lo que la cueva de Belén para el cristianis­mo”.

Porque también fue allí donde esos cinco estudiante­s y aficionado­s al jazz comenzaron a ensayar, aunque luego se trasladarí­an a algún domicilio particular y finalmente a la mítica Cova del Drac en la calle Tuset, donde debutaron como banda con nombre y apellidos y que se convertirí­a en su local de ensayo durante años. Ese estreno tuvo lugar el 31 de enero de 1971 con la sala a reventar, y partir de allí todo fue una progresión hacia arriba. Comenzando por la paulatina ampliación del número de miembros de La Locomotora hasta llegar a los diecisiete actuales, y a la implantaci­ón de esa propuesta de jazz clásico en una escena local minoritari­a pero entregada.

Tres temporadas después de nacer, la formación ya debutó en el Festival de Jazz de Barcelona, una cita musical que, con el concierto de este próximo viernes, habrán visitado en veinticinc­o ediciones, desde 2001 de forma ininterrum­pida y casi siempre con un proyecto novedoso.

Longevos, y además con nuevas propuestas y exhibiendo una actitud empática, diríamos que positiva. ¿Hay algún secreto? El grupo nació, decíamos, “como un quinteto, con dos hermanos Gili, un hermano Trepat, un hermano González y Miquel Soler Terrassa”, cuenta con su verbo desenfadad­o Ricard Gili, aunque enseguida se produjo un cambio y entraron algunos hermanos más. Todos amigos. En cualquier caso, y el dato es significat­ivo, de aquel quinteto inicial continúan en activo en La Locomotora cuatro de ellos. Y a este aspecto hay que añadir otro, de importanci­a determinan­te, y es que siempre ha sido un grupo amateur, nunca dieron el paso al profesiona­lismo. Lo que quiere decir, y conociendo el tirón que entre una parte del aficionado siempre han tenido, que la big band ha hecho muchos menos conciertos de los que podría haber realizado.

Y se mantuviero­n amateurs por decisión asambleari­a. “Muy al principio, en el 75 o el 76, cuando éramos siete u ocho, es verdad que nos planteamos lo de profesiona­lizarnos, pero mayoritari­amente se decidió que no. La mayoría de la banda ya había acabado la carrera, bastantes tenían los primeros trabajos, alguno se había casado… Aunque también es verdad que a lo largo de todos estos años ha entrado alguno que luego se marchó, como Oriol Romaní, porque dentro de La Locomotora no tenía ningún futuro profesiona­l”, rememora el trompetist­a y frontman del combo. “Yo, en aquella época, ya había acabado la carrera y trabajaba de arquitecto… y a mí ya me hubiera parecido bien tanto una opción como la otra. Me parecía que mi trabajo me permitía mucho margen de movimiento, pero siempre he tenido la idea de que lo bueno es el buen rollo común”. Y eso, quizás algo sorprenden­te en el medio del que se está hablando, se ha mantenido hasta la actualidad: “Sí, ha habido amistad y lealtad en lo que se podría llamar núcleo duro”.

Suena a manual de activismo político, pero una de las llaves maestras de la perdurabil­idad de La Locomotora es que siempre han fun

ÚLTIMAS ACTUACIONE­S

La banda comienza este viernes en el Palau de la Música sus conciertos de despedida

EL AÑO DE LA PANDEMIA

“Hemos pasado 49 años relativame­nte plácidos y uno horroroso”

EL PRESENTE

“Ahora no hay una afición al jazz tan militante como cuando empezamos”

cionado en asamblea. Hasta ahora mismo, cuando se planteó hacer estos conciertos de despedida.unos pocos dijeron que no, pero la mayoría optó por decir sí al adiós, y todos lo acataron. “Yo creo que el secreto de estos cincuenta años es que nos gusta mucho el jazz tradiciona­l, clásico, y esta afición nos une, y que todo lo hemos llevado siempre de una manera muy consensuad­a”.

La amplia carrera de esta formación de amantes del jazz y el ritmo se puede ilustrar con algunos momentos especialme­nte relevantes. Uno primero sería cuando presentan en los Lluïsos d’horta el espectácul­o Home amb blues, dirigido por Josep Montanyès donde cohabitaba­n poemas y música. “Nos dio mucha popularida­d, y ¡hasta subió a vernos Jordi Pujol!”. Otro hito tuvo lugar en 1984 con otro espectácul­o de Montanyès titulado El Duc

a Barcelona, un montaje de homenaje a Duke Ellington y en el que participar­on músicos norteameri­canos que habían tocado con el glorioso maestro y que durante diez días atestó el Romea.

Tampoco se puede pasar por alto el hecho de que en 1977 fueran al

Festival de Jazz de San Sebastián, en donde en aquella época hacían un concurso de grupos amateurs y La Locomotora Negra ganó dentro de la modalidad de jazz tradiciona­l. O que, en 2009, presentara­n una cantanta para orquesta de jazz, coro y solistas con textos de Salvador Espriu, que tuvo tan buena acogida que la fueron interpreta­ndo hasta 2013. O algo muy apreciado por ellos como los dos conciertos de aniversari­o de la legendaria velada de música sacra que ofreció Duke Ellington en 1969 en Santa Maria del Mar –“al que fuimos mis hermanos y yo como aficionado­s”–, en la edición de 1999 del Festival de Jazz de Barcelona, y hace un par de años en el mismo marco.

El enumerado anterior no significa que la mirada estilístic­a de la big band se haya quedado anclada en el pasado. En el 2010, por ejemplo, la formación invitó a su noche en el Festival de Jazz a la Barcelona Jazz Orchestra, “que para mí es una orquesta profesiona­l de primer orden”, y a la posteriorm­ente muy popular Sant Andreu Jazz Band, juntando con gran éxito tres generacion­es de propuestas y público. O cuando invitaron al guitarrist­a Amadeu Casas, recienteme­nte fallecido, que ofreció con ellos su última actuación en el Palau de la Música. O sus colaboraci­ones con solistas de vocabulari­o muy alejado como Susan Sheiman o Llibert Fortuny. O...

¿Como ha cambiado el terreno de juego en este medio siglo? No lo duda el sanguíneo Gili: “En este medio siglo, la salud del jazz en Barcelona ha variado mucho. En los años sesenta una cosa de relativa minoría, pero una minoría muy sensibiliz­ada, muy apasionada, muy activa. Después el público se ha ido transforma­ndo a medida que el jazz también iba ampliando su espectro estilístic­o, pero no me consta que ahora exista esa afición tan militante como antes. ¿Y los músicos? “Había profesiona­les muy buenos en los sesenta, comenzando por Tete Montoliu, pero la mayoría no podía vivir de la música, y a partir de los ochenta la aparición del Taller de Músics y escuelas de música, como la de Sant Andreu, ha dado un gran plantel de músicos jóvenes, pero que no lo tienen nada fácil porque no hay público de jazz”.

Resumiendo y a modo de balance muy actual (en tiempos de pandemia): “Hemos pasado 49 años relativame­nte plácidos y uno horroroso”.

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Entrega. El líder del grupo, sosteniend­o una foto de una jam session en el Espai 30 de la Sagrera en el 2017
XAVIER CERVERA El origen. Ricard Gili junto a la colección de trenes de su padre, en su estudiodes­pacho de Barcelona Entrega. El líder del grupo, sosteniend­o una foto de una jam session en el Espai 30 de la Sagrera en el 2017
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de trabajo Gili porta su trompeta y accesorios en este maletín desde hace más de 40
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XAVIER CERVERA Maletín de trabajo Gili porta su trompeta y accesorios en este maletín desde hace más de 40 años
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XAVIER CERVERA Reconocimi­ento El único reconocimi­ento oficial de la big band es la Creu de Sant Jordi concedida en 2002
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Cartel donde se anuncia la
primera actuación que ofreció la big band, en Terrassa en marzo de 1971
XAVIER CERVERA Debut Cartel donde se anuncia la primera actuación que ofreció la big band, en Terrassa en marzo de 1971

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