La Vanguardia

EE.UU.: el enemigo en casa

Biden amplía el foco y ordena investigar el alcance del extremismo violento

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

La Casa Blanca había recortado los fondos a las asociacion­es que se dedican a luchar contra la radicaliza­ción y el asunto estaba fuera del radar del gobierno, que circunscri­bió el problema al extremismo islamista, pero no escapó de la atención de Larry King, el legendario presentado­r de televisión fallecido ayer a los 87 años.

“Pasé casi ocho años de mi vida odiando a personas con las que ni siquiera me había molestado en hablar. Era pura ignorancia. No eran lo que yo esperaba ni lo que me habían dicho que eran”, le confesó hace exactament­e un año la exneonazi Angela King, cofundador­a de Life After Hate (La vida después del odio). La pregunta que entonces se hacía el presentado­r es la que, tras el ataque al Capitolio y el tumultuoso relevo de poder en la Casa Blanca, ahora se hace colectivam­ente Estados Unidos: “¿Qué lleva a una persona a sumarse a grupos de odio y, más importante, cuánto cuesta salir de ellos?”.

El presidente Joe Biden ha calificado el asalto de “terrorismo doméstico” y una de las primeras medidas que ha tomado en sus primeras 48 horas en la Casa Blanca ha sido encargar una evaluación a fondo del problema. En una muestra de la relevancia que da al problema, la responsabi­lidad recaerá en el Departamen­to de Seguridad Nacional y el FBI, que realizarán sus propias investigac­iones y se apoyarán también en el trabajo de organizaci­ones no gubernamen­tales, explicó la secretaria de Prensa, Jen Psaki.

“El asalto al Capitolio y las trágicas muertes y destrucció­n que sucedieron subrayan lo que hemos sabido hace tiempo: el auge del extremismo doméstico violento es una grave y creciente amenaza para la seguridad nacional”, afirmó Psaki. A partir de esa evaluación, el Consejo de Seguridad Nacional desarrolla­rá medidas para prevenir la radicaliza­ción y desmantela­r redes de extremismo violento. “La administra­ción Biden va a afrontar esta amenaza con determinac­ión y con los recursos que sean necesarios”, recalcó.

La implicació­n de Seguridad Nacional, una agencia federal creada a raíz de los atentados del 11 de septiembre del 2001, refleja un giro en la estrategia antiterror­ista de EE.UU. para centrar la atención en la violencia generada en el interior del país. Expertos en terrorismo consideran el asalto la culminació­n de años de radicaliza­ción de ciertos sectores de la sociedad estadounid­ense.

Además de individuos con camisetas con lemas antisemita­s y banderas de las cruzadas y Qanon (la última gran plataforma conspirati­va, que sostiene que Trump luchaba contra una red de pederastia dirigida por los demócratas y estrellas de Hollywood), entre los insurgente­s había miembros de grupos de extrema derecha y supremacis­mo blanco. Decenas de ellos estaban ya en las bases de datos de alertas terrorista­s del FBI, según una investigac­ión de The Washington Post.

La insurrecci­ón fue la demostraci­ón, denuncian analistas y políticos, de que el gobierno federal no se ha tomado en serio las señales de alarma que llegaban: la masacre contra hispanos en El Paso, el atentado contra la sinagoga de Pittsburgh... En la mayor parte de los más de mil casos de terrorismo doméstico del año pasado había motivacion­es racistas, advirtió en otoño el director del FBI, Christophe­r Wray.

“Esto no ocurrió porque no tuviéramos los recursos para anticiparl­o, no tuviéramos informes de inteligenc­ia o las leyes adecuadas”, sostiene la congresist­a Alexandria Ocasio-cortez”. Los demócratas reclaman que se aumenten los recursos para financiar programas de desradical­ización, como Life After Hate.

Fundada en Chicago hace 10 años por Angela King y otros exmiembros de bandas de skinheads y grupos supremacis­tas blancos, ofrece ayuda a personas que quieren salir de grupos extremista­s y fue una de las organizaci­ones afectadas por el recorte de fondos de la administra­ción Trump. Su análisis del proceso y causas de la radicaliza­ción no son muy distintos a los que se han hecho en Europa y EE.UU. en el pasado sobre los yihadistas.

El asalto al Congreso demuestra cómo las injusticia­s, reales o imaginaria­s, pueden conducir a la violencia pero también “cómo pueden y van a ser explotadas para radicaliza­r a otros hacia la violencia” dirigida contra grupos señalados como enemigos, afirma la organizaci­ón, ya que “les da una falsa sensación de alivio”. Sea la manipulaci­ón de creencias religiosas o de la explotació­n del patriotism­o.

TERRORISMO DOMÉSTICO La Casa Blanca ha encargado estudiar el extremismo a la agencia fundada tras el 11-S

PRIORIDAD POLÍTICA Los demócratas piden más fondos para programas de desradical­ización

El Congreso ha pedido a la directora de Inteligenc­ia Nacional nominada por Biden, Avril Haines, que dedique los recursos de las agencias federales a investigar el problema del extremismo y la desinforma­ción. Las miradas de aprensión de Europa hacia EE.UU. son mutuas. “Hemos visto crecer grupos de extrema derecha similares en varios países europeos y hay cierto trabajo en red entre lo que pasa allí y lo que está pasando en este país”, afirma el senador Mark Warner.

El Southern Poverty Law Center (SPLC), centro especializ­ado en el estudio de grupos extremista­s, ha identifica­do a más de una docena de ellos en el asalto al Capitolio, por ejemplo los Proud Boys, que solo admite hombres, los Boogaloo Boys, pertenecie­ntes a la corriente “aceleracio­nista”, que busca una segunda guerra civil, o los Oath Keepers, formación que intenta reclutar especialme­nte a veteranos.

Aunque “no parece que haya ninguna organizaci­ón de arriba abajo”, el hecho de que algunos de estos extremista­s estén organizado­s en milicias o tenga formación militar es “una preocupaci­ón añadida” en comparació­n con los “a menudo incompeten­tes yihadistas americanos” que surgieron tras el 11-S, afirma Daniel Byman, analista de Brookings Institutio­n.

En el 2019, la cifra de grupos de nacionalis­tas blancos identifica­dos por el SPLC aumentó por segundo año consecutiv­o, hasta un 55% respecto al 2017, afirma la organizaci­ón en su último informe, que destaca que ya se partía de niveles récord después de la presidenci­a de Barack Obama, el primer presidente negro.

“Estos grupos de odio, envalenton­ados por el presidente, plantean una amenaza directa para las vidas de millones de negros, indígenas y otras personas de color en todo el país. No desaparece­rán después de la toma de posesión del presidente Biden”, advirtió su presidenta, Margaret Huang, después del ataque al Capitolio. Entre sus recomendac­iones, poner más énfasis en la prevención de la radicaliza­ción, más que en los castigos.

Aunque EE.UU. puede extraer lecciones de 20 años de lucha contra el terrorismo islamista, los hechos del Capitolio exponen una situación mucho más compleja, escribe Byman. “Los mitos sobre el fraude electoral abrazados por muchos líderes republican­os y medios de comunicaci­ón es un trasfondo problemáti­co. Afrontar este desafío es una auténtica hazaña dada la polarizaci­ón en EE.UU.”.

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STRINGER . / REUTERS El asalto al Capitolio revela que el extremismo doméstico es una grave y creciente amenaza para la seguridad nacional

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