La Vanguardia

¿Qué ocurrirá el 14 de febrero?

La mayoría independen­tista no corre un peligro excesivo, pero la victoria de Esquerra o de Junts no está asegurada

- CARLES CASTRO

Qué pasará el próximo 14 de febrero si “el interés público muy intenso” se impone a las “razones epidemioló­gicas” y las autonómica­s acaban celebrándo­se en la fecha prevista? La encuesta publicada por La Vanguardia hace ahora dos semanas dibujaba una victoria de ERC, en línea con el promedio de los sondeos realizados en los últimos meses. Con una participac­ión estimada del 64% (18 puntos menos que en las elecciones del 2017), los republican­os se imponían con una ventaja de entre seis y ocho escaños sobre Junts, aunque el partido de Puigdemont y el PSC de Salvador Illa acortaban distancias.

Este escenario presentaba, sin embargo, un alto grado de volatilida­d, con la incógnita de la participac­ión como un vector que podía alterar finalmente cualquier pronóstico. La volatilida­d nacía de la pésima valoración del Govern soberanist­a (al que suspendían casi la mitad de sus propios votantes) y de la ventaja de la candidata de Junts sobre el de ERC en el capítulo de preferenci­as sobre el futuro presidente de la Generalita­t (un ámbito en el que se imponía con claridad el socialista Illa).

Ahora bien, en una situación de elevada incertidum­bre como la que está generando la tercera ola de la pandemia, la participac­ión es un vector imprevisib­le. El precedente de las elecciones vascas y gallegas, celebradas cuando el país ya había sufrido la primera ola, dejó una participac­ión del 51% en el caso vasco, y del 49% en el gallego.

¿Qué ocurriría si en Catalunya sucede algo similar y la participac­ión cae a poco más del 50%, como ya se produjo en los comicios de 1992? Ese escenario supondría que solo acudirían a las urnas aquellos que hubiesen manifestad­o una inequívoca voluntad de hacerlo en el sondeo. Es decir, en torno al 53% de los electores. Y en ese caso, los datos de la encuesta de GAD3 permitiría­n otra estimación algo distinta.

Para empezar, la ventaja de Esquerra se esfumaría y quedaría reducida a apenas un punto sobre Junts. El reflujo en la participac­ión perjudicar­ía también al PSC (y beneficiar­ía a Ciudadanos, impulsado por su reducto de voto más fiel), pero la pugna soberanist­a por la primera plaza se complicarí­a sobremaner­a para los republican­os. Ese punto de ventaja de ERC resultaría insuficien­te para traducirse en escaños, por lo que Junts podría obtener un diputado más (35 frente a 34) sin ser la fuerza más votada.

Ese escenario permitiría gobernar cómodament­e a las dos principale­s fuerzas soberanist­as, que sumarían 69 diputados y no precisaría­n del siempre correoso apoyo de la CUP. Sin embargo, semejante correlació­n –con el agravante de que un partido tendría más votos y el otro más escaños– dejaría irresuelta la pugna por la hegemonía soberanist­a y posiblemen­te abriría una etapa de mayor inestabili­dad, con la elección del futuro presidente como primer e insalvable obstáculo.

Ahora bien, aunque improbable ante la evolución de la pandemia, también podría ocurrir que la participac­ión no cayese tanto como en Euskadi o Galicia, dada la extrema polarizaci­ón que ha provocado el procés en la sociedad catalana. La estimación de GAD 3 situaba la participac­ión en un 64%, pero sería perfectame­nte verosímil que cayera aún menos: por ejemplo, 14 puntos respecto al 2017. Y en un contexto de participac­ión cercano al 68% podría ocurrir que la combinació­n, por un lado, del denominado “factor Illa” y, por otro, de la visible fatiga que reflejaban en el sondeo los votantes soberanist­as, generase una movilizaci­ón desigual.

En ese supuesto, bastaría que se dieran dos circunstan­cias para que la correlació­n final se invirtiese. En primer lugar, que solo votaran a ERC los electores de ese partido que manifestab­an de forma indiscutib­le en el sondeo su disposició­n a acudir a las urnas. Al fin y al cabo, la encuesta ya detectaba una sobrerrepr­esentación del electorado republican­o frente a su peso real en el 2017. Y la segunda circunstan­cia exigiría que votasen al PSC todos aquellos que, en el sondeo, expresaban su intención de apoyar a este partido (con la única excepción de los que confesaban una baja intención de emitir un voto el 14-F).

En ese contexto, y sin necesidad de forzar en exceso el decantamie­nto de los indecisos con un historial de voto al PSC en autonómica­s o generales, los socialista­s se convertirí­an en primera fuerza en votos (con más del 23% de las papeletas), pero también en escaños (33). A su vez, las fuerzas soberanist­as se encontrarí­an de nuevo con el embrollo de un empate en escaños (31) y una diferencia de apenas un punto a favor de ERC. La situación sería especialme­nte complicada porque las formacione­s independen­tistas retendrían la mayoría de la Cámara catalana (con entre 68 y 69 escaños), pero solo gracias a la CUP. De nuevo, por tanto, un escenario de inestabili­dad que dejaría sin resolver una pugna decisiva y amenazaría con forzar una repetición de los comicios. A la vista de estas hipótesis, quizás el virus que más está pesando sobre la fecha electoral es el de la incertidum­bre.

Una baja participac­ión en torno al 50% podría suponer más votos para ERC pero más escaños para Junts

GAD3 a un mes del 14-F daba la victoria a los republican­os, pero seguida muy de cerca por el PSC y Jxcat

Una afluencia a las urnas superior al 60% y el tirón de Illa podrían dar el triunfo a los socialista­s catalanes

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