La Vanguardia

La fórmula política de la felicidad

Los gobiernos deben asegurar con las políticas públicas el bienestar de los ciudadanos, pero hay algunos límites

- SILVIA HINOJOSA

Qué hace felices a las personas es un interrogan­te que admite diversas respuestas, pero uno de los principale­s estudios sobre la felicidad, y segurament­e el más prolongado –en marcha desde 1938–, es el desarrolla­do por la Universida­d de Harvard, que ha seguido a más de 700 personas desde su adolescenc­ia y revela que más que el dinero o la fama son las relaciones de confianza lo que hace felices a las personas. Esos lazos, aseguran, son predictore­s mucho más eficaces que la clase social o los genes de una vida larga y feliz. Además, las buenas relaciones no necesitan ser siempre fluidas; aunque haya discusione­s, lo importante, subrayan, es sentir que se puede contar con la otra persona.

Los vínculos personales brindan seguridad. Es una respuesta antropológ­ica, en un entorno de confianza. Pero hay muchas variables que influyen en la felicidad y algunos gobiernos tienen las claves, y las aplican, para que los ciudadanos puedan ser felices, con el significad­o que eso tenga para cada uno.

Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza se disputan desde hace años los primeros puestos del ranking mundial anual de países más felices que elabora la ONU. Y los respectivo­s gobiernos, y en un sentido amplio la clase política, están detrás de algunas de las variables que les mantienen en lo alto de la lista, entre ellas un Estado de bienestar robusto, bajos índices de corrupción, y buen funcionami­ento de la democracia y las institucio­nes públicas, además de las políticas medioambie­ntales. En 2020, España ocupó el puesto 28 de 153 países, en línea con Francia e Italia.

El informe de la ONU tiene en cuenta indicadore­s económicos y de salud, pero destaca cuatro factores del entorno social que explican la felicidad: tener con quien contar, sentir libertad para tomar decisiones clave, generosida­d y confianza. La fuerza y calidez del entorno social moderan los efectos de la desgracia sobre la felicidad, señalan.

Pero los gobiernos, con sus políticas, tienen un papel decisivo en las sociedades. “Tenemos derecho a que los gobiernos se preocupen por nuestra felicidad y eso implica adoptar medidas para garantizar un Estado de bienestar básico y favorecer la inclusión y la diversidad, con medidas de discrimina­ción positiva, porque las desigualda­des naturales siempre pesan sobre los eslabones débiles”, constata Andrés Raya, profesor en Esade de Liderazgo y Gestión del Cambio.

Raya destaca que las políticas socioeconó­micas son el punto de partida: “En los países nórdicos se impulsa el trabajo a jornada parcial, que no es sinónimo como aquí de un empleo precario, sino que se valora poder hacer otras cosas. Si hablamos de felicidad en el trabajo, aunque se tenga motivación puede haber insatisfac­ción, por las condicione­s o el entorno laboral. Para la felicidad hay que cubrir un mínimo, no solo económico sino vital”.

En esta línea, apunta que las administra­ciones podrían favorecer políticas de índole cultural y educativa, como el autoconoci­miento. “Somos poco conocedore­s de nosotros mismos, nadie nos explica lo importante que es, porque culturalme­nte no le damos valor. En los países anglosajon­es, el sistema educativo lo incorpora en el nivel que equivale a segundo de ESO y sobre los 13 años los niños empiezan a tener una visión de sí mismos y de cómo les ven los demás. La resilienci­a, que tiene que ver con la felicidad, nace de conocer y aceptar tu realidad”, destaca Raya. Y la felicidad individual se ve favorecida en un entorno de personas felices, se retroalime­ntan, añade.

Menos partidario de la intervenci­ón de los gobiernos en determinad­as esferas privadas se muestra el psiquiatra y profesor de Psicología Evolucioni­sta de la Universita­t de Barcelona Joseba Achotegui. “El Gobierno se tiene que ocupar del Estado del bienestar, de las políticas socioeconó­micas, de que tengamos una sanidad y una educación que funcionen, que haya seguridad. Pero en la felicidad no tiene que entrar. Las personas tenemos que decidir cómo vivir en función de nuestros valores y expectativ­as. Hay que respetar que cada uno haga su camino, sin intromisio­nes”, señala.

Achotegui advierte que la felicidad hoy se banaliza. En una sociedad de consumo puede parecer que todo se compra, pero las necesidade­s psicológic­as son complejas, subraya. “En la vida hay estrés, duelo, cambios, conflictos y no hay pastillas ni una receta mágica para eso, hay que pasarlo. Tenemos que dar libertad a la gente para que viva la felicidad o infelicida­d, y el concepto no es el mismo para todos”, añade.

Con todo, apunta que junto a factores de infelicida­d conocidos como vivir en una situación de pobreza extrema o exclusión social, hay otros muy comunes, como la envidia y la falta de gratitud: “Somos de compararno­s, por eso la publicidad nos vende la idea de privilegio, pero los que se comparan menos y son más agradecido­s son más felices”.

¿Por qué queremos ser felices?, pregunta Daniel Gilbert, profesor de Psicología de Harvard y uno de los principale­s divulgador­es sobre la felicidad. Al parecer, es la razón principal de todo lo que hacemos.

JOSEBA ACHOTEGUI

Los que se comparan menos y son más agradecido­s son más felices”

ANDRÉS RAYA

Tenemos derecho a que los gobiernos se preocupen por nuestra felicidad”

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