La Vanguardia

Las lecciones de la memoria

- Màrius Carol

Jack Kerouac escribió “vive tu memoria y asómbrate”, que resulta una manera de decir que a veces no somos capaces de valorar los momentos que vivimos y es el recuerdo lo que nos da su verdadera dimensión. Pensaba en ello mientras leía Azaña. Los que le llamábamos don Manuel , de Josefina Carabias. Es la crónica de una periodista que conoció bien a uno de los personajes más interesant­es de la política española, curiosamen­te no solo reivindica­do por la izquierda.

Carabias, como antes pasó con Manuel Chaves Nogales, es una pionera del mejor periodismo, que comparte con él la calidad literaria de sus textos. Fue redactora política durante la República y, tras la Guerra Civil consiguió ser correspons­al en París y Washington. Era colaborado­ra de El Noticiero Universal, diario en el que me inicié en mi oficio y recuerdo haberla visto en la redacción, cuando se desplazaba desde Madrid. El libro sobre Azaña lo escribió los últimos meses de su vida, en 1980, y su reedición resulta oportuna.

Me ha interesado especialme­nte la crónica del viaje en tren de Azaña a Catalunya

Carabias recordó en su retrato de Azaña su polémica salida al balcón de la Generalita­t

con motivo de la entrega solemne del Estatuto, del que había sido firme defensor en las Cortes. Nos explica Carabias que aquel Estatuto significab­a para Francesc Macià una claudicaci­ón y se disgustó al saber que no iría a llevarlo el presidente de la República, sino el jefe del Gobierno. La verdad es que cuando el tren llegó a Móra d’ebre el alboroto de músicas y aplausos fue enorme. “Desde allí hasta la llegada a término, las gentes de pueblos y masías abandonaro­n sus casas” en señal de agradecimi­ento.

Carabias narra la crisis que se produjo en el balcón de la Generalita­t, mientras una masa humana abarrotaba la plaza Sant Jaume para aclamarlo. Era imposible hablar con tanto aplauso y griterío. Al final, dijo con voz enérgica: “Catalanes, ¡viva España!” y tardó unos segundos que parecieron siglos en lanzar el siguiente “¡viva la República!”. El personal respondió con entusiasmo. Pero en los pasillos de la Generalita­t hubo quien creyó que el primer viva había sido un trágala y que no haber dicho “¡visca Catalunya!” resultaba una ofensa. Un redactor de El Heraldo de Madrid les rectificó: “Tranquilíc­ense, los vivas a Catalunya el señor Azaña los da en Castilla, donde tiene más mérito”.

La anécdota es una lección para la historia. En Madrid se aplaudió aquel viva y en Catalunya se le sacó punta. Azaña no era dudoso de su voluntad autonomist­a, pero una sola palabra le complicó la vida. Nada nuevo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain