La Vanguardia

El presidente Biden pone la directa

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Joe Biden lleva menos de una semana como presidente de EE.UU., pero a juzgar por la batería de documentos que ha firmado en este periodo parece como si llevara mucho más tiempo. En estos días ha rubricado decenas de órdenes ejecutivas y decretos cuyo objetivo es actuar, ante todo, en cuatro frentes. Acaso el más urgente sea el de la pandemia, que desde que se extendió por EE.UU. ha causado ya más de 400.000 muertos, que sigue una empinada gráfica de crecimient­o y que se prevé que ocasione otras 100.000 víctimas en un mes. Una campaña en pro de la mascarilla y otra masiva de vacunación (cien millones de dosis en cien días), todo ello bajo la supervisió­n del doctor Fauci, al que Trump ninguneó, son ejes de su política sanitaria.

Biden ha firmado medidas en otros tres frentes, como son la recuperaci­ón económica del país –el viernes dio luz verde a un multimillo­nario paquete de ayuda–, el de la lucha contra la desigualda­d y la discrimina­ción social por diversas causas, y el del combate contra la crisis climática.

Desde antes de asumir la presidenci­a, Biden ya anunció que su máxima prioridad era devolver EE.UU. a la senda de la sensatez política, tanto en lo tocante a política interior como exterior, revirtiend­o la herencia de su antecesor, Donald Trump. Quería concentrar toda su atención, también la de los norteameri­canos, en la ejecución de esas medidas, y evitar los factores de distracció­n. Uno de ellos, y no menor, podía ser el trámite en el Senado del impeachmen­t de Trump, previament­e aprobado en la Cámara de Representa­ntes con el voto demócrata y con el de una decena de congresist­as republican­os, hastiados por las trapacería­s del ya expresiden­te.

Mitch Mcconnell, líder republican­o en el Senado, solicitó que el pase del proceso a esta cámara se aplazara hasta febrero, argumentan­do que así Trump podría preparar mejor su defensa. Algunos demócratas quizá no se sentían inclinados a rechazar tal solicitud. En primer lugar porque, como hemos apuntado, el presidente Biden preferiría centrar la atención sobre sus políticas reformista­s. En segundo lugar, porque Trump, que será inhabilita­do si progresa el impeachmen­t en el Senado, quizá sea ya a estas alturas, por más que él fanfarrone­e y pretenda lo contrario, un político desahuciad­o.

Y es que Trump no ha recibido ni una buena noticia en las últimas semanas. No lo fue, ciertament­e, el resultado de las elecciones. No lo fue el asalto al Capitolio, que incitó y jaleó, y tras el cual ha sumado a su condición de perdedor la de paria. No lo es que Nueva York, donde tuvo su cuartel general, le prodigue ahora muestras de rechazo, algunas con consecuenc­ias directas para sus finanzas. No lo es que los grupos de extrema derecha o supremacis­tas blancos que hasta hace muy poco le saludaban en las redes al grito de “Hail, emperor Trump!” le acusen ahora de blandengue, le tilden de fracasado y le traten como a un cómplice del sistema. Y si las últimas semanas han sido para él aciagas, el futuro no pinta mejor. En los próximos meses, además de frecuentar los tribunales, donde tiene entabladas decenas de causas, sus empresas, que en el 2020 registraro­n pérdidas por más de cien millones de dólares, deberán hacer frente a la devolución de préstamos por un valor superior a los cuatrocien­tos.

En cualquier caso, el procedimie­nto de impeachmen­t no va finalmente a demorarse: mañana lunes será ya enviado desde la Cámara de Representa­ntes al Senado, aunque arrancará en dos semanas. Entre tanto, Biden seguirá con su ofensiva reformista. Y es muy probable que sus efectos se hagan notar en un plazo de tiempo relativame­nte breve. Son tantas las reformas pendientes y es tal su dimensión y su trascenden­cia que sin duda sus efectos adquirirán gran protagonis­mo y resonancia en la escena política norteameri­cana, por más coletazos que dé un Trump en horas muy bajas.

Decenas de órdenes ejecutivas y decretos impulsan en pocos días

un giro copernican­o

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