La Vanguardia

Gañanes a bordo

- Mariángel Alcázar

Un tipo se coloca en el asiento de un avión que, de acuerdo con la tarjeta de embarque, te correspond­e a ti. Por no hacer mover a toda la fila, te acomodas en el que tenía asignado él, aunque es peor, y te lo agradece con un “gracias, guapa”, mientras te pega un repaso de arriba a abajo. Como estás ya un poco harta, le contestas que lo de guapa, sobra, y él, no contento con la respuesta, sigue: “Hay que ver cómo sois las feministas, qué quieres que te diga que eres fea”. Ya embalada, replico: “Pues no, lo que quiero es que no me trate como si fuera una niña (y aunque lo fuera, tampoco) y, si puede ser, que aprenda a distinguir las letras que asignan los asientos”. Pero no acaba ahí la cosa, voz en grito buscando la complicida­d de otro pasajero concluye: “Hay que ver lo creciditas que están las mujeres...”. La azafata, que todo lo oye, comenta: “Ya ves lo que tenemos que aguantar”.

En un espacio tan claustrofó­bico como el de un avión te encuentras con señores (que solo merecen ser tratados de gañanes) que se creen irresistib­les; que se empeñan en darte conversaci­ón; que se abren de piernas; que te clavan los codos; que giran su ipad hacia ti mientras miran un vídeo picante y, por si faltaba algún detalle, nada más aterrizar llaman por teléfono a su señora, amiga o amante, con voz melosa para ponerse tonto y que te des cuenta de todo lo que te has perdido por no haberle seguido el rollo. Todo eso hay que aguantar y, además, hacerlo calladita, para no liarla, para que no seas tú la que acabe dando la nota, porque hay que ver la habilidad que tienen algunos para alzar la voz. Ya me lo decía mi abuela: “Hija, huye de los hombres que dan golpes en la mesa, que te levantan la voz y que se quieren quedar siempre con la última palabra”. Seguí el consejo a rajatabla y ninguno de esos tipos ha entrado en mi casa, pero ¿cómo evitas coincidir con ellos en un avión?

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