La Vanguardia

Zidane hace un ‘Houdini’ desde casa

- Santiago Segurola

La vieja guardia se exprime para que el Madrid no se derrumbe. En Mendizorro­za, Casemiro y Benzema aliviaron pronto los problemas. Hazard añadió el tercero en una primera parte convincent­e. Zidane, confinado en casa tras contagiars­e con la covid, tiró de los clásicos para salir de la crisis que amenazaba al equipo y a él, destinado a una curiosa relación con el club.

Zidane es el mito al que se recurre cuando las cosas se ponen muy feas. En el 2018, ganó su tercera Copa de Europa consecutiv­a, una hazaña sin precedente­s que no le impidió abandonar el club, sometido en aquellos días a las demandas de Cristiano Ronaldo, que quería irse, y de Gareth Bale, que quería ser titular por decreto.

Se fue y regresó diez meses después, en calidad de pacificado­r social. El Real Madrid contrató a Julen Lopetegui, selecciona­dor español, dos días antes de comenzar el Mundial de Rusia, cañonazo a la santabárba­ra de la selección que produjo pésimas consecuenc­ias a todos los implicados. Fracasó la selección, Lopetegui fue contratado en junio y despedido en octubre. El Madrid se estrelló tan pronto en las tres grandes competicio­nes que el Bernabeu se convirtió en una pira.

Florentino, que sabe unas cuantas cosas sobre poder y persuasión, reclamó a Zidane de nuevo. Además de entrenador de éxito, es el camión de bomberos del Real Madrid. El equipo llegó al final de la temporada con una mezcla de fastidio y sordina a su alrededor. Pero llegó. Sin Zidane, habría sido imposible. Ese verano, Florentino Pérez aparcó su novedosa cautela en el mercado y fichó a Hazard (120 millones), Militao (50), Jovic (60), Rodrygo (50) y Mendy (48).

Como tótem del madridismo, Zidane es el bálsamo perfecto. Como entrenador, puede presumir de un palmarés formidable: tres Copas de Europa y dos Liga desde el 2015. Sin embargo, siempre suele estar bajo sospecha en los despachos. No hay forma de resolver esta contradicc­ión. Aunque el club siempre guarda un silencio hermético, es muy fácil tomarle la temperatur­a. Basta escuchar lo que se dice o lo que se lee en las trincheras mediáticas próximas a la dirección del club.

Los mensajes que despiden son categórico­s, unánimes y generalmen­te virulentos. Cuestionar a Zidane se ha convertido en su deporte favorito. Un manto de silencio cubre el decepciona­nte rendimient­o de los jugadores que aterrizaro­n en el 2019 por un total de 328 millones de euros. Basta que Jovic anote un par de goles en su regreso al Eintracht para que las bayonetas vuelvan a calarse.

A Zidane se le acusa de compadrear con los veteranos, de tibieza y de carencias tácticas. No se escapa a los tópicos que amenazan a un entrenador cualquiera. Es un mantra que le acompaña desde que dirige al Madrid, no importa los éxitos que haya alcanzado. La derrota con el Alcoyano le ha colocado de nuevo en la angustiosa situación que atravesó antes de los partidos con el Sevilla, Borussia Mönchengla­bach y Atlético. Ganó los tres y regresó una breve calma.

La derrota con el Alcoyano le ha devuelto a la casilla de salida. Un día después, comenzaron a bombardear­le desde

El antizidani­smo olvida que se encuentran ante un caso fascinante: siempre se escapa

las troneras mediáticas de costumbre. No faltaron los elogios a Mourinho cuando Zidane está en dificultad­es. Nunca hay más responsabl­es, salvo algún jugador que haya caído en desgracia por las razones que sean. Lo interesant­e de estas tensiones es que el antizidani­smo, el latente o el aparatoso, olvida que se encuentran ante un caso fascinante: Zidane siempre se escapa. Es el mejor escapista que ha visto el fútbol, el Houdini del banquillo, aunque la victoria del Madrid en Vitoria no le librará de sus acusadores. Ganó con el segundo entrenador dirigiendo al equipo.

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JUANJO MARTÍN / EFE Zidane, en un duelo de Champions este curso
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