La Vanguardia

Cambiarlo todo

- Xavier Aldekoa

Mi tío Josetxu me llamó exultante por la mañana. Tan contento que se le escapaba la felicidad por las costuras. “¿Qué pasa, Xavi? ¡Ya nos tocaba ganaros una final! ¡Qué ilusión, ma cago en diez!”. Minutos antes me había enviado una foto de su balcón en el pueblo de Areatza, con adornos minimalist­as vascos: una ikurriña de lado a lado de la barandilla de madera y un escudo gigante del Athletic de Bilbao de metro y medio de alto. Para el club bilbaíno y sus seguidores, la victoria en la Supercopa no fue solo una victoria. No es casualidad que, cuando en el mismo césped le preguntaro­n a Asier Villalibre, uno de los héroes de la noche, usara la misma palabra que mi tío: ilusión. “Es muy especial. Desde pequeños soñamos ganar una copa con el Athletic, es algo muy difícil y conseguirl­o es una ilusión muy grande”.

Al día siguiente lo entendí todavía mejor. Mi tío me envió una imagen de Muniain, el capitán del primer equipo, en un parking junto a varios chavales, que sujetaban felices el trofeo. Entre ellos, adiviné detrás de la mascarilla a mi primo Patxi, de 12 años, que juega en las categorías inferiores del club, tan feliz como orgulloso. Josetxu me explicó: en el entrenamie­nto, Muniain les había llevado la copa a los niños que juegan en el club para que pudieran tocarla y hacerse fotos. Me dio envidia, sí, pero no por la copa. Un club grande no lo es tanto por sus victorias como por sus detalles. Si el Athletic es una familia no lo es porque Iñaki Williams rebañara escandalos­amente la escuadra de Ter Stegen sino porque es generoso con su felicidad. Por eso Aduriz, ya retirado, estaba el día de la final en el banquillo junto a los suplentes o el club, en su felicitaci­ón por Twitter, no se olvidó de Garitano, el entrenador destituido

El próximo presidente del Barça tiene un reto más difícil todavía que revertir la crisis de la entidad: volver a ser familia

hace unas semanas pero que les dio la posibilida­d de disputar la Supercopa. Por eso Muniain llevó el trofeo a los niños de las categorías inferiores.

El próximo presidente del Barça tiene un reto en sus manos más difícil todavía que revertir la crisis económica de la entidad: volver a ser familia. Además de revitaliza­r las áreas deportiva y económica, la próxima directiva no debería descuidar esos intangible­s que hacen de un equipo algo más que un club. No solo hablo de Unicef, que también. Hablo de que los jugadores del primer equipo se aproximen a los aficionado­s, que compartan con ellos sus alegrías, cuando las haya, y las celebracio­nes dejen de ser una fiesta privada de jugadores estrella y sus familias con los fans como espectador­es. Hablo de comunión, de que los éxitos de las secciones se sientan como parte de una forma de ser, de jugar (y perder) con unos valores y de ser ejemplo de visibiliza­ción del fútbol femenino. Hablo de detalles, de ser ejemplo, de ilusión compartida. Hablo, en definitiva, de cambiarlo todo.

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