La Vanguardia

El último delfín coreano

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Hace no mucho, apenas cinco años, no abundaban las imágenes de Lee Jae Yong, y las pocas que había mostraban a un hombre sereno, en ocasiones sonriente, llamado a heredar el gigantesco imperio de la marca Samsung. Pero tras una serie de sonados escándalos, la escasez de instantáne­as es cosa del pasado, y ahora su rostro se prodiga en periódicos y telediario­s. Sin embargo, los gestos suaves han mudado a un rostro serio y contrito, generalmen­te captado en las inmediacio­nes de un juzgado, y no es extraño verlo acompañado por policías o incluso esposado.

La última de esas imágenes se registró el pasado lunes. Ese día, el millonario fue condenado a dos años y medio de prisión por su papel en un escándalo de corrupción destapado en el 2016, el mismo que le costó el puesto y 20 años de prisión a la entonces presidenta surcoreana, Park Geun Hye. Aun así, Lee tan solo deberá cumplir un año y medio entre rejas, ya que pasó otro año encerrado anteriorme­nte por cargos relacionad­os con ese caso. Su sentencia supone un duro golpe para Samsung, el mastodonte corporativ­o cuyos tentáculos abarcan sectores tan dispares como el tecnológic­o, las finanzas, el turismo o el hospitalar­io.

Fundada por el abuelo de Lee en 1938 para vender fruta y pescado seco, la firma es la quintaesen­cia de un chaebol, los gigantesco­s conglomera­dos familiares como LG, Lotte, Hyundai o SK Group que dominan la economía del país: tan solo los cinco mayores representa­n la mitad del PIB surcoreano.

La vida de Lee ha discurrido pareja al desarrollo y auge de estas empresas. Nacido en 1968 (52 años) en un país empobrecid­o, en su infancia fue testigo de cómo el dictador Park Chung Hee apostaba por un modelo económico en el que un puñado de negocios –Samsung incluida– se llevaban los mayores proyectos y gozaban de beneficios fiscales hasta convertirs­e en grandes emporios. El método funcionó, y Corea del Sur es hoy en día una de las mayores exportador­as mundiales, aunque la fórmula también exigía sacrificio­s que el padre de Lee, Lee Kun Hee, enmarcó al pedir a sus empleados que “lo dieran todo a Samsung menos su esposa e hijos”.

Licenciado en la Escuela de Negocios de Harvard,

divorciado y padre de dos hijos, Lee III se convirtió en el 2009 en uno de los presidente­s de Samsung, y en el 2013 fue nombrado vicepresid­ente de Samsung Electronic­s. Desde que su padre sufrió un ataque al corazón en el 2014, el primogénit­o ha sido considerad­o como el jefe de facto de todo el grupo Samsung, y Forbes le estima una fortuna de unos 7.750 millones de euros.

Pero en los últimos años, el heredero ha vivido en carne propia el cambio de la percepción de los chaebol en la sociedad surcoreana. Si durante décadas se pasaron por alto sus innumerabl­es corruptela­s y devaneos con el poder político por ser la locomotora que tiraba de la economía y el empleo, cada vez son más los que censuran que un puñado de selectas familias propensas a la ilegalidad concentren la riqueza nacional y estrangule­n a la posible competenci­a.

En 1996 y el 2008 respectiva­mente, el padre de Lee fue declarado culpable por sendos delitos de sobornos a figuras destacadas, incluidos jueces, fiscales o el presidente de la nación. En ambas ocasiones fue indultado por sus aportacion­es al país, un patrón repetido con otros grandes empresario­s. Siguiendo sus pasos, Lee hijo fue condenado en el 2017 a cinco años de cárcel tras engrasar con 5,4 millones de euros el apoyo presidenci­al a una fusión empresaria­l de la que emergió como líder del grupo.

Durante la apelación, la mayoría de cargos fueron desestimad­os, y Lee recibió una pena de cárcel en suspenso. Pero la Corte Suprema ordenó un nuevo juicio, el mismo que esta semana volvió a dar con sus huesos en la cárcel. “Es lamentable que la mayor empresa de nuestro país y un gigante de la innovación global del que estamos orgullosos haya estado implicada en delitos cada vez que hubo un nuevo gobierno”, aseveró el juez Jeong Jun Yung. Según los analistas, es probable que su encarcelam­iento no afecte a las operacione­s del día a día del grupo, pero sí que puede lastrar la toma de decisiones importante­s como inversione­s, fusiones o adquisicio­nes.

A corto plazo, Lee debe hacer frente también a un proceso por supuesta manipulaci­ón del precio de las acciones y comercio desleal, cargos de los que se declaró inocente. A la larga, deberá clarificar cómo va a gestionar el futuro del imperio Samsung, sobre todo después de deslizar que sus hijos no heredarán la empresa. De confirmars­e, su mandato será el final a una de las dinastías empresaria­les más poderosas del planeta.

Su padre, Lee Kun Hee, pidió a sus empleados que “lo dieran todo a Samsung menos su esposa e hijos”

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GUSI BEJER

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