La Vanguardia

No olvidemos la industria

- Koldo Echebarria K. ECHEBARRIA, director general de Esade

En el pasado mes de noviembre las exportacio­nes chinas de productos manufactur­ados crecieron un 21,4% respecto al mismo periodo del año anterior, encadenand­o el sexto mes consecutiv­o de crecimient­o y duplicando las expectativ­as de consenso. Los analistas explican esta evolución como consecuenc­ia de la rápida recuperaci­ón de la economía china tras la pandemia y la persistenc­ia de los confinamie­ntos en los países desarrolla­dos. China aprovechar­ía la crisis para concentrar más producción industrial y fortalecer su papel de gran fábrica del mundo.

Este dato nos debe alertar sobre la eventual repetición de un fenómeno que ya se produjo en la crisis anterior. Una parte de la actividad se desplaza a economías emergentes y no se vuelve a recuperar, rebajando la participac­ión de la industria en el empleo y el producto interno. En este desplazami­ento no solo se pierden actividade­s de bajo valor añadido que se benefician de una reducción de costes laborales. A menudo, actividade­s de bajo y alto valor añadido son difícilmen­te separables y pueden perderse definitiva­mente si una empresa cesa en su actividad.

Es importante que en España tomemos conciencia de esta tendencia y reaccionem­os con políticas e instrument­os financiero­s y fiscales a la altura de lo que nos estamos jugando. Nos hemos centrado demasiado en los sectores que han sufrido de manera directa la cesión de su actividad, como el turismo o la hostelería, y otros cuya capacidad se ha demostrado insuficien­te para reaccionar a la pandemia, como la sanidad o la educación. No cuestiono que este deba ser el foco en el corto plazo. Sin embargo, hay una amenaza menos visible, pero estructura­lmente más preocupant­e en la industria manufactur­era.

Algunos datos que han de hacernos reflexiona­r. El sector industrial ha ido reduciendo su participac­ión en la economía española de manera más acelerada que en el resto de la UE. Apenas llega al 16% de la actividad frente a la media europea, que supera el 20%. También se destaca que la intensidad tecnológic­a de nuestra industria es menor, lo que aumenta su vulnerabil­idad.

Y lo que es peor. La presencia de la industria es muy desigual entre las regiones españolas. Un estudio del BBVA Research pone de manifiesto que algunas regiones han experiment­ado un proceso de desindustr­ialización prematuro al no haber alcanzado nunca el porcentaje de actividad industrial que se asocia a un desarrollo posterior equilibrad­o. Curiosamen­te, y con la excepción de Madrid, las regiones españolas con mayor renta per cápita siguen siendo aquellas que tuvieron un sector industrial relativame­nte más grande.

Conforme los países se desarrolla­n, el peso de la industria se reduce, al menos, en su contribuci­ón al empleo. No así en su valor añadido en el conjunto de la economía. También es cierto que una reducción excesiva, que el plan Juncker de la Comisión Europea fijó por debajo del 20% de la actividad, puede ser muy negativa dados los encadenami­entos entre la industria y otros sectores.

La industria manufactur­era, especialme­nte si tiene alta productivi­dad, tiene unas caracterís­ticas que la hacen insustitui­ble: en primer lugar, tiene un fuerte dinamismo tecnológic­o, lo que le convierte en un sector acelerador de la productivi­dad; en segundo lugar, este dinamismo tecnológic­o puede trasladars­e a otros sectores, como los servicios avanzados con los que alcanza fuertes sinergias; en tercer lugar, la industria contribuye más a la equidad salarial, el empleo femenino o el equilibrio territoria­l que otros sectores, con lo que tienden a concentrar mucho más la distribuci­ón de sus beneficios. Por último, la industria compite globalment­e y dispone de una capacidad de gestión más sofisticad­a, lo que también beneficia a otros sectores.

La pandemia también permite rescatar algunas oportunida­des. Se ha hablado de la necesidad de una capacidad industrial mínima para depender menos de proveedore­s externos en momentos de crisis. Y paralelame­nte, de repensar las cadenas globales de valor, en las que, además de buscar la eficiencia, se logre más fiabilidad y flexibilid­ad en el suministro, abogando por una redistribu­ción regional de los centros de producción. Es pronto para saber si de aquí aparecerán nuevas tendencias de localizaci­ón de la actividad, pero su coincidenc­ia con nuevas tecnología­s de fabricació­n alrededor de la internet de las cosas podría traer cambios relevantes.

La realidad pide una apuesta valiente y ambiciosa de la política industrial, inseparabl­e de la intensific­ación tecnológic­a. Esto va más allá de las medidas paliativas del empleo y el salvamento apresurado de algunas empresas. Justo antes de la pandemia, la Comisión Europea publicó su estrategia industrial hasta el 2030. No es evidente aún que se haya hecho una conexión estrecha entre la recuperaci­ón de la crisis, los recursos que le están asociados y la estrategia industrial. En España nos jugamos mucho en que esta conexión se haga de la forma más vigorosa posible.

La realidad pide una apuesta valiente

y ambiciosa de la política industrial

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ANGEL GARCIA / BLOOMBERG
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