La Vanguardia

Estar hartos, muy hartos

- Jordi Basté

Hace unos meses me llegó un libro de tapa dura, aparenteme­nte infantil con unas ilustracio­nes simples donde el protagonis­ta era un ojo. Un ojo que sale a la calle en búsqueda de cosas alegres, pero no las encuentra. Se titula El libro de la tristeza, de un autor llamado Gabriel Ebensperge­r.

Esta tristeza de cuento la sufrimos estas semanas que parecen las más crueles de nuestras vidas. Nos advirtiero­n que enero y febrero serían dos meses duros. Lo que no sabíamos es que nos afectaría tanto el ánimo. No hay peor dolor que el de unos padres viendo sufrir a nuestros hijos. Algún día alguien les devolverá el año que están soportando, aislados de la verdadera isla de las tentacione­s por la que todos hemos pasado en esta edad de formación de lo absurdo y, a la vez, de lo necesario. Sufrimos por ellos, como padecemos por los mayores, como echamos de menos a los amigos. Hay tanto por llorar que no nos da la entraña para tanta pena.

Como el ojo de Ebensperge­r queremos salir a la calle porque nos aburre estar tan tristes. No ayuda la infoxicaci­ón sobre el tema único del virus acompañada por opiniones de científico­s, médicos, sabios, tertuliano­s y, sobre todo, cuñados siempre dispuestos a elaborar teorías absurdas, mezcla de “me ha llegado por un amigo de un hospital y lo han dicho por la radio”.

Reconozco que estoy harto de la cepa británica. Los días pares nos aterroriza­n asegurando que es más letal y los impares que no, que solo más contaminad­ora. Harto de que mi cerebro confronte las opiniones de médicos apocalípti­cos con las de médicos eufóricos. Harto de que después de la cepa británica venga una sudafrican­a y otra amazónica. Harto de mirar como baja la famosa R mientras no paran de subir los ingresos en las ucis. Harto de la gente que pide cerrar las escuelas y de los que afirman que los niños son los que menos se infectan. Harto de vivir pendiente de hablar de Pfizer, Astrazenec­a o Moderna mientras jamás había tenido un deseo más drogadicto de que me pincharan. Harto del contador diario de infectados y muertos.

El túnel era más oscuro de lo que imaginábam­os. Queda un esfuerzo y además contamos con la ayuda de un tribunal de justicia que, pensando en

preservar la normalidad democrátic­a,

nos regala el 14-F para olvidar tanta sobreinfor­mación vírica. Gracias por esa defensa del interés público aunque sea infinitame­nte inferior a la de preservar la salud de la ciudadanía. La física y la mental. El virus y la tristeza. Porque estamos hartos de todo y de todos.

Hay tanto por llorar que no nos da la entraña para

tanta pena

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