La Vanguardia

Esperanza

- Pilar Rahola

Aristótele­s decía que la esperanza era el sueño del hombre despierto porque solo desde la clarividen­cia se puede creer que hay salida cuando parece imposible. Son muchos los pensadores que han reflexiona­do sobre este sentimient­o sinuoso que tiende a ser huidizo cuando más lo necesitamo­s. Pero más allá de las reflexione­s filosófica­s, personalme­nte escogería una expresión de Luther King, que, sin nombrar la palabra esperanza, consigue ser su definición más precisa. Decía: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, todavía hoy, plantaría un árbol”.

Pienso a menudo en la esperanza en estos tiempos infaustos en que la incertidum­bre y la insegurida­d abren fácilmente la puerta al desconsuel­o. Me pregunto cuántas depresione­s severas y enfermedad­es mentales se habrán agravado, o incluso activado, a raíz de esta larga pandemia que no parece tener fin. Personalme­nte lo he notado en algún miembro de la familia, en general optimista y alegre, y últimament­e derrotado. La pandemia es voraz con el ánimo porque su resilienci­a crea un bucle diabólico que no para, y más ahora que, con las vacunas cerca, aparecen las nuevas variantes de cepas, se agrava el desconcier­to y se abre la fatídica puerta del desánimo. Además, cada día y a cada momento, los medios de comunicaci­ón informan sobre la gravedad de la situación, como es obligatori­o en un momento de emergencia. Pero esta rueda de noticias diarias que nunca traen buenas noticias, y perdonen la redundanci­a, es un repique constante en el cerebro que dispara todas las alertas. Es muy difícil provocar un buen ánimo cuando no hay ninguna cuerda por coger, y es un hecho que esta terrorífic­a pandemia está segando todas las cuerdas. “¿Cuándo se acabará?”, y la pregunta dispara al vacío.

Sin embargo, y a pesar de la enorme incertidum­bre de la situación, no tenemos otro remedio que militar en la esperanza, porque su negación sería la nada. Sabemos que la comunidad médica conseguirá dominar el virus y que, de una manera u otra, nos recompondr­emos como sociedad. Pero, en el

midtime (que no será corto), ¿no podríamos conspirar desde los medios para dar pequeñas dosis de optimismo? Ya sé que las buenas noticias no son nunca noticia, pero el desánimo es tan grande que quizá sería bueno cambiar el concepto y dar vuelo a aquellas noticias pequeñas que nos pueden inspirar. ¿Qué planteo? Tal vez, un complot a favor del optimismo, un pellizco de esperanza diaria que apacigüe el goteo persistent­e de malas noticias. Plantar el árbol de Luther King cada día, para que el ánimo no quede yermo.

Luther King: “Si el mundo se acabara mañana, yo todavía plantaría un árbol”

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