El tren a Mataró provocaba miedo
En 1948 se celebró el primer siglo de aquel viaje histórico: una reproducción del convoy, con viajeros vestidos de época, repitió todo aquel recorrido.
El camino de hierro que desde 1848 pasó a unir Barcelona y Mataró polarizó la curiosidad del personal y provocó toda suerte de reacciones que vale la pena evocar tal como en su momento contaron Antoni Dalmau o Ricard Suñé.
Fue el decimonoveno del mundo y el primero de la Península, que no de España, pues ya en 1837 había comenzado a circular uno entre La Habana y Bejucal. Pese a ello, en la estación barcelonesa fueron colocadas dos lápidas conmemorativas, una de las cuales exhibía el texto siguiente: “Primer ferro-carril inaugurado en España el 28 de octubre de 1848”.
De ahí que tan revolucionaria noticia estimulara a los agoreros. Verbigracia, hizo fortuna el ripio elocuente: Si tens d’agafar el tren / primer fes testament. No eran pocos los que fulminaban el ingenio como obra del diablo, y por lo tanto viajar en él era motivo de pecado. Las campesinas, más que sus hombres, se conjuraron a no montarse jamás en el “endemoniado tren”.
El escepticismo fundamentaba predicciones pesimistas debido al obstáculo formidable de la montaña, que se expresaba así: I que han de foradar! Si ni els gavatxs van poder prendrela mai! Cuando el convoy inaugural cruzó el túnel, los viajeros prorrumpieron en aclamaciones y aplausos. Y en los días siguientes, los vecinos acudían a presenciar el espectáculo prodigioso de la muntanya foradada, que por algo merecía ya la categoría de primer túnel español.
Los primeros clientes se sorprendían de que no rigieran ya ciertos usos y costumbres. Así, al percatarse de que emprendía la marcha a la hora convenida, un confiado protestó: “¡A qué tanto rigor! ¿A esos inconvenientes les llaman progreso?
Las diligencias aún aguardaban algunas veces…”
Y en cambio, un lance parecido fue el que indujo al dinámico Miquel Biada i Bunyol a emprender tamaña aventura; y es que al no esperarle el mayoral de la diligencia Mataró/barcelona, amenazó: Me la pagareu! Jo us arruinaré creant un carril! No pudo verlo cumplido, pues el animoso promotor murió unos meses antes de la inauguración. El cónsul Ferdinand de Lesseps siempre había proclamado su apoyo a aquella estimulante iniciativa.
Fue obra de británicos, ya profesionales en esta especialidad. Mantuvieron una animada peña semanal en el café Set Portes, denominada la dels anglesos del carril. Al feliz término de la obra, el ingeniero Green fue el único que resolvió quedarse a vivir en Barcelona.
Un diario de Madrid nos criticó el provincianismo de concederle tanta relevancia a la novedad, pese a “que nada tenía de particular, pues ferrocarriles los había en todas partes menos en España”. Mismamente.
Se creía que era obra del diablo y consideraban que aquellos viajeros cometían pecado