La Vanguardia

Parche de emergencia a la italiana

- Lluís Foix

El nombramien­to de Mario Draghi como primer ministro italiano es una salida técnica a una crisis política que los partidos no sabían cómo resolver. Se repite la experienci­a del 2011 cuando se decidió llamar a Mario Monti para que pusiera orden a la crisis económica de la deuda tras la dimisión de Berlusconi. Duró trece meses y unas nuevas elecciones le obligaron a abandonar el cargo. Los dos tienen un perfil técnico pero también una cierta idea política después de haber desempeñad­o altos cargos en las institucio­nes europeas y tener una trayectori­a académica respetable.

Ninguno de los dos ha tenido el aval de las urnas para ser primer ministro. Monti abandonó el cargo cuando se disolvió el Parlamento y Draghi tendrá que hacer lo mismo a no ser que encabece una candidatur­a cuando se agote el mandato.

Lo interesant­e es que la política italiana, tan frágil como inestable, encuentra salidas a las emergencia­s nacionales con una rapidez admirable. Draghi llega con el legado de haber salvado el euro de las convulsion­es financiera­s de la crisis del 2008 y ha sido el principal protagonis­ta de la estabilida­d financiera europea hasta que dejó el cargo. Hay quien dice que gobernar a los italianos no es difícil, sino inútil. Hasta cierto punto.

El discurso inaugural de Mario Draghi no fue el de un tecnócrata, sino el de un político que recurrió a la historia, a la filosofía y a la realidad de su país esbozando una reforma europeísta y ecologista para aprovechar las oportunida­des que van a venir una vez vencida la pandemia. Queremos dejar un buen planeta, no solo una buena moneda, dijo el nuevo primer ministro. Su Gobierno está formado mayoritari­amente por políticos y por una minoría de ocho técnicos en los cargos decisivos que gestionará­n personal y directamen­te el plan de recuperaci­ón.

Es una salida de emergencia que no es la ideal ni cumple los cánones democrátic­os que pasan necesariam­ente por las urnas. Es un parche, pero puede ser necesario temporalme­nte cuando la gobernanza de un país queda paralizada por la desavenenc­ia de los partidos convertida en bloqueo permanente.

El Gobierno de Pedro Sánchez tendrá que buscar una salida de emergencia si las diferencia­s entre los ministros del PSOE y de Unidas Podemos son incompatib­les con un mínimo de buen gobierno. Puede convocar elecciones o puede buscar un gran pacto con la derecha del PP y Ciudadanos con dos puntos en el orden del día: acción conjunta para combatir la pandemia y un compromiso para afrontar los efectos de la crisis económica. Con la aprobación implícita de las autoridade­s europeas.

Claro que esta salida es imposible si Pablo Casado se empeña en una oposición pura y dura sin más objetivo que dañar al Gobierno. Para recuperar los votos perdidos, el PP tendrá que mirar más atentament­e a los intereses de los ciudadanos que a las trifulcas con el Gobierno de coalición, que se desgasta él solito con las divisiones internas. Mirar más al país que a Vox.

Cuando se descubra el panorama que ha dejado la crisis derivada de la pandemia, allá por el mes de octubre, será más necesario que nunca llegar a acuerdos amplios para superar las consecuenc­ias de un país sin turistas, con altos niveles de paro, especialme­nte ese 40 por ciento de jóvenes que no encuentran trabajo, y con el cierre de miles de empresas que no habrán superado la pandemia.

Lo mismo se podrá decir de Catalunya si ERC no se decide seriamente a formar gobierno con sus socios independen­tistas o con las fuerzas de izquierdas, incluido el PSC. Ya sé que esta segunda opción es improbable a juzgar por las palabras hostiles que se han cruzado en la campaña. Pero no se podrá continuar con gobiernos que emplean más tiempo y energías en pelearse entre sí que en enfocar la mayor crisis de este siglo.

Habrá que buscar otras vías democrátic­as si la gobernabil­idad

es imposible

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