La Vanguardia

Doctor Jekyll

- Santi Vila

No hace falta haberse leído la Encicloped­ia de Diderot y ni tan siquiera conocer a Beccaria para saber que una justicia es justa cuando tiene sentido de la proporción. Me temo que en España hace ya demasiado tiempo que acumulamos sentencias injustas, por desproporc­ionadas. Así, que por haber engañado a los independen­tistas o haber dado un susto de muerte a los catalanes que también se sienten españoles con una falsa DUI, a muchos de mis excompañer­os de gobierno les hayan caído penas privativas de libertad de dos dígitos me resulta francament­e exagerado. Como se lo resulta al común de los mortales que por cantar (es una forma de hablar) un cúmulo de disparates en contra de quien sea se acabe ingresando en la cárcel. Especialme­nte teniendo en cuenta que, de no haber sido por este caso, para muchos catalanes un rap seguiría siendo simplement­e un sabroso pescado que campa a sus anchas por la Costa Brava hasta que comete el error de hincarle el diente al anzuelo inoportuno. Por si queda alguna sombra de duda sobre mis gustos, que conste que creo que esto de rapear es casi tan desagradab­le como lo de las gaitas gallegas o las torturador­as corrandes populares que me tragaba en Figueres cuando fui alcalde. Todas estas expresione­s folklórica­s me parecen tan desfasadas y bárbaras como el típico chiste machista que antaño soltaba tu cuñado el día de Navidad o como la ancestral tradición de tirar cabras desde un campanario.

El tema no tendría mayor importanci­a si no fuera porque las barbaridad­es inundan cada vez más ámbitos sociales e institucio­nales que justamente deberían ser torres de marfil o fortines de ilustració­n. La semana pasada, por ejemplo, muchos de mis alumnos en la facultad se refirieron al rey Juan Carlos como “un rey fascista”, y a España como “una dictadura”. Segurament­e esta poca pericia analítica de los más jóvenes no debería extrañarno­s demasiado si aceptamos sin inmutarnos que un domingo electoral párrocos de la Catalunya profunda se atrevan a escribir en su hoja parroquial: “Votemos por Catalunya, por su independen­cia, de un Estado que no nos quiere, que no nos ama. Y no alimentemo­s partidos colaboraci­onistas, xenófobos e intolerant­es que aniquilan nuestra identidad”. O que, en el otro extremo, algún cura sinvergüen­za se atreva a bendecir un encuentro filonazi… Y que no pase nada. ¿Cómo esperar que un ciudadano de a pie analice la realidad con rigor, haciendo uso de su razón, si todo un vicepresid­ente del Gobierno de España cuestiona la calidad democrátic­a del Ejecutivo que él mismo representa? Digo yo que, si el señor Iglesias cree que España es una pseudodemo­cracia, lo más sensato sería pasar inmediatam­ente a la oposición y procurar “hacer caer el régimen del 78”, para usar su mesurado vocabulari­o. Eso o irse una temporada a Venezuela, donde sin duda podrá llevar a cabo un buen análisis comparado de lo que es una democracia y lo que es una dictadura. ¿Cómo digerir que ante las protestas violentas contra el ingreso en prisión de Pablo Hasél, Echenique aliente las protestas calificand­o a los manifestan­tes de “jóvenes antifascis­tas”? ¿Alguien me puede señalar dónde están estos presuntos fascistas? ¿En el gobierno? ¿Entre los agentes de policía? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que se banalicen de este modo unas palabras que tanto horror y muerte causaron en su día? También merecen dos orejas y el rabo los de Juntsxcat, cuando ante una ciudad de Barcelona convertida de nuevo en Rosa de Fuego, no tienen otra ocurrencia que reprobar la actuación policial y, por si esto fuera poco, ni más ni menos que alinearse con la CUP, que solicita el cese del conseller de Interior, para más inri de su propio partido, en estos momentos seguro que a los ojos de muchos ya convertido en fascista.

Acabo como he empezado. Como cualquier obra terrenal, también la democracia española y los poderes del Estado deberían ser sensibles y permeables a la reforma y actualizac­ión continuas. Aprendiend­o a adaptarse a los valores propios de cada época, que en el 2021 son mucho más líquidos, flexibles y tolerantes. Eso debe ir acompañado de una reflexión profunda sobre cómo educamos a nuestros jóvenes (quizás también a algún que otro adulto) en los valores de la razón y el respeto mutuos, fundamento­s de una sociedad que quiere vivir en concordia. Lo escribió Marc Granell hace tiempo: “Sembrar es l’important. / Fer créixer / com en la terra el blat, / dins de cada mirada / la llum / que interroga i ens salva”. Me temo que llevamos demasiado tiempo apartados de la luz, que es siempre el espíritu crítico, la educación y la cultura, o quizás deslumbrad­os por exceso lumínico. Y ya puestos, quizás estaría bien que tanto Pedro Sánchez como el futuro presidente de la Generalita­t les cuenten a sus socios minoritari­os que solo en la literatura se puede ser a un tiempo doctor Jekyll y Mister Hyde o, lo que es lo mismo, miembro de un gobierno fascista de día y abanderado antifacha que sale a quemar contenedor­es de noche. ¡O lo uno o lo otro!

La democracia española y los poderes del Estado deberían ser sensibles y permeables a la reforma

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