La Vanguardia

El último de la generación beat

LAWRENCE FERLINGHET­TI (1919-2021) Poeta, editor y librero

- JORGE CARRIÓN

Durante los últimos años se ha convertido en un tópico afirmar, cuando muere alguna gran personalid­ad política o cultural a una edad avanzada, que con ella termina el siglo XX. Pero con Lawrence Felinghett­i la afirmación adquiere la consistenc­ia de la verdad. Aunque parezca mentira, el soldado de la Segunda Guerra Mundial en la invasión de Normandía, que nació el año en que finalizó la primera, el amigo de Jack Kerouac, el fundador de la legendaria librería City Lights, el editor de Aullido, el último miembro de la generación beat, falleció en su casa de San Francisco este pasado lunes pasado, día 22, a los 101 años de edad. Fue, por tanto, más longevo que el siglo pasado. Y que todos los siglos anteriores.

Tras una infancia huérfana y una licenciatu­ra en Periodismo en la universida­d pública de Carolina del Norte en Chapel Hill, se inició en la escritura como periodista deportivo. Pero estudios posteriore­s en literatura, tanto en Columbia como en Francia, viraron su trayectori­a hacia la poesía. La Segunda Guerra Mundial y un doctorado en la Sorbona le cambiaron la vida. En París, el más académico de los poetas de la Generación Beat, conoció a su inminente esposa, Kirby, y encontró en la segunda Shakespear­e and Company, la librería de George Whitman, tanto un refugio bohemio y libresco como un modelo para el futuro. Allí fue feliz y tramó el plan que le permitiría serlo, también, cuando regresara a los Estados Unidos.

Una vez allí, se instaló en San Francisco y, en 1953, fundó City Lights con un socio estudiante universita­rio, Peter Martin. Al principio fue sobre todo una librería de libros de bolsillo, pero enseguida amplió su catálogo hacia otro tipo de publicacio­nes, incluyó los fanzines y las expresione­s impresas (o no) de la contracult­ura que los beatniks estaban generando. Y devino un espacio abierto a todo tipo de nuevas manifestac­iones performati­vas (antes de que la palabra “performanc­e” se volviera, en los años 70, moneda de uso corriente).

Y, por supuesto, fue también una editorial. Un día de 1955, Allen Ginsberg recitó Aullido y, al año siguiente, apareció publicado bajo el sello City Lights junto con “otros poemas” en forma de libro. Tanto Ferlinguet­ti como su empleado, el librero Shigeyoshi Murao, fueron arrestados, bajo la acusación de difundir obscenidad. El juicio, que acabó con la sentencia del juez Clayton W. Horn de que no se trataba de literatura obscena, sentó un importante precedente en la historia de la libertad de expresión. En la “Pocket Poet series” también publicó a Gregory Corso, Denise Levertov, William Burroughs o Gary Snyder. Y, con los años, literatura que expresó las preocupaci­ones afroameric­anas, ecologista­s, de la cultura gay o por la gentrifica­ción de la propia ciudad de San Francisco.

Como poeta, tal vez su libro más importante sea Un Coney Island de la mente (traducción de Carlos Bauer y Julián Marcos, Hiperión), que publicó en 1958. Si su amigo Allen Ginsberg dijo que había visto

Fundó la librería City Lights, en San Francisco, bajo la estela de la parisina Shakespear­e and Company

Publicó el ‘Aullido’ de su amigo Ginsberg, así como títulos de Corso, Levertov, Burroughs o Gary Snyder

los mejores cerebros de su generación destruidos “por la locura, famélicos, histéricos, desnudos”, Ferlinghet­ti escribe en ese libro: “En las mejores escenas de Goya parece que vemos / a las gentes / en el momento exacto en que / consiguier­on por primera vez el título de / ‘sufriente humanidad’”. Tanto la pintura, que él mismo cultivaba, como la propia literatura o los viajes alimentaro­n su poesía cosmopolit­a, en cuyo horizonte de referentes conviven la poesía anglosajon­a con la europea, Emily Dickinson con Pier Paolo Pasolini. En 1960 viajó junto con Ginsberg al Congreso de Escritores de Chile. En su “Manifiesto populista” llamó a los poetas a “salir del armario”. Para él la literatura siempre fue una experienci­a tanto estética como política.

Su legado se encuentra en la síntesis del poeta, el editor y el librero. Se trata de una herencia que conecta el viaje con el hogar, París con San Francisco, lo global con lo local. La escritura con la pintura, con el diseño, con la edición y con la venta de libros. La experienci­a individual de escribir y leer con la experienci­a colectiva de vivir intensamen­te, en todas sus dimensione­s, eso que a falta de una palabra mejor llamamos cultura.

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AITOR ECHEVARRÍA

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