La Vanguardia

“Mis personajes son asquerosos, pero no solo eso”

Fernanda Melchor, autora de “Páradais”

- NÚRIA ESCUR

Un día decidió darle una oportunida­d a lo sórdido (“no solo lo bueno vale la pena”) y empezó a regalarnos libros que te dejan noqueado como Temporada de huracanes, inspirado en un caso real. Fernanda Melchor (Boca del Río, 1982) vuelve a darnos directo a las entrañas con Páradais (Literatura Random House), historia de seres desnortado­s con acciones salvajes como las que genera la obsesión de un hombre por poseer, como sea, al precio que sea, a su vecina, una mujer casada. Nos atiende desde su casa de Puebla, en México.

Usted iba para detective.

Siempre me interesó la mente humana, los asesinos en serie, sus obsesiones, cómo llegan hasta ese extremo… Crecí viendo El silencio de los corderos y me hubiera gustado ser médico forense. La literatura se parece, entra pero sin espátulas.

Escribe con las entrañas y bucea en lo sórdido. ¿Por qué otros autores tienen la obsesión de buscar sólo lo bueno?

Porque creen que lo que nos identifica como humanos es eso de lo que estamos orgullosos, el amor, la ternura, la filantropí­a. Pero también forma parte de nuestras vidas la envidia, la crueldad y la venganza..

Ha mantenido, en su pureza, un conjunto de palabras mexicanas. ¿Hasta dónde es necesario preservar la propia lengua?

A mí me encanta esa variante de Veracruz, jacarandos­a, pícara. Allí somos muy mal hablados, especialme­nte las mujeres, pero lo hacemos con mucha gracias. Como el andaluz. Me atrae el hablar popular, siempre ando poniendo la oreja y apuntando en la libreta expresione­s del pueblo. Hay poesía ahí.

¿Cuál diría que ha sido el episodio más cruento, más salvaje, de su propia vida?

Me crié en una familia disfuncion­al. Fui víctima de violencia psicológic­a por parte de madre y padre, pero también hubo golpes… Pero luego uno se arma, y sigue. Ahora quiero mucho a mis padres pero esa violencia natural tiende a reproducir­se, luchas...

¿Usted la aplicó?

Durante seis años tuve conmigo a una hijastra y le vi la faz al fantasma de mi infancia. Aparecía ese instinto compulsivo, que había que frenar, de repetir la violencia cuando te frustrabas.

Alguno de sus personajes es, física y éticamente, repugnante. Y, sin embargo, logra que podamos entenderle… ¿Cómo se consigue eso?

Requiere cuidado en el trato y asumir tus contradicc­iones. Mis personajes son bastante asquerosos, pero no son sólo eso. Nos sentimos más cerca de Polo porque es un adolescent­e sin filtro; lo de Franco es más grotesco. Lo suyo es patológico.

Soltarlo todo a bocajarro. ¿Eso es innato o se aprende?

Quería dimensiona­r la violencia, incluso las fantasías de violación, terribles pero solapadas, soterradas. Como cuando Hannah Arendt habla del necesario coadyuvant­e gris que firma penas de muerte.

Hay una escena brutal, larguísima, descrita sin un solo punto. Apenas un verbo al inicio y luego, una lluvia de imágenes.

Es “el flujo de conciencia”, como Faulkner. Quería una escena muy gráfica, llena de pasión, deseo y espanto de la mujer. Pensé en ella, en el crimen, durante meses. Pero no me atrevía a escribirla, como Truman Capote con A sangre fría.

Ahora que está en su frontera, ¿existe la crisis de los cuarenta?

Yo tengo crisis con retraso, la de los 30 la tuve a los 28. Ahora estoy contenta, estoy en el lugar que toca.

¿La violencia contra la mujer sigue siendo común en México?

A los once años yo salía la calle y los hombres me lanzaban improperio­s y procacidad­es. Eso te genera miedo a cierta sexualidad, disgusto con tu cuerpo, te culpas. Sufres sin poder hacer nada. Hoy, en México, ocurre lo mismo salvo que la gente joven empieza a reaccionar.

¿Su generación se reencontró?

Soy de los de 1982. Siento que nací al principio del final de la Guerra Fría. Había crisis pero con esperanza. Crecimos en lugares rotos, con padres separados, conocemos el desencanto. Nuestra familia es la red, los amigos. Nos reconocemo­s de lejos, en cualquier lugar del mundo.

Muchas mujeres le siguen.

Sí, me gusta. Yo conocí pocas escritoras, de joven. Con intensidad, modelo a seguir, se te aparecía solo Elena Poniatowsk­a y ya era una señora mayor. Nuestro referente era siempre el mismo: señor mayor, de raza blanca, con coderas en el jersey y chaqueta de pana.

¿Esos cuadros que hay detrás ?

El jardín de las Delicias. El purgatorio me inspiró para escribir Páradais. Un día llamé a Luis Jorge, mi esposo, y le dije: nos vamos a Madrid. Y en el museo las compré.

LA LENGUA DE VERACRUZ

“Me encanta la variante jacarandos­a, pícara; somos malhablado­s pero con mucha gracia”

LA HERENCIA

“Recibí violencia por parte de madre y padre; luego luchas por no reproducir­la...”

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EVA CUENCA Melchor vuelve con una historia de seres desnortado­s

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