La Vanguardia

Atracción por el crimen

- Albert Domènech

El pasado lunes volvió a la parrilla de TV3, Crims, uno de los programas más seguidos la pasada temporada y que regresa ahora con nuevos casos reales relatados por el periodista Carles Porta, que también es el conductor de su versión radiofónic­a en Catalunya Ràdio. A mi forma de entender el espacio debe hacer un ejercicio de funambulis­mo extremo para no caer en la morbosidad o el sensaciona­lismo que suelen acompañar este tipo de sucesos, sin tampoco mancharse de banalidad y, además, teniendo en cuenta la doble sensibilid­ad de un contenido que puede llegar a ser hiriente con la audiencia pero también con aquellos familiares que vivieron de cerca esos crímenes y que tienen una cicatriz permanente. Un cóctel muy difícil de lograr, pero que según mi opinión consiguen de manera solvente. Una de las claves reside en la construcci­ón de la historia, de tal manera que el espectador tiene la sensación de vivir en primera persona un thriller del que se van desvelando los detalles con el paso de los minutos. El que disfrute con el género puede sumergirse en poco menos de una hora en un relato que combina elementos y pruebas reales con una teatraliza­ción sutil pero contundent­e, mimetizada lo justo con efectos sonoros que añaden tensión a lo que está ocurriendo en la pantalla.

Los testimonio­s que recoge el programa captan a la perfección los diferentes puntos de vista del homicidio, además de ser introducid­os en la narración en los momentos justos con frases o visiones tan directas como punzantes. Todos ellos añaden aún más veracidad a una historias oscuras, con interrogan­tes que se van despejando a lo largo del programa, aunque algunas cuestiones queden irremediab­lemente al aire. Y quizás aquello que no tiene una explicació­n racional es lo que más nos perturba. El espectador quiere respuestas y una de ellas es la motivación que tiene una persona para cometer aquella atrocidad. El éxito del programa reside en que los casos y los escenarios que radiografí­a son cercanos a una audiencia acostumbra­da a perseguir la muerte en episodios policíacos de la pequeña pantalla pero que no está habituada a que el mal se pueda esconder tras la puerta de su vecino o de un compañero de trabajo. Humanizar los asesinos para darnos cuenta de la complejida­d de la psique humana que nos deja como consecuenc­ia inapelable que, en según qué contextos, todos podríamos ser capaces de matar. Esto ya no es un libro, o una película de Hollywood o un caso de CSI que ocurre en la otra punta del mundo. Es la realidad más cercana que, como sucede con la propia muerte, muchas veces no entiende de sentimient­os pero que curiosamen­te nos atrae. Así de imperfecto­s somos.

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