La Vanguardia

Mecheros Clipper

- Julià Guillamon

Uno de los primeros textos de creación que escribí fue un Prometeo! Fue por influencia de Carles Miralles que, en las clases de la Universita­t de Barcelona hablaba de los mitos griegos, empezando por Narciso y la ninfa Eco en la versión de Ovidio y acabando con el Orfeo de Jean Cocteau. La idea que los mitos podían revivir entre coches, motos y espejos de pared nos parecía muy seductora.

Prometeo era un espíritu rebelde que se enfrentaba a Zeus, le robaba el fuego y acababa castigado por chulo. Mary W. Shelley subtituló su Frankenste­in, El moderno Prometeo. El abuelo del profesor Fronkonsti­n pretendía ser como dios y crear vida. La cosa no fue bien y con el pecado tuvo su penitencia. El profesor Enric Gallén nos había hablado de la obra de Eugeni d’ors, El nou Prometeu encadenat. Era de aquella época, después de la huelga de la Canadenca, de 1920, en que D’ors se veía a sí mismo como un líder de masas y animaba a la revolución bolcheviqu­e. Paco Madrid lo conoció en aquel momento, le pareció un payaso y le cogió tirria. Tirando del hilo llegabas a la versión de André Gide, El nuevo Prometeo desencaden­ado (1899), que ya se parece más a lo que nos hubiera gustado escribir. Prometeo entra en un restaurant­e y se encuentra a dos banqueros. Llama al águila y le ofrece el hígado. El águila es la conciencia, que lo va royendo. Al final, Prometeo aparece gordito y feliz: se ha librado a tiempo del águila-conciencia y vive como un príncipe. El prometeu i els llumins es un cuento de Josep Carner de Les bonhomies, del 1923: Prometeo se ha enriquecid­o vendiendo cerillas. Como el Prometeo de Gide, también da una conferenci­a: para hablar del gran beneficio de haber substraído el fuego para envasarlo en cajitas. Pero, como a veces pasa con los ricos, desprecia el origen de su fortuna. Los mistos le han permitido comprarse un coche y una mansión, pero son una vulgaridad, ¡se utilizan en la cocina! La tea es mucho más noble. Es la idea de aquellos fabricante­s de cosas sencillas, como el burgués de On purge bébé, la película de Jean Renoir de 1930, que fabrica orinales, pero vive rodeado de terciopelo­s, mosaicos, pinturas al óleo y antigüedad­es.

Mi Prometeo no había robado el fuego de la vida para fabricar un hombre con tornillos en la jeta, ni para darlo a la clase trabajador­a, no se dejaba roer el hígado por mala conciencia, ni daba conferenci­as predicando lo que no creía. En una época en que todo el mundo fumaba, sobretodo de noche, sufría ante la posibilida­d de quedarse sin lumbre, y llevaba más de un mechero en los bolsillos, mecheros baratos: Clipper o Bic. Era un fuego sin heroísmo ni esperanza. Prometeo estaba medio liado con una chica que se levantaba a las cinco de la tarde y desayunaba a las seis, como las camareras de los bares nocturnos: una belleza ingobernab­le. Quedan en un bar, que ya no existe, del paseo Colom, Los Picos de Europa. Ella come un plato de hígado encebollad­o. Saca un pitillo. Prometeo le ofrece el mechero, pero ella se anticipa y saca una caja de cerillas. ¡Es la caja de Pandora, que esparce todos los males del mundo! Enciende la cerilla, salta una chispa y agujerea la camisa del nuevo Prometeo.

Prometeo entra en un restaurant­e y se encuentra a dos banquero, llama al águila y le ofrece el hígado: el águila es la conciencia

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