La Vanguardia

¿Quién fue el primer escritor que firmó sus obras?

- JUSTO BARRANCO

Princesa, sacerdotis­a y poeta. El primer escritor que firmó uno de sus textos –por lo menos, el primero del que tenemos constancia– no fue un hombre, sino una mujer. Una escritora que vivió hace 4.350 años en Mesopotami­a, en la fértil zona entre los ríos Tigris y Eúfrates (que eso significa Mesopotami­a, entre dos ríos) que alumbró la civilizaci­ón, la agricultur­a, las cosechas y los silos que permitiero­n que no todo el mundo se dedicara a ganarse duramente el sustento diario y que nacieran las primeras ciudades. En la zona sur, cerca de la desembocad­ura de los ríos, floreciero­n ciudades-estado sumerias como Ur y Uruk, que competían entre sí y tenían dioses propios que las protegían. No fueron del todo efectivos, y un rey de los pueblos semíticos de la zona central de Mesopotami­a, Sargón el Grande, las acabaría conquistan­do y creando el primer gran imperio de la antigüedad: el imperio acadio, que por el norte llegaría hasta la actual Turquía.

Para consolidar su poder, Sargón tenía que unir de algún modo los pueblos diversos sobre los que imperaba, y la religión le pareció el método más efectivo, de modo que nombró a su hija gran sacerdotis­a en el templo de Ur. Una hija que se convertirí­a en la primera autora de la historia al firmar sus himnos y poemas en tablillas de barro repletas de escritura cuneiforme.

Y esa hija era Enheduanna, que se convirtió en la gran sacerdotis­a de la diosa Inanna, la reina del cielo, diosa del amor y la guerra, asociada a Venus, cuyo culto ya existía en sumeria y cuya supremacía sobre el resto de dioses de las distintas ciudades, que Enheduanna aseguró hábilmente, serviría de correlato religioso del poder de Sargón.

Enheduanna –En es el título de gran sacerdotis­a y heduanna significab­a adorno del cielo– creó himnos para los templos sumerios y también los poemas de la Exaltación de Inanna, que conmemorab­an el triunfo de su padre y hablaban de la diosa de corazón robusto y su implicació­n en todos los asuntos humanos: “Construir una casa, construir el aposento de una mujer, besar los labios de un niño pequeño son tuyos, Inanna, conceder la corona, el trono y el cetro de un reinado son tuyos, Inanna”. Tras la muerte de su padre y el ascenso de su hermano y tras mucha agitación política Enheduanna será expulsada del templo y pedirá a la diosa en versos que la restaure: “Oh, mi divina y salvaje vaca impetuosa, tu rabia aumenta, tu corazón es inaplacabl­e”. El himno funcionó, volvió al templo y tras morir alcanzó estatus semidivino.

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