La Vanguardia

Y el braceo, braceo es

“Cómo ha cambiado el cuento”, dicen Jessica Vall y Miquel Torres, dos referentes de la disciplina en nuestro país

- SERGIO HEREDIA

El agua es tu amiga, no debes luchar contra el agua Alexander Popov

–Así era entonces –dice Miquel Torres (75).

Y nos cuenta cómo era aquella natación en Catalunya, la de los años 60, la que le había visto disputar tres Juegos Olímpicos (Roma’60, Tokio’64 y México’68):

–Los padres nos lo pagaban todo: el tren, el tranvía o el funicular para ir a competir. Nadábamos a las 23 h e incluso a las dos de la madrugada, después de pasar el día trabajando. Y volvíamos a casa en el tren con la gente de la noche.

Jessica Vall (32), nadadora esencial en la actualidad, selecciona­da para los Juegos de Tokio 2020 (se disputarán en 2021), le mira con los ojos como platos. Y dice:

–Cómo ha cambiado el cuento, ¿eh? Me siento una privilegia­da. No tengo un sueldo estratosfé­rico, ni mucho menos. A veces he necesitado trabajar porque no llegaba. Pero a día de hoy puedo dedicarme profesiona­lmente.

–¿Y de dónde sale ese dinero? –se le pregunta.

–De la beca olímpica, de mi club, el Sant Andreu...

–En mi época no había nada de eso. En 1962, tras mi plata europea, me pagaban 1.000 pesetas anuales (6 euros). No había espónsors. A veces iba a la televisión y cobraba algo y me podía comprar ropa –dice Torres.

Y se hace un silencio.

(...)

La Federació Catalana de Natació cumple hoy cien años.

La Vanguardia ha reunido a dos referentes de la disciplina, un hombre y una mujer, una figura de profundida­d histórica y una personalid­ad del presente. Ambos se han sentado juntos, el uno ante el otro, y han conversado entre sí, con el cronista por testigo.

–Entonces, ¿qué había en tu época? –pregunta Jessica Vall.

–Un entrenador que lo hacía todo: era fisio y hasta psicólogo. Y muy pocas piscinas. Recuerdo una concentrac­ión en 1962 en un estanque en Rellinars. A veces usábamos la piscina vieja de Montjuïc. Y había otra en Terrassa. Para Tokio’64 ya utilizábam­os una piscina de 50 metros en Vallirana...

–Ahora hay magníficas instalacio­nes –dice Vall–. Muchos clubs tienen piscinas de 50 m. Y está el CAR de Sant Cugat... Otra cosa es el uso que se le pueda dar. Tener una instalació­n de alto rendimient­o sustentada por los socios tiene sus problemas. Entiendo que les molestemos cuando pasamos levantando olas con los patos, pero también deseo que se sientan inspirados por lo que hacemos.

–¿Y cree que se sienten inspirados? –se le pregunta.

–Muchos me felicitan por los resultados.

–Antes, los clubs tenían socios que querían ser deportista­s de élite –dice Torres–. Ahora, son más usuarios que socios, y al usuario le molesta la élite. Lo que quieren son mejores vestuarios e instalacio­nes. Por ese motivo, muchos usuarios acaban marchándos­e a los clubs privados. Quieren la piscina para ellos, no para los competidor­es. Debe pasarse a una nueva estructura, porque están como en los años 50.

–¿Cómo se hace? –pregunta Vall.

–Explotando la piscina Sant Jordi, o la Picornell. Que la élite pueda concentrar­se en esas instalacio­nes municipale­s. Y que se establezca una pirámide: unas horas para iniciación, otras para competició­n y otras para élite.

–¿Usted se siente respaldada hoy? –se le pregunta a Vall.

–Moralmente, sin duda. He tenido la covid y los selecciona­dores y los técnicos han estado encima. Pero me cuesta entender algunas cosas. Por ejemplo, la burocracia de pedir permisos para irme a entrenar en el CAR. Tengo la condición A-1, el nivel más alto de ayudas, y sin embargo eso no me soluciona nada. Puedes pasar seis años en el CAR, pero cuando llegas a una edad determinad­a, o eres campeón de España o te vas fuera. Te hacen sentir que ya no vales. Si queremos elevar el nivel, hay que cambiar la perspectiv­a.

–Antes, las cosas se complicaba­n incluso antes –dice Torres–. Con catorce o quince años ya empezabas a tener una edad. Trabajabas y estudias y tus padres te decían: ‘Niño, esto de la natación no da’. A los veinte años tenías otros dos trabajos y te retirabas.

–Pero usted era popular, ¿no? –se le comenta.

–Estaban Kubala, Santana, Bahamontes y Torres. Salía en los periódicos, en Mundo Deportivo, y también en Radio Nacional y en la SER. Fui a un programa patrocinad­o por Galerías Preciados con El Cordobés. Y a Esta es su vida, con Joaquín Soler Serrano.

–A mí es difícil que me reconozcan –dice Vall, con su bronce mundial en 200 m braza (2015) y sus tres podios europeos–. En el barrio sí que ocurre. Vivo en la casa que fue de mi abuelo. Él había sido mi primer forofo. Un año después de su muerte fui al Mundial y logré la medalla. Me entristece pensar que no pudo vivirlo conmigo. Los niños me siguen en Instagram, pero eso de competir con gorro y gafas no ayuda.

JESSICA VALL “Me siento una privilegia­da; he tenido que trabajar para seguir nadando, pero hoy vivo como una profesiona­l”

“Es difícil que me reconozcan; los críos me siguen en Instagram, aunque el competir con gorro y gafas no ayuda”

MIQUEL TORRES “Los padres nos pagaban la cuota del club, el tren o el tranvía; competíamo­s de noche, después de trabajar”

“En mi época estaban Kubala, Santana, Bahamontes y Torres. Salía a menudo en los diarios, la radio, la tele...”

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ÀLEX GARCIA Jessica Vall y Miquel Torres, a principios de febrero, en la redacción de La Vanguardia

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