La Vanguardia

Diplomátic­os rusos huyen de Corea del Norte en una vagoneta manual

La frontera norcoreana permanece cerrada para evitar la expansión de la covid

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Primero fueron 32 horas en tren desde Pyongyang en dirección norte por la destartala­da línea de ferrocarri­les norcoreana. Luego dos horas de autobús hasta alcanzar la frontera. Y ya en el tramo final, cargados de equipaje y con sus hijos, les tocó accionar una vagoneta manual durante un kilómetro para cruzar la divisoria. Así acabó el poco ortodoxo periplo de un grupo de diplomátic­os rusos y de sus familiares para abandonar esta semana Corea del Norte, un país que hace un año impuso un estricto cierre de las fronteras para evitar la propagació­n del coronaviru­s.

En un vídeo publicado en las redes sociales, se ve a varios miembros del grupo sonriendo y gritando hacia la cámara mientras empujan la dresina para cruzar un puente sobre el río Tumen, que separa Corea del Norte de Rusia. El grupo incluye al tercer secretario de la embajada y motor del carruaje, Vladislav Sorokin,

y a su hija de tres años. Todos ellos aparecen con mucha ropa de abrigo y con un fondo invernal en el que destacan las colinas cubiertas por la nieve. Tras ser recibidos por funcionari­os del Ministerio de Exteriores ruso, fueron trasladado­s al aeropuerto de Vladivosto­k para así poder continuar viaje.

Desde que se desató la crisis del coronaviru­s en la vecina China hace ya más de un año, Corea del Norte decretó un estricto cierre fronterizo –con orden de tirar a matar al que lo desafiara– y bloqueó la mayor parte del transporte de pasajeros para limitar la propagació­n del virus. El país, que tiene un endeble sistema sanitario, asegura que no ha registrado ni un solo caso de la covid, una afirmación que muchos cuestionan. Sin embargo, las imágenes de grandes eventos celebrados en Pyongyang en los que los asistentes, incluido el dictador Kim Jong Un, no llevan mascarilla, hacen pensar que su propagació­n está controlada al menos en la capital.

La escasez de alternativ­as fue lo que propició a los Sorokin a aventurars­e. “Dado que las fronteras han estado cerradas más de un año y el tráfico de pasajeros se ha detenido, fue necesario un viaje largo y difícil para llegar a casa”, explicó en su página de Facebook el Ministerio de Exteriores ruso.

La salida de la familia Sorokin y otros legatarios rusos adelgaza la ya de por sí exigua comunidad de extranjero­s en Corea del Norte, que son fuente importante de informació­n sobre la opaca nación comunista. No en vano, empujados por la pandemia y las restriccio­nes impuestas, numerosos diplomátic­os extranjero­s han abandonado el país en el último año, mientras que algunas embajadas han cerrado sus puertas. Uno de los pocos que todavía permanecen, el embajador ruso Alexander Matsegora, contó durante una reciente entrevista con la agencia Interfax que la vida en Pyongyang es complicada –“¿Pero dónde ha sido fácil para alguien estos días?, apostilló–, con escasez de productos y gente sin trabajo.

“Durante estos meses de aislamient­o, las existencia­s en los estantes se han reducido al mínimo. Es un reto comprar incluso productos tan básicos como pasta, harina, aceite vegetal y azúcar, y no hay ropa ni calzado decentes ( .... ) Por supuesto, no pasamos hambre, no nos quejamos y nos adaptamos”, señaló.

En sus últimas intervenci­ones, el propio Kim ha reconocido las dificultad­es que atraviesa el país. Entre sus causas, están los daños causados por las lluvias torrencial­es y el cierre fronterizo, que ha dejado en mínimos históricos sus intercambi­os con China, su mayor socio comercial y sostén económico.

El embajador ruso, uno de los pocos que quedan en Pyongyang, habla de escasez de productos básicos

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HANDOUT / REUTERS La familia Sorokin, en la dresina en la que cubrieron el último tramo de un kilómetro, a su llegada a la frontera rusa

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