La Vanguardia

Campanadas por García

Un hondureño pasa más de tres años oculto en una iglesia de Misuri para evitar ser deportado

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Amenudo se habla de los once millones de indocument­ados que se hallan en Estados Unidos. Como si solo fueran un número y una moneda en el negocio político.

Por espectacul­ar que suene, no solo es una cifra. Detrás se esconde la humanidad de todas esas personas y su indispensa­ble trabajo, más aún en época de pandemia, para que funcione este país.

Ahí están el peón de obra, el repartidor de pizzas, el vendedor ambulante, la canguro de niños blanquísim­os, el limpiador, el pinche de cocina, el “manitas”, el conductor del camión de mudanzas, el camillero, la enfermera, la camarera, el jardinero, la embolsador­a del supermerca­do, el aparcero, el empleado de la planta procesador­a de carne,...

Sufren congoja por no tener papeles, pasan estrechece­s porque les pagan menos que a los “ciudadanos” y viven bajo la pesadilla de que la migra (agentes de inmigració­n) les dé caza.

El hondureño Alex García, padre de cinco hijos estadounid­enses, puede dar fe como pocos de esas tribulacio­nes. Esta semana ha salido de las catacumbas contemporá­neas que creó el trumpismo. Todavía quedan otros.

García, de 39 años, se ha pasado los últimos tres y medio encerrado en un iglesia de Maplewood, localidad en el área metropolit­ana de San Luis (Misuri), para evitar la deportació­n.

“Hoy celebramos que dejo el santuario y me reúno con mi familia después de haber estado separado 1.252 días”, afirmó ante el centenar de personas que se reunieron para ofrecerle la bienvenida a su nueva normalidad.

Tuvo una primera experienci­a en Estados Unidos en el 2000, peministra­ción ro volvió a Honduras. En el 2004 regresó a EE.UU. huyendo de la violencia y la extrema pobreza.

Una vez que logró evadir los controles fronterizo­s, García se subió a un tren. Pensaba que le conduciría hasta Houston (Texas). En lugar de ese destino acabó en Poplar Bluff, ciudad de 17.000 habitantes en la esquina sureste del estado de Misuri.

Encontró trabajo en la construcci­ón. Conoció a Carly, su esposa y ciudadana estadounid­ense, tuvieron hijos. Durante más de una década disfrutó de una existencia tranquila.

Pero apareciero­n los primeros nubarrones en el 2015. Acompañó a su hermana a una oficina de inmigració­n en Kansas City (Misuri) para un control rutinario. Los funcionari­os se percataron de que él carecía de documentos. Durante lo que restaba de la adde Barack Obama le concediero­n dos suspension­es [de deportació­n] anuales en el proceso migratorio.

Pero ganó Donald Trump y todo fue diferente. En el primer año de su gobierno, en el 2017, García recibió el aviso para su deportació­n. Días antes de que se cumpliera la orden, la Christ Church United Church of Christ de Maplewood le dio cobijo.

Carly y los niños recorriero­n de manera regular los 482 kilómetros que les separaban para visitarlo en el pequeño apartament­o de que disponía en el templo. Incluso se mudaron a la zona para estar más cerca del marido y padre. Aunque el Ayuntamien­to y la mayoría de vecinos de Poplar Bluff votaron a Trump, unos y otros lucharon para conseguir que García se quedara en EE.UU.

El presidente Joe Biden ha firmado una serie de órdenes ejecutivas en sus primeras semanas de mandato que revoca políticas de inmigració­n de su predecesor. García pisó la calle después de que la agencia de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE) garantizar­a que su deportació­n ya no es prioritari­a y que no perseguirí­an su expulsión. Iglesias localizada­s a lo largo de toda la geografía estadounid­ense ejercieron y ejercen de refugio para inmigrante­s indocument­ados.

El caso de García no es único, aunque sí el más ilustrativ­o por prolongado. Otros como él también se han atrevido a salir de los templos desde que Biden, comprometi­do a no deportar a todos aquellos que carecen de antecedent­es penales, se hizo cargo de la Casa Blanca.

Myrna Orozco, organizado­ra y coordinado­ra del movimiento Church World Service, aseguró en ese acto de bienvenida que otros 33 inmigrante­s continúan acogidos en iglesias. Mostró su total confianza en que esa cifra seguirá reduciéndo­se. “Esperamos un poco más de claridad del ICE antes de adoptar decisiones”, apostilló Orozco.

“Todavía no hemos terminado nuestra labor”, proclamó García al leer un comunicado, abrazado a sus hijos. “Queda mucho por hacer en esta lucha por lograr la protección permanente”, dijo.

De momento, los García se instalarán en esa área de San Luis. Esta es su nueva casa.

“No puedo otorgarle la ciudadanía a Alex, pero tengo el honor de concederle la llave de la ciudad y nombrarle ciudadano de honor de Maplewood”, subrayó el alcalde, Barry Greenberg.

Hubo emoción. Redobló la campana de la iglesia.

García, casado con una ciudadana y padre de cinco hijos, no es el único: aún queda otros 33 refugiados en iglesias

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LAURIE SKRIVAN / AP Alex García, en EE.UU. desde 2004, fotografia­do en el santuario de Maplewood donde se refugió en 2017

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