La Vanguardia

El pacto que no veremos

- Jordi Juan

La cultura del pacto de gobierno entre adversario­s políticos es algo bastante inusual salvo que no haya ninguna otra alternativ­a posible. La gran coalición de CDU y SPD que gobierna Alemania es el mejor ejemplo de esta excepción que es bastante inédita en nuestra democracia. El pacto solo se busca cuando la aritmética parlamenta­ria no suma lo suficiente. Un buen ejemplo de ello lo tenemos con el Partido Popular, que el próximo miércoles celebra los 25 años de su primer triunfo electoral. Aquel PP de José María Aznar tuvo que pactar forzosamen­te con los nacionalis­tas para poder gobernar ya que sus 153 diputado s estaban muy lejos de la mayoría absoluta. Todo el mundo sea cuerda delos pacto sconCIUene­lhot el Majestic, pero tan importante­s como aquellos fueron los que se firmaron con el PNV en la misma sede del PP. Allí en la calle Génova, de donde quiere huir ahora el nuevo PP de Pablo Casado, se cerró el acuerdo con la presencia de Xabier Arzalluz e Iñaki Anasagasti, una foto que hoy se antoja difícil de repetir. Aquel PP que gobernó en minoría y, por tanto, con la cultura del pacto grabada en la frente, lograría en el 2000 el éxito de ganar con mayoría absoluta. Y lo que son las cosas, a partir de aquí, ya no hubo más consensos y el PP gobernó con la ley del rodillo que daban sus 183 diputados. El resultado sería que en el 2004 el PSOE recuperarí­a el poder.

Toda esta reflexión viene a cuento ante el debate que hoy tienen los partidos independen­tistas catalanes para decidir su próximo gobierno. Lo más fácil es intentar de nuevo un acuerdo entre ellos que les asegure la mayoría. lo más difíciles no hacer un acuerdo entre iguales y tratar de buscar un pacto con el adversario, en este caso con el PSC. En una situación de crisis profunda por tres vectores: el sanitario, el económico y el político, un pacto entre las tres fuerzas ganadoras de las elecciones sería la mejor prueba de sensatez para abordar la nueva etapa. A ver, PSC, ERC y Junts, comparten gobiernos en algunos ayuntamien­tos e institucio­nes como la Diputación de Barcelona. Pero está claro que ninguno de los tres ha mostrado el más mínimo interés en hacerlo en la Generalita­t. Están cada uno en su respectiva trinchera y no se moverán de aquí.

Mientras tanto, rebelión en las calles.

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