La Vanguardia

Razones para empezar una guerra

Si hay un lugar en el mundo en el que es posible un conflicto entre grandes potencias, ese es el estrecho de Taiwán.

- Ramon Aymerich

Si hay un lugar en el mundo en el que puede declararse la tercera guerra mundial, ese es el estrecho de Taiwán, en las aguas que separan la isla en la que se refugiaron en 1949 los nacionalis­tas del Kuomintang, liderados por Chang Kai Chek, y el continente, donde el Partido Comunista gobierna desde hace más de setenta años. Es una hipótesis que manejan tanto los analistas (Gideon Rachman) como la industria del entretenim­iento: en una de las series más populares de HBO, en la que se describe un mundo futuro enloquecid­o, el conflicto que lo desencaden­a todo empieza con unos misiles lanzados justamente en esa zona...

Que la guerra sea posible depende del papel que Xi Jinping, se ha reservado para sí mismo en el panteón de la historia. Al presidente chino le tienta entrar en un conflicto con el que haría méritos para yacer eternament­e junto a Mao Zedong. ¡Recuperar Taiwán! Los militares que le rodean sueñan ya con ello. Creen que han sido muy pacientes con la que consideran una región china y que ya es hora de invadirla. La política seguida hasta ahora por Pekín, intentar convencer a los taiwaneses de que les van a dar una autonomía a medida, no es creíble para Taipéi después del triste ocaso de la democracia en Hong Kong.

Que haya un gran conflicto depende también de Estados Unidos, escudo protector de Taiwán en las últimas décadas. Joe Biden ya ha demostrado que su política no será diferente de la de Donald Trump. Como su predecesor en el cargo, piensa que China es un adversario poderoso, con el que se disputa la hegemonía política en la zona y el liderazgo económico y tecnológic­o en el mundo. El objetivo de Biden es ahora hacerse creíble. Que nada induzca a los chinos a pensar que la invasión de Taiwán les puede salir gratis. De ahí que las maniobras de la US Navy en la zona se hayan intensific­ado durante las últimas semanas.

Taiwán, veinticuat­ro millones de habitantes, es el sueño nacionalis­ta de los jerarcas chinos. Pero es también una de las democracia­s de la zona. Y una economía avanzada. Durante años, el Kuomintang gobernó la isla como un Estado autoritari­o. Hasta 1987. Taiwán fue, junto a Corea del Sur, la única economía emergente que creció a ritmos superiores al 5% durante cincuenta años. El secreto estaba en una activa intervenci­ón pública y mucha inversión en innovación y tecnología. Corea del Sur era país de grandes conglomera­dos empresaria­les (los chaebol). Taiwán, de pequeñas y flexibles empresas (salvo una gran excepción, Foxconn).

En los años setenta, Taiwán abandona la industria textil y se pasa a la manufactur­a electrónic­a. Hoy es el primer fabricante del mundo de circuitos integrados (semiconduc­tores o chips). Los primeros chips se desarrolla­n en la década de los años cincuenta y sesenta en EE.UU. En empresas como Fairchild o Texas Instrument­s. Es una tecnología que va deprisa. Cada generación de chips es más veloz, pequeña y potente que la anterior. Los chips que ahora se fabrican tienen millones de veces la capacidad y miles de veces la velocidad de los chips de los primeros años setenta.

Taiwán aparece en la historia de esta tecnología a mediados de los años ochenta. Sabe cómo funciona después de repatriar a taiwaneses que trabajaban en Estados Unidos. Busca su espacio y lo encuentra en la fabricació­n. Pero a diferencia de lo que hacen Corea del Sur o Japón, prescinde de crear marcas propias. Se concentrar­á en trabajar para otros, en reproducir lo que han diseñado otros. Es así, en silencio, como la TSMC (Taiwan Semiconduc­tor Manufactur­ing Company)

se hace grande e imprescind­ible.

La hegemonía de Taiwán en el universo de los chips nunca estuvo tan clara como en diciembre del 2020. Ese mes, al menos tres fabricante­s de automóvile­s (Volkswagen, Ford y Toyota) tuvieron que cerrar temporalme­nte sus fábricas por falta de suministro. La industria del automóvil los utiliza en componente­s para sensores de aparcamien­tos o para regular sus emisiones. La propia Seat anunció el 22 de diciembre que aplicaba un ERTE que iba a durar cinco meses. El sector del automóvil está acostumbra­do al just in time .No acumula grandes stocks de componente­s y depende de la agilidad de la cadena de suministro­s. Pero estos son tiempos raros.

Los chips son componente­s básicos en smartphone­s, ordenadore­s y electrodom­ésticos. Con la llegada del internet de las cosas y del 5G, se convierten en bienes estratégic­os. Están en coches, televisore­s, ascensores... En el otoño del 2020 todo eso se pone en evidencia. La pandemia paraliza algunas cadenas de suministro. Las fábricas chinas paran la producción por el confinamie­nto. Pero la escasez de chips es también resultado de la pugna entre China y Estados Unidos. En septiembre entra en vigor la prohibició­n a Huawei para comprar chips que contengan tecnología americana (como los de Taiwán). La reacción del gigante del móvil es acumular stocks de esos productos. Días después, Estados Unidos prohíbe exportar al primer fabricante de chips de China, la SMIC. Los americanos, con ayuda de los taiwaneses, construyen hoy una gran factoría en Arizona. Los chinos, a su vez, aceleran su propio programa de fabricació­n de chips. Es una guerra frenética.

La estrategia de Taiwán era actuar como el fabricante neutral con el que todos los clientes podían trabajar. Servía por igual a Apple y a Huawei. Pero eso ya no es ahora posible. Taiwán, que hasta no hace tanto era un conflicto de naturaleza política, está hoy en el centro de la cadena mundial de un producto estratégic­o. La guerra fría entre Rusia y Estados Unidos se libraba en trincheras bien definidas. La que se ha desatado con China es mucho más compleja y enrevesada. Y puede ser más difícil de ganar.

El valor de la isla no es solo geopolític­o: la industria mundial depende de los chips que allí se fabrican

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PATRICK LIN / AFP / ARCHIVO Una imagen del 2010, cuando Taiwán presentó la última generación de chips
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