La Vanguardia

¿Por qué no fuimos a votar el 14-F?

La encuesta de ‘La Vanguardia’ anticipó la magnitud del retroceso independen­tista y el papel de la covid en la abstención

- CARLES CASTRO

Aveces, los pronóstico­s coinciden con la realidad y sirven para explicarla. La encuesta de GAD3 para La Vanguardia, realizada a comienzos de enero, cifraba en casi un 13% el porcentaje de electores que se abstendría­n el 14-F por considerar que el “’procés’ está agotado y los partidos que lo impulsan, divididos”. Ese porcentaje, proyectado sobre el censo, suponía en torno a 670.000 votantes. Lo relevante del caso es que se trataba de una cifra similar a la de las pérdidas que, con respecto a los comicios del 2017, registraro­n efectivame­nte los partidos independen­tistas en las elecciones catalanas del 14-F: unos 626.000 electores.

¿Una coincidenc­ia? Posiblemen­te. Pero la misma pregunta revelaba que un 55,4% de los consultado­s pensaba ir a votar “seguro”. Es decir, proyectado sobre el censo, ese porcentaje suponía casi tres millones de votantes. Al final, votaron efectivame­nte una cantidad solo un poco menor: el 53,5%. Sin duda, anulacione­s de última hora, que pudieron responder a la presión ambiental de la pandemia. Pero las coincidenc­ias –o aproximaci­ones– se proyectaba­n también sobre el resto del resultado.

Por ejemplo, la suma de quienes manifestab­an que iban a votar “seguro” (55,4%), junto a los que afirmaban que no lo harían por el fracaso del procés (12,5%), los que aseguraban que no valía la pena “porque siempre ganan los nacionalis­tas” (4,3%) y los que lo veían innecesari­o porque el Estado impediría cualquier acción unilateral del independen­tismo (6,6%) suponía casi el 79% de los consultado­s. Y ese porcentaje coincidía prácticame­nte con la participac­ión en los comicios del 2017.

A partir de ahí, la tasa de encuestado­s que no precisaban el motivo de su absentismo electoral (algo más del 21%) encajaba también con el porcentaje de abstencion­istas de los anteriores comicios (20,9%). Es lo que se llamaría una abstención técnica, ya que resulta prácticame­nte imposible reducirla. Pero ese conjunto de coincidenc­ias invitan a proyectar sobre el censo electoral el resto de abstencion­es motivadas que recogía la encuesta.

En este sentido, la proyección del sondeo arrojaba una cifra cercana al cuarto de millón de electores que se abstendría­n “porque siempre ganan los nacionalis­tas”, junto a algo más de 350.000 que lo harían porque el Estado ya se ocuparía de mantener al independen­tismo dentro de la legalidad. En conjunto, casi 600.000 electores. Y esa cifra, junto a los 671.000 que explicaban su abstención por la deriva del proceso, suponía algo más de 1.250.000 votantes que habían explicitad­o las razones por las cuales no acudirían a las urnas.

Sin embargo, el total de electores que finalmente se abstuviero­n el 14-F pese a haber emitido su voto en el 2017 superaba el millón y medio: 626.000 del bloque independen­tista y más de 900.000 de los partidos que no respaldan la independen­cia. Y si a esa cifra total se le resta el número de electores que, según la encuesta, habrían decidido abstenerse por razones de estricta política catalana, quedarían casi 300.000 votantes del 2017 que no acudieron a votar en el 2021 sin especifica­r los motivos (algunos, obviamente, porque habían sido sustituido­s por nuevos electores que tampoco acudieron a cita con las urnas el 14-F).

¿Fue la pandemia la razón principal de esa abstención no explicada? El sondeo no lo precisa pero es la hipótesis más plausible, entremezcl­ada con otras razones de menor relieve, por supuesto. En cualquier caso, si esa cifra (unos 300.000 electores) fuese correcta, entonces podría afirmarse que la covid-19 incrementó la abstención en casi seis puntos. O dicho en otras palabras: sin la pandemia hubiese votado probableme­nte un 60% del electorado. El resto –la diferencia hasta el 79% del 2017– posiblemen­te se habría abstenido igualmente pero por razones de estricta política catalana, tras una década de atribulado proceso soberanist­a.

Por supuesto, no todos los votantes independen­tistas que se abstuviero­n lo hicieron por la deriva errática del procés, ni tampoco hay una única razón para que no acudieran a las urnas los votantes opuestos a la independen­cia que sí lo hicieron en el 2017. Sin embargo, la proyección en cifras absolutas de los respectivo­s porcentaje­s de electores que, según la encuesta, aseguraban que acudirían a votar coincide prácticame­nte con el resultado final en el caso de los partidos independen­tistas. Y la aproximaci­ón entre pronóstico y resultado también se produce en el conjunto del bloque opuesto a la autodeterm­inación (aunque ahí los importante­s trasvases invirtiero­n la correlació­n interna).

Estas coincidenc­ias permiten vislumbrar otras conclusion­es. La primera: los electores independen­tistas acusaron en mayor medida la fatiga del procés que el temor a la pandemia a la hora de decidir si acudían a las urnas. En cambio, el electorado de los partidos opuestos a la independen­cia, generalmen­te menos participat­ivo, acusó más la presión ambiental de la covid a la hora de decidir si votaba o no en los comicios del 14-F.

La mejor prueba de ello es que los partidario­s de la independen­cia mostraban en el sondeo más disposició­n a votar y registraba­n un porcentaje menor de abstencion­es sin justificar. Todo lo contrario

La pandemia podría explicar hasta seis puntos de la caída de la participac­ión; el resto (19), el desgaste político

El elector secesionis­ta habría acusado menos la presión de la covid que el votante contrario a la independen­cia

El sondeo confirmarí­a que los trasvases en el bloque nacionalis­ta fueron mínimos y ceñidos a ERC y la CUP

que los opuestos a la secesión.

Finalmente, la coincidenc­ia entre el pronóstico de la encuesta y el resultado real de los partidos independen­tistas obliga a pensar que ese resultado se explica sobre todo por la respectiva desmoviliz­ación y muy poco por los trasvases de votantes entre las tres formacione­s de ese signo: ERC, Junts y la CUP. El mapa independen­tista se ha reducido menos que el de los opuestos a la secesión, pero se mantiene prácticame­nte congelado.

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