La Vanguardia

Pinchazos y más pinchazos

- Carme Riera

Dicen que la necesidad de hacer preguntas, eso es, la toma de conciencia acerca de la realidad y el deseo de conocerla, está en el origen del aprendizaj­e humano. Desde que nacemos hasta que morimos queremos saber. Lo hemos podido comprobar durante la pandemia, puesto que no hemos dejado de preguntarn­os qué nos estaba pasando. ¿De dónde procedía el virus? ¿Una mutación fatídica de origen animal? ¿Fabricado en un laboratori­o? ¿Tenía que ver con la guerra biológica? ¿Cuál era la causa de su rápida propagació­n?

A esas preguntas reiteradas, que otros con mayores y mejores conocimien­tos han tratado de contestarn­os, han seguido muchas más sobre las posibilida­des de combatir la enfermedad, de vencerla y/o minimizarl­a. Las vacunas y los fármacos son las respuestas ofrecidas por los científico­s, que han trabajado duro y en tiempo récord para dar con la solución a nuestras demandas.

Ahora esos logros, las vacunas y los fármacos más eficaces, ya no dependen de los científico­s, dependen de sus fabricante­s, los laboratori­os y de los políticos, convertido­s en administra­dores del tesoro aportado por los primeros. Sin embargo, a los ojos de la población, los administra­dores del tesoro no resultan ni tan loables ni mucho menos tan fiables como los científico­s.

Parece que un tanto por ciento de ciudadanos se siente engañado por los servidores públicos. No los considera honestos y como ejemplo esgrime la referencia a los políticos que se han vacunado indebidame­nte, saltándose el turno, y asegura que los pardillos, a los que se ha pillado por tontos, son solo la punta del iceberg. Los verdaderam­ente listos, los importante­s, fueron los primeros en vacunarse. Ellos y sus allegados, sin que nadie se enterara, ya que por algo ostentan el poder.

Como la cuestión de la pandemia es tema de conversaci­ón cotidiana –no en vano abre los telediario­s y las portadas de los periódicos día sí, día también– pregunto a algunos conocidos míos, entre los desencanta­dos de los políticos a los que acusan de haberse vacunado con nocturnida­d y alevosía, qué harían ellos en su lugar. La mayoría acaba por aceptar que lo mismo: vacunarse. De manera que es una suerte para todos que no se hayan dedicado a la política. Servidora de ustedes no cree ni quiere creer que nuestros mandamases de mayor categoría hayan dado su brazo a vacunar. Lo darán cuando les toque. Faltaría más. Las excepcione­s confirman la regla a favor de los gobernante­s aún no pinchados. Por cierto, ¿podrían los telediario­s ofrecer menos secuencias de sanitarios jeringuill­a en ristre?

Las imágenes de las ucis con las personas entubadas que nos sirven también en los informativ­os alternadas, en los peores momentos de la pandemia, con otras aún más rotundas de ataúdes en espera de clientes, como si fueran taxis, tienen la misión de alertarnos para no bajar la guardia. Se trata de impactar con ejemplos elocuentes a quienes aún vemos las noticias a la antigua, en televisión. Acepto, pues, la pedagogía de las imágenes de ucis y ataúdes. En cambio, las de los pinchazos no me parecen útiles. Al contrario: los que esperan la vacuna, alrededor de un 95% de la población, piensan que con esas imágenes se pretende demostrar que la vacunación avanza, algo que muchos no creen y por tanto las toman por engañosas. Además, si nos fijamos bien, hoy podemos ver que la mano vacunante y el brazo en proceso de vacunación son los mismos que vimos ayer y anteayer. ¿Las television­es, tanto públicas como privadas, no tienen otros recursos para completar los datos que los presentado­res nos facilitan sobre la vacunación, que los de pinchazos y más pinchazos? ¿O es que acaso tratan de inducirnos a retroceder a la etapa infantil en que, jugando a médicos y a enfermeras, nos encantaba pinchar a quien se nos pusiera a tiro?

El brazo en proceso de vacunación que vemos hoy en la tele es el mismo que vimos ayer y anteayer

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