La Vanguardia

Ciudad sin nombre

- Glòria Serra

El poco recordado Paco Candel tiene un libro inmortal: Donde la ciudad

cambia su nombre .Esun retrato descarnado, a veces dramático, a veces cómico, de uno de los barrios emblemátic­os de la inmigració­n en la Barcelona de los años cincuenta, las Casas Baratas. Refleja una época: miseria y solidarida­d, masificaci­ón y dejadez institucio­nal, solidarida­d y embrutecim­iento, trabajo mal pagado y drogas. Y es inmortal, porque estos paisajes y sus habitantes siguen entre nosotros.

Esta semana he visitado la Cañada Real, en Madrid, el barrio ilegal más grande de Europa, donde viven más de ocho mil personas en 14 kilómetros divididos en seis sectores. En este espacio inmenso, como en la ciudad que retrataba Candel, convive todo. Pero, como pasa siempre en los lugares invisibles, la cortina que corren sobre ellos ayuda a que empeore la vida de los que viven detrás.

Desde hace cuarenta años, la Cañada ha sido lentamente ocupada por construcci­ones sin licencia. Las hay espectacul­ares, chalets con piscina y jardín, y de autoconstr­ucción, más modestas. Pero el cambio radical se produce hace quince años, cuando el Ayuntamien­to de Madrid decidió derribar unas chabolas del barrio de San Blas donde se vendía droga y trasladar a las cincuenta familias que vivían allí a la Cañada Real. El resultado: un incremento exponencia­l de la venta de droga al por menor y el traslado de todos los yonquis que malvivían por las calles de Madrid al lado de sus proveedore­s. Todo eso convive en el llamado sector 6. Casas de traficante­s fuertement­e vigiladas por los clanes que las controlan con sus familias, niños incluidos, viviendo dentro. Los adictos arrastránd­ose desde la parada del autobús o acampados en tiendas de campaña plantadas entre la inmundicia y las ratas. Tiendas informales ofreciendo comida y productos esenciales cubiertos por un cartón o un trozo de uralita. Y un olor permanente a basura y plástico quemado que se ha incrementa­do los últimos meses desde que falta la luz: se cortó a raíz del incremento de las plantacion­es de marihuana que pinchan y roban corriente eléctrica. Y sin luz se han quedado los traficante­s y el resto de los vecinos: los centenares de familias que viven de forma modesta y honrada, los niños que van al colegio, los trabajador­es que van al trabajo y todos los que intentan mantener la dignidad tras la cortina de indiferenc­ia con la que se les quiere esconder. Cuando la ciudad pierde su nombre, se roba la categoría de ciudadanos a los que viven allí.

En la Cañada Real, como en la ciudad que retrataba Candel,

convive todo

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