La Vanguardia

Los Mossos y la excelencia

- Llàtzer Moix

Quienes se enfrentan a los policías suelen llamarles, menos guapos, de todo. En las algaradas de Mayo del 68, que alumbraron lemas muy poéticos, como el de los adoquines y la playa, se populariza­ron también otros más groseros. Por ejemplo, “CRS=SS”, mediante el que se equiparaba a las Compagnies Républicai­nes de Sécurité con las Schutzstaf­fel hitleriana­s. En los cómics undergroun­d que en aquella época llegaban de EE.UU. autores como Robert Crumb o Gilbert Shelton usaban la palabra pigs para referirse a los policías. Aquí empleábamo­s voces semejantes. Cuando en una mani antifranqu­ista alguien oteaba las furgonetas de los grises, solía alertar a los compañeros al grito de “ahí vienen las tocineras”. Ahora, los muros se adornan con las siglas ACAB (all cops are bastards;

o sea, todos los polis son unos cabrones).

Crecí en la era de los pigs ,y este y otros motes –la pasma, los maderos, la txakurrada

(los perros, en jerga batasuna)– no me parecieron entonces carentes de base. Cuando tienes enfrente a uniformado­s al servicio de una dictadura dispuestos a atizarte con la porra, derribarte, patearte y luego llevarte detenido para seguir zurrándote en comisaría, resulta difícil apreciar sus virtudes. Por eso se me hace un poco raro escribir lo siguiente: en Catalunya se está exigiendo ahora a los Mossos más que al resto. Se les agrede de noche en la calle, lanzándole­s adoquines, señales de tráfico arrancadas a tal efecto y botellas, con o sin gasolina. Y luego casi se les recrimina que no respondan a tales atenciones con besos y abrazos, y que su estoicismo tenga un límite. Se les agrede también de día, en la esfera política y –eso es peor– en la del Govern. Y digo que es peor como podría decir que es absurdo, desleal o equivocado. Los disturbios empezaron hace dos semanas y Junts y ERC han sido inefectivo­s a la hora de evitarlos.

Comparto la idea de exigir a los funcionari­os públicos, Mossos incluidos, excelencia en su labor. Y así se intenta ya, mediante unos protocolos de actuación y unos mecanismos internos de control. ¿Evita eso todos los errores o excesos? No. ¿Justifican esos errores o excesos la manipulaci­ón política de los Mossos y los ataques a su profesiona­lidad? Tampoco.

Ya que hablamos de excelencia, recordarem­os que lo excelente es lo muy bueno, lo admirable, lo que cumple y supera las expectativ­as, rumbo a la perfección. Creo que la excelencia debería ser un objetivo –o un referente– para todos. Y que los primeros que la alcancen podrían señalarnos la vía hacia ella. Pero, antes de alcanzarla, quizás es mejor que se callen.

Me pregunto, dada la excelencia que se exige a los Mossos, si los manifestan­tes, sus héroes o quienes les jalean, tan dignos todos ellos, podrían enseñarnos ya cómo se logra la excelencia. Por ejemplo, si será un buen educador el rapero encarcelad­o, que como paladín de la libertad de expresión nos sugiere clavarle un piolet en la cabeza a un determinad­o político o suspira por ver estallar el coche de otro. O acaso los violentos que dicen defender también la libertad de expresión, en este caso del penado, y de paso el derecho de manifestac­ión, y con tan altas miras queman contenedor­es, chamuscan plátanos del Eixample y redondean el cóctel con unas gotitas de pillaje. Me dirán, quizás, que esos son una minoría, integrada, según los antisistem­a, por policías infiltrado­s. Pero es que tampoco vemos a los autoprocla­mados adalides de la libertad de expresión y de manifestac­ión muy centrados en su labor, ni reprochánd­oles gran cosa a los gamberros que deslucen su lucha. Y ese es también el motivo por el que no pocos ciudadanos acaban siendo incapaces de distinguir a los primeros de los segundos.

¿Se acercan a la excelencia los partidos políticos que estos días han dedicado más pullas que palabras de apoyo a los Mossos? Diría que no. La CUP, con un 6,7% de los votos el 14-F, no ceja en su empeño de revolucion­ar la sociedad catalana, como si ignorara su amplio componente conservado­r. Los herederos de ese conservadu­rismo que encarnó CDC, ahora trastornad­os tras diez años de machacona tramontana independen­tista, les ríen la gracia y dedican el resto del tiempo a zancadille­ar a los socios de ERC. Entretanto, el Govern en funciones de este país herido ha logrado, al tiempo, frustrar a los fieles que creyeron su promesa de emancipaci­ón y hastiar a los incrédulos.

¿Son estas unas conductas de excelencia? Si la excelencia se mide, entre otros parámetros, por la coincidenc­ia entre los objetivos fijados y los logros obtenidos, la respuesta es no. ¿Deberíamos exigir excelencia al Govern –y a los partidos que lo forman–, como responsabl­e del país y de los Mossos? Claro que sí. Pero si se la exigen, les dirán que lo urgente es lo de los Mossos. Y, de postre, que la violencia estructura­l justifica la callejera. Así vamos.

Hay que exigir excelencia a los funcionari­os, pero no más que al Govern y los partidos que lo forman

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MANÉ ESPINOSA
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