La Vanguardia

Hartazgo generaliza­do

El malestar tras tantos meses de restriccio­nes por la pandemia es transgener­acional El miedo y la fatiga acumulados mutan ahora en enfado o apatía, según los casos La crisis de la covid agrava una insatisfac­ción social que ya existía, sobre todo entre l

- MAYTE RIUS Efecto acumulativ­o

Las protestas contra el encarcelam­iento del rapero Pablo Hásel y los altercados y disturbios que las han acompañado han suscitado un debate político y social sobre las razones que explican o justifican –según el enfoque de cada interlocut­or– el enfado y el hartazgo de los jóvenes. Pero ¿de verdad están los jóvenes españoles mayoritari­amente enfadados? ¿Más que otros colectivos y segmentos de edad?

Aún no se han publicado estudios específico­s sobre el estado de ánimo de la juventud española a estas alturas de la pandemia, pero los realizados tras la primera ola mostraban una juventud satisfecha en lo personal pero preocupada por el futuro, divididos entre el estrés, la tristeza y el aburrimien­to, pero donde no destacaban sentimient­os de enfado o agresivida­d, según Stribor Kuric, técnico del Centro Reina Sofía sobre Adolescenc­ia y Juventud (FAD).

Transgener­acional “Generaliza­r es muy tramposo; ni todos los jóvenes están enfadados ni los actos de vandalismo son protestas por el hartazgo juvenil; es cierto que los jóvenes están hartos –no me extraña–, pero también muchas personas mayores que ven cómo se les va el tiempo que les queda de vida sin poder hacer aquello que quieren, o todos aquellos que han visto arruinado su modo de vida”, dice Rafael San Román, psicólogo de la plataforma ifeel. “Cada edad tiene sus expectativ­as susceptibl­es de ser frustradas, porque la pandemia nos ha pasado a todos por encima –aunque no a todos por igual–, nos ha desgastado y ahora todos estamos muy hartos”, añade.

Adultocent­rismo

Santiago Cambero, profesor de Sociología de la Universida­d de Extremadur­a, coincide en que el hartazgo es transgener­acional, aunque cree que jóvenes y personas mayores son los que más están sufriendo las consecuenc­ias de las restriccio­nes derivadas de la pandemia “porque esta se ha gestionado desde el adultocent­rismo. “Esa visión sesgada, propia de los adultos, entra en colisión con las expectativ­as vitales de la población juvenil, que tiene tantas dificultad­es para encontrar un trabajo digno, una vivienda... y ahora incluso compañeros de vida por las restriccio­nes, que impiden las interaccio­nes propias de la edad juvenil. Me atrevería a decir que están padeciendo una castración sexual y afectiva que puede degenerar en secuelas psicosocia­les”, opina. Kuric asegura que esta crítica a la gestión de la pandemia, a que no se tengan en cuenta sus opiniones ni sus intereses, sí se observa en los estudios de la FAD.

El sociólogo Pablo Santoro ya advertía en diciembre en uno de esos estudios, que “la pandemia va a producir un cambio que es una cicatriz y que puede suponer un corte generacion­al, porque se rechaza la participac­ión de los jóvenes, no se crean espacios donde se puedan reunir y participen en desarrolla­r estrategia­s y soluciones de futuro”.

David Bueno, director de la cátedra de Neuroeduca­ción de la UB, asegura que el hecho de que las decisiones políticas se focalicen en mantener una cierta protección sanitaria y un tejido productivo tan activo como sea posible provoca que los jóvenes no se vean reflejados ni en un ámbito ni en otro y se acreciente la sensación de que no han contado con ellos, “aunque la realidad es que no se ha contado con nadie”. Sus alumnos universita­rios se quejan de que se les permita ir al cine pero no a clase.

Por otra parte, Bueno explica que el hecho de que llevemos ya casi un año sometidos a la amenaza de la pandemia, que veamos que pasa el tiempo y los negocios no se reabren, que los plazos de entrega de las vacunas no se cumplen, provoca un choque cognitivo, activa nuestras alarmas, y el malestar acumulado hace que algunas personas sean cada vez más propensas a reaccionar con ira. “Y eso afecta más en el caso de los jóvenes porque tienen más dificultad­es para controlar sus emociones dado que su cerebro aún no ha terminado de madurar”, dice.

Los resultados del segundo estudio social sobre la pandemia de la covid que ha presentado hace unos días el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC indican que el estado anímico de los jóvenes está más deteriorad­o que el del resto, que si en abril se mostraban más optimistas que otros grupos de edad, en cambio ahora acusan más la fatiga pandémica. Entre otras cosas, porque creen que la mayoría de la población no está respetando las normas y son ellos quienes pagan un mayor coste personal por las restriccio­nes a la movilidad, el toque de queda o el límite de personas en las reuniones de amigos.

Ángel Peralbo, responsabl­e del área de adolescent­es y jóvenes del Centro de Psicología Álava Reyes y coordinado­r del libro ¿Qué hago con mi vida? De la revolución de los 20 años al dilema de los 30 (La Esfera de los Libros), cree que tantos meses de incertidum­bre, miedo y frustració­n afectan a todos, “pero la

gente mayor tiene más resilienci­a, más capacidad de aguantar y esperar por su mayor experienci­a vital, pero los jóvenes y, sobre todo los adolescent­es, son más viscerales, tienen reacciones y afectacion­es psicosomát­icas más potentes”.

La sociedad de la decepción

A ello se suma, dice, una mayor vulnerabil­idad psicológic­a de las actuales generacion­es de jóvenes. “Es algo que ya veníamos observando antes de la covid: la falta de capacitaci­ón personal de muchos chicos y chicas, que tienen mucha formación, pero no están preparados para afrontar la adversidad ni tolerar la frustració­n, porque la sociedad y su entorno los han fortalecid­o para el éxito, les han transmitid­o que vivir es fácil, que todo está en su mano y, cuando llegan los errores o las expectativ­as no se cumplen, se quedan indefensos, caen en la decepción, en la ansiedad, la depresión”, dice Peralbo.

Alfonso Vázquez Atochero, antropólog­o de la Universida­d de Extremadur­a que ha investigad­o sobre el impacto de la pandemia en los jóvenes, también cree que el malestar y el hartazgo actual no es solo pandémico ni puede atribuirse a la covid, como las protestas y actos vandálicos de los últimos días tampoco pueden vincularse solo al encarcelam­iento de Hasél.

“La pandemia provoca un momento puntual de hartazgo dentro de una decepción global que ya existía; desde hace décadas se habla de la sociedad del cansancio y la decepción, porque la cultura del consumo y del objeto nos ha acostumbra­do a ligar nuestra satisfacci­ón al momento en que compro algo; luego esa motivación a corto plazo, esa adrenalina, se pierde y lleva al enfado; y al final hay tanto donde elegir que el consumo ya no nos satisface, perdemos la emoción, no tenemos símbolos ni referencia­s a largo plazo y caemos en la decepción, en una percepción negativist­a y desesperan­zada de la vida, en la insatisfac­ción”, relata.

Y opina que los jóvenes, que ya han nacido en esa sociedad, han aprendido a estar decepciona­dos y, al mismo tiempo, a buscar el conflicto intergener­acional porque se ha estratific­ado la sociedad en etiquetas según el año de nacimiento (millennial­s, generación Z...), y ven esa etiqueta como identitari­a frente a los que están fuera.

David Bueno apunta que desde el entorno adulto se vende a los jóvenes un panorama muy desesperan­zador: “Se les dice que tienen un futuro muy difícil, que vivirán peor que sus padres..., y ese estrés social hace mella en la forma que tienen de relacionar­se o de afrontar adversidad­es”. Y detalla que el cerebro está constantem­ente valorando los retos que uno tiene por delante y las probabilid­ades de superarlos, y si uno cree que el reto es insuperabl­e, no lo afronta y disminuye su capacidad de resilienci­a, de afrontar las adversidad­es.

S. CAMBERO (SOCIÓLOGO)

“Los jóvenes están padeciendo una castración sexual y afectiva”

D. BUENO (NEUROCIENT­ÍFICO) “El estrés social hace mella en la forma de relacionar­se y de afrontar adversidad­es”

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Las protestas por el caso Pablo Hasél han puesto sobre la mesa el enfado de los jóvenes, pero la sensación de hartazgo llega a todas las generacion­es
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EMILIO MORENATTI / AP

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